Mérida rescata uno de los mitos menos conocidos de Ovidio
'El amor del ruiseñor', de Timberlake Wertenbaker, inicia su andadura española
En el escenario del Festival de Teatro Clásico de Mérida, se ha podido ver, desde el pasado jueves hasta anoche, El amor del ruiseñor, obra de Timberlake Wertenbaker dirigida por Jorge Picó, un espectáculo sólido, imaginativo, profundo y naïf, que rescata uno de los mitos griegos menos representados en el Teatro Romano: el de Procne y Filomela. Como tantas veces ocurre con autores del calado de Ovidio, nos habla, al menos a los que tengan oídos, de manera clara, directa y sin rodeos del problema del Líbano, del 11-M, de la violencia de género y de otros horrores emanados de la condición humana.
En este espectáculo repleto de imágenes poéticas se muestran vigentes el valor del conocimiento, los conceptos del bien y el mal, el papel de la violencia en la sociedad, el conformismo, el maltrato en las relaciones sentimentales, el poder como forma de dominación y censura, la venganza como subversión... Así lo ha querido Wertenbaker, una neoyorquina de 62 años que vivió durante años en el país vasco francés, desarrolló su carrera en Inglaterra y tras conocer profundamente Grecia se apasionó por sus mitos, como éste con el que no pretende tanto hablar de las mujeres, tema que se supone central, sino de lo que significa "ser silenciado y que te dejen sin palabras, lo que conduce inexorablemente a la violencia, ya que sin el lenguaje la brutalidad acaba triunfando", apunta la autora.
El amor del ruiseñor recrea el mito que Ovidio relata en el libro VI de las Metamorfosis y lo hace con una escenografía que ha sido ideada para servir tanto en espacios abiertos como en teatros a la italiana. Sobre el escenario, objetos de papiroflexia, títeres y unos paneles que unas veces sirven casi como veladura de lo que ocurre dentro del espectáculo y otras, como espejos que devuelven la propia imagen a los espectadores, algunos de los cuales ya se encargaron de romper esa magia de juegos fotografiando con flash, algo no permitido, e introduciendo sobre los actores destellos inoportunos. Una propuesta en ocasiones metateatral que visualmente remitía a movimientos telúricos de Kantor, Macunaima, Complicité... Todo muy coral, con técnicas de la narrativa oral tradicional o al teatro de títeres, con el objetivo de convertir al público en un auditorio de niños inocentes. Y es que el director ha querido que El amor del ruiseñor sea también un cuento, un cuento cruel y aleccionador, a la manera de Perrault o Andersen, que acaba fundiendo en un solo universo a la víctima y al verdugo y que inteligentemente desdibuja sobre una protectora nodriza (Isabel Rocatti) al más canalla de todos los personajes. Aunque a primera vista pueda parecerlo el poderoso guerrero Tereo (Juli Cantó y su maravillosa voz), quien cae perdidamente enamorado de Filomela (Inés Díaz), hermana de Procne, su mujer (Empar Canet), a la que termina violando y arrancando la lengua. Pero el teatro sirve a Filomela para contar lo ocurrido y las hermanas se vengan asesinando a Itis, hijo de Procne y Tereo. Ante tanto horror el mito cuenta como Tereo, Procne y Filomela fueron convertidos en pájaros para volver a sus orígenes.
Picó, que ya ha trabajado en otras ocasiones en Mérida como actor, es, además de director, autor, pedagogo y como en esta ocasión, traductor, que no versionador: "Cuando algo está bien no hace falta versionarlo", dice este profesional poco conocido del gran público, pero con una formación impecable al lado de grandes figuras como Jacques Lecoq o José Estruch, y un interesante currículo forjado tanto dentro como fuera de España y con compañeros de viaje como Sergi López, Haydeé Boetto o Philippe Genty.
El amor del ruiseñor, una producción de Teatres de la Generalitat Valenciana, que se pondrá en el Teatro Romano de Sagunto (días 5 y 6 de agosto) y en el Festival de Niebla (día 12), inicia una gira en la que está previsto que llegue a Valencia en octubre.Wertenbaker: "Ser silenciado conduce inexorablemente a la violencia"
Babelia
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