Matar a Bono y otros consejos
Una cita en La Casa Encendida. Se desarrolla allí un Taller de Periodismo Cultural y el asunto despierta interés: para 20 plazas, se apuntan 130 candidatos. Me toca hablar de periodismo musical y resulta estimulante que los participantes, con mayoría femenina, atiendan con benevolencia y animen el debate con preguntas incisivas.
Un buen remedio para el fatalismo que atenaza a esta especialidad gremial. Algo positivo de las medidas represoras contra el tabaco es que se acabaron las tertulias de periodistas que seguían a los conciertos. Y mejor así: ya en 2010, aquellas charlas se enquistaban en el repaso de bajas laborales, seguido por los aullidos de rigor ante el rumbo que toman los diversos medios.
Solo en España se prima la reseña del directo sobre la crítica del disco
Un síntoma anecdótico: ya nadie acumula puntos de Iberia Plus o equivalentes. Se acabó el volar para charlar con las estrellas en Londres, París o Nueva York. Ahora, si hay entrevistas, se hacen por teléfono (phoners, en la jerga). En mi caso, hasta lo agradezco: quien envidia a los profesionales obligados a viajar no puede imaginarse que ese supuesto privilegio termina convirtiéndose en una pesadilla. Pero también tiene sus desventajas: pocos detalles ambientales se pueden cosechar cuando entrevistador y entrevistado están en diferentes países.
Que conste que los asistentes al Taller de Periodismo Cultural no manifiestan demasiada curiosidad por chascarrillos. Plantean cuestiones serias, como la necesidad de multiplicar los periodistas especializados en diferentes músicas, incluso tomando en cuenta su filiación generacional: "¿Puede seguir la escena actual alguien que, en el fondo, piensa que la mejor música se hizo en los sesenta, setenta u otra década pasada?".
Otro asunto discutido: la hegemonía de la reseña del directo sobre la crítica del disco. Se trata de una particularidad española que parece derivar de ancestrales prejuicios contra las discográficas o, más probable, de la incapacidad de asumir que la música grabada es un medio artístico autónomo, que ya lleva más de medio siglo liberado de la imposición de reflejar lo que se toca en los escenarios.
Eso se traduce en que la crónica de un concierto, al que acuden unos centenares de personas, ocupa media página, mientras que el disco, que puede llegar a millones de oyentes, se deba conformar con un espacio microscópico. Un misterio de la prensa nacional, una ofuscación muy ancien régime, difícil de entender.
Pero los presentes en La Casa Encendida quieren la fórmula para la crítica de discos e incluso saber si es tolerable incluir vivencias personales. Insisto en que, enfrentado al encargo de resumir una hora de música enlatada en 500 caracteres, tales precauciones son inútiles. Pero, sí se consiguen unas dimensiones más razonables, sí es posible pensar en ingredientes para la ensalada crítica. Primero, una mínima introducción al artista y lo que representa el disco presente en su obra. Segundo, descripción de la música y análisis somero de las letras. Tercero, la valoración general y, ahí si cabe, las impresiones subjetivas.
La experiencia personal puede ser enriquecedora pero dudo de que su lugar esté en una crítica de mínimo tamaño: mejor en ensayos o autobiografías. Están estrenando en los cines británicos una película llamada Killing Bono, basada en las memorias de Neil McCormick, crítico musical del diario londinense The Telegraph.
En Dublín, McCormick creció al lado de los futuros miembros de U2. Igual que ellos, intentó abrirse hueco como músico (con grupos fugaces como Yeah! Yeah! o Shook Up!). El hecho de que sus coetáneos triunfaran mientras él se quedaba en la cuneta puede explicar la rabia expresada en el título, el deseo de matar a Bono.
En realidad, Bono y compañía no fueron causantes de las desdichas musicales de McCormick. De hecho, su relación con Bono ha resultado ser una gran ayuda en su carrera posterior: tiene acceso directo al grupo, lo que le ha facilitado abundantes entrevistas. Eso refuta precisamente uno de los consejos que ofrezco a los asistentes al taller de La Casa Encendida: mantener las distancias con los artistas. Pero convendría separar, una vez más, el periodismo de exclusivas de la genuina crítica musical. Uno prospera; la otra languidece.
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