Liberal a secas
Cuenta Mario Vargas Llosa que las primeras lecciones sobre el liberalismo las recibió en la infancia, junto a su abuela Carmen y su tía abuela Elvira. En boca de aquellas beatas escuchaba admoniciones y reproches sobre la conducta disoluta de quienes tenían la osadía de divorciarse, ser librepensadores y enfrentarse a la moralina asfixiante de unos criollos conservadores que añoraban los hábitos virreinales e inquisitoriales dejados atrás con la independencia. En aquella atmósfera familiar, el liberal era el antípoda relativista de la ortodoxia, sea cual fuere el dogma sobre la que se sustentaba. De hecho, el liberal prototipo lo tenía en su propia familia, ya que un antepasado suyo dijo un día que se iba de casa para comprar el periódico y no volvió hasta 30 años después. ¿Qué hizo?, preguntaba el joven Mario a su abuela, y esta le respondía lapidariamente: "Corromperse", pues en aquellos tiempos los que se decían liberales siempre estaban cortados por el mismo patrón. A saber: invocar a Montesquieu si hablaban del poder; la ciencia y la razón cuando apelaban al conocimiento; y la tolerancia si describían las reglas de juego de la convivencia civilizada, ya fuera doméstica o ciudadana.
No cabe duda de que aquella educación sentimental marcó a fuego lento su inconsciente con el hierro de un desprecio intuitivo hacia el dogmatismo y los discursos enérgicos que invocaban la verdad como un absoluto inflexible. Con los años y las decepciones, aquellas impresiones tempranas adquirieron finalmente el poso de la reflexión intelectual. La heterodoxia de Vargas Llosa fue haciéndose congruente, integrada en un relato que se vertebró dentro de una experiencia personal que hizo que su rechazo al dogma se transformara en la fisonomía de un liberal a secas. En este sentido, las lecturas de Popper y Berlin, Mises, Herzen, Dahrendorf y Hayek, fijaron en él unas coordenadas singulares que casaron muy bien con su recelo epistemológico hacia aquellos liberales simplificadores que olvidan que el liberalismo fue, primero, una apuesta ilustrada por la libertad moral y de conciencia para, después, proyectarse sobre la libertad del mercado, pero no al revés. Como se ha encargado de repetir muchas veces, nada más lejos en él que la actitud de esos liberales logarítmicos que "creen que la economía es el ámbito donde se resuelven todos los problemas". Para él, la libertad responsable es el fundamento de la dignidad, y eso requiere una estructura igualitaria y positiva que permita a todos el derecho a decidir sobre su vida, sin dogmas ni ortodoxias. Un producto civilizado, inestable e imperfecto que asegure el derecho a equivocarse y vivir en el entorno pluralista, tolerante y heterodoxo de una sociedad abierta.
José María Lassalle es diputado (PP) y portavoz de la Comisión de Cultura en el Congreso.
Babelia
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