Nos tiene acoquinados
Señoras, caballero, ha llegado el momento de que los melómanos del mundo entero, en especial los de inclinación jazzística, tomen conciencia de: sus miserias y limitaciones. Por ejemplo, y sin ir más lejos, ahí va una: Keith Jarrett nos tiene contra las cuerdas, acoquinados. Pobre del empresario que desee gozar de uno de sus conciertos. Ya puede ir prendiéndole velas a todo el santoral de su devoción para que no se le amargue el gusto. Ni aunque controle todos los múltiples pormenores requeridos por contrato (y los hay tan jugosos como el problemático y casi famoso asunto de las alfombras), aunque trate al músico con exquisitez suplementaria tan inaudita como la proverbial en Vitoria, aunque ate corto a fotógrafos e informadores y cuente con una audiencia ciento por ciento respetuosa, la sorpresa desagradable puede saltar en cualquier momento. Jugar con Jarrett es Jugar con fuego.Desplante torero
Keith Jarrett (pliano), Gary Peacock (bajo), Jack de Jhonette (batería)
Polideportivo de Mendizorroza, 18 de julio
Keith Jarrett. incluyó en el recital de Vitoria uno de sus desplantes toreros. Abandonó el escenario cuando dos o tres personas silbaron su decisión de cortar el concierto ante las molestias repentinas que le había causado una minúscula lucecilla dentro del polideportivo de Mendizorroza. O tal vez fuera un pequeño ruido, que la cosa no acabó de quedar clara.
A eso le llamo yo estar concentrado, hallarse tan intensamente sumergido en el proceso de creación artística como para que lo distorsione y te mande el santo al cielo la captación de un punto lumínico o un ruidito en un recinto con más de 5.000, personas en su interior. Ojo de lince y oreja de perro.
Así es Keith Jarrett. A él no se la dan con queso. Se levantó del piano, hizo un imperativo gesto con la cabeza en dirección a Gary y a Jack, y hacia camerinos. El corte de fluido musical sólo duró seis minutos, pero hasta el regreso del trío al escenario para cumplir con los 100 contratados, la sala entera mantuvo el corazón en un puño. Tímidos, casi imperceptibles siseos de protesta, y enérgicas admoniciones al silencio. ¿Saldrá, no saldrá?, nos tenía. a todos acoquinados.
Obligaciones
Jarrett volvió al escenario y cumplió sus obligaciones formales. Las artísticas y morales ya es otro cantar. Nadie va a poner en cuestión genio y figura de mister Keith. El uno le sobra y la otra tiene todo su perfecto derecho a mantenerla. Pero mucho me temo que sobrecarga su tendencia a tapar con la última las lagunas puntuales del primero.
No creo en un proceso creativo tan puro como el que quiere vendernos medido a golpes de cronómetro. Con tres; interrupciones, una de ellas imprevisible, computó un tiempo exacto de 100 minutos ante el piano, cortando un bis a los dos minutos de haber sido iniciado. ¿Se le agotó súbitamente la inspiración? ¡Qué va!, hombre, lo que acababa de expirar era el tiempo contratado, y no quiso regalar ni un minuto. Musicalmente podríamos olvidar sin problemas este concierto. Sobra material jarrettiano de primera como para entretenerse en esos días (y son muchos) en que a Keith Jarrett le interesa mucho más lo que dice el contrato que la creación musical.
Vaya por delante que, entre sus agudas sentencias, dos de las que más admiro rezan de la siguiente manera: "El músico no es responsable ante su público", y la otra: "Los artistas pueden hacer cualquier cosa de la nada, pero también es verdad lo inverso". Pero estos lúcidos aforismos sobre la filosofía de la creación no justifican precisamente sus números de divo mimado. Aunque como es un genio, tal vez haya que empezar a asumir su manía de disfrutar amenazando al público con privarle de sus eventuales genialidades a la mínima señal de que va a dejar de portarse bien.
Lo que Jarrett entiende por portarse bien, claro. Cuestión que, si bien se mira, no está nada mal para su ego, si encima uno se puede embolsar entre 25.000 y 30.000 dólares por sesión.
Babelia
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