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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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La 'Malagueña' de Keith Richards

Diego A. Manrique

Asombro y deleite. Vida, la autobiografía de Keith Richards, se ha colocado en el número uno de la lista de no ficción del New York Times. Una broma satánica, considerando que el guitarrista de los Rolling Stones fue, durante largos años, principal candidato a la muerte prematura dentro del Olimpo del rock gracias a su tóxica forma de vivir.

Cierto que es toda una epopeya: cómo un pardillo de Dartford ("pueblo de ladrones", recuerda) se transforma en aristócrata de la jet set, admirado e intocable. Vende Keith su imagen de rebelde, perseguido a muerte por el establishment, pero no se lo crean. Si no exagera en sus alardes de drogas y armas, era tremendamente vulnerable y cualquier policía medio espabilado se pudo cobrar su cabellera.

'Vida' es la historia de un pardillo que asciende a aristócrata de la 'jet set'

Cuando le pillaban, por pura estupidez, siempre había alguien de su entorno dispuesto a comerse el marrón (excepto en Toronto, donde estaba solo con Anita Pallenberg). Asimismo, inmediatamente aterrizaba una brigada aerotransportada de abogados y relaciones públicas dispuestos a hacer limpieza, como el Señor Lobo de Pulp fiction.

Según avanzaban las décadas y se multiplicaba el volumen económico de las giras, Richards ascendió a intocable. Varios anillos de seguridad rodeaban al grupo, impidiendo intrusiones del exterior. Adquirieron categoría de altos dignatarios: no pasaban aduana y eran recibidos por las máximas autoridades del país correspondiente. En verdad, su modus vivendi en la carretera contradice la imagen de forajido que tanto explota Keith. Más que un insurgente, es un niñato mimado.

Puede que eso explique su indestructible carisma. En el mundillo de la prensa británica se sabe que una portada con el guitarrista aumenta ventas (mientras que Mick Jagger ahuyenta a los posibles compradores). Late en nosotros un ansia de compartir, aunque sea a distancia, esa existencia fuera de reglas, la posibilidad de bailar en la cuerda floja sabiendo que abajo está la red que garantiza impunidad.

Imagino que ese deseo secreto explica el éxito de Vida. Dudo que sea exclusivamente el público del rock quien haya alzado la autobiografía de Keith a la categoría de best seller. En cuanto hojee sus páginas, cualquier seguidor advertirá que aquello le suena: las más truculentas historias de Vida ya animaron infinidad de libros sobre Richards y/o los Stones. De hecho, James Fox, el coautor de Vida, ha reciclado narraciones en primera persona publicadas en otros tomos; no especifica cuánto tiempo tuvo a Keith ante un magnetófono pero intuyo que menos de lo deseable. Ocurre además que, por decirlo finamente, el cerebro de Keith funciona como un jukebox: si pulsas determinadas teclas, te salen radiantes anécdotas o canciones, pero no esperes que la máquina haga exámenes de conciencia o resuelva inconsistencias.

Aparte de la carnaza, Vida descubre que Richards tiene sangre laborista por la rama paterna, pero resulta más decisiva la materna, con el abuelo Gus, músico aficionado que puso en sus manos una guitarra española y le aseguró que, una vez supiera tocar Malagueña, todo iría rodado. Efectivamente, y la pieza le sería útil en varias ocasiones.

Uno escribe una autobiografía -o contrata a un profesional, como es el caso- para quedar guapo. James Fox ha elegido los perfiles más favorecedores de Keith. Puede que también haya eliminado sus verrugas ideológicas. No se menciona la más paradójica intervención de Richards en política, cuando mandó una carta a Tony Blair respaldando la aventura militar en Irak. Según sus ayudantes, es uno de los documentos que Blair atesora. Hay otra lectura: si no estuviera tan encastillado, el ex primer ministro debería preocuparse de que, en ese sucio asunto, su único apoyo viniera de un magullado millonario que reside en Estados Unidos.

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