Mucho porno y pocas nueces
Sitges proyecta la película más polémica del año, 'A serbian film'
Apunten este nombre: Srdjan Spasojevic. Apúntenlo, porque probablemente tardarán mucho en volver a oírlo. Spasojevic es el director de una película llamada A serbian film, que éste califica alegremente de "metáfora sobre Serbia", y que retrata las andanzas de un actor porno venido a menos a quien se le otorga una última oportunidad de volver a izar la bandera. El deprimido personaje, ya con mujer e hijo, se pone así a las órdenes de un retorcido realizador, una especie de maníaco de cajón, con cara de loco y andares de dictador de república bananera. El señor en cuestión pretende abrir nuevos caminos en el porno, y para ello no piensa reparar en gastos. Que hace falta poner a niños en la ecuación, pues se ponen. Que hay que violar a un recién nacido tan pronto como abandona el vientre de su madre; pues se hace. Que hay que mutilar y asesinar a mansalva; pues se mutila y asesina. Todo sea en nombre del arte.
Era fácil imaginar que tamaño esperpento levantaría polémica (recientemente la película se proyectó en Londres sin algunas de las escenas más duras, para evitar líos), pero en el festival de Sitges están curados de espantos: aquí hubo risas, bostezos y alguna fuga (pocas). Por haber, hubo hasta aplausos para el momento en que el protagonista utiliza su pene como arma asesina.
Hasta aquí nada nuevo en el horizonte, lo que convierte a A serbian film en una soberana estupidez es su retórica barata y casposa, que trata de justificar los dislates de un realizador barato inyectando en la trama un reguero inacabable de cháchara (política y social, se presume) que incitaría a uno a pensar que todos los serbios son igual de majaderos que el timonel del proyecto. Eso sería si el espectador prestara atención a lo que dicen los protagonistas del asunto, un rebaño de personajes de cartón-piedra con la misma entidad de un adoquín.
En realidad, no hay nada más: ni siquiera los balbuceos metafóricos del realizador invitan a nada más que a la indiferencia, ya que hace falta un poco más de oficio para ofender a alguien, y Spasojevic -mal que le pese- no tiene ninguno. Eso sí, habría que preguntarse quién ha pagado la factura. Probablemente (pura lógica), el propio director. Qué menos.
Ciencia ficción, pero no
La otra propuesta del jueves ha sido la magnífica Monsters, una película que ahonda en la propuesta de District 9 (ciencia-ficción-pero-no), aderezando el conjunto con un precioso toque intimista. El filme cuenta el viaje de dos balas perdidas que tratan de regresar a Estados Unidos desde México. El primero es un fotógrafo que no acaba de llegar donde quiere, y la segunda es una niña rica que trata de averiguar qué desea, incluyendo si el anillo de compromiso que lleva en la mano debe quedarse allí o volver al destinatario. El rocambolesco -y brillante- giro de Monsters es que los dos protagonistas deberán atravesar una zona plagada por alienígenas que no tienen demasiado aprecio a la raza humana y que han convertido una parte del mapa en zona de nadie donde solo hay bichos y bombardeos.
El realizador británico Gareth Edwards, un tipo con amplia experiencia en el campo de los efectos visuales, se inventa así un drama marciano disfrazado de epopeya fantástica con el que está haciendo mucho ruido en todo el mundo. Aunque se ha difundido que la película ha costado tan solo 15.000 dólares (unos 10.000 euros) el propio director reía y negaba con la cabeza cuando se le preguntaba por el presupuesto del filme: aún así, menos de un millón ha gastado Edwards en un producto fresco, pausado y orgulloso de su tamaño (pequeño). Así da gusto.
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