Descubrimiento
Se sabe -son incontables los ejemplos de pésimas películas derivadas de excelentes libros- que la buena literatura y el buen cine no tienen siempre buenas relaciones. No hay espacio aquí para entrar en los detalles de esta compleja incongruencia, que en realidad no lo es más que en apariencia, pero conviene recordar ante cada conversión en película de un relato literario de fuste, que novela y cine discurren sobre tiempos narrativos no sólo diferentes, sino también con frecuencia incompatibles o, para entendernos, intraducibles recíprocamente.El conjunto de sucesos que componen lo que llamamos un argumento novelesco suele ser fácilmente visualizable, pero la peculiar fluencia que la sucesión de estos sucesos adquiere en el verbo de una novela suele discurrir por recovecos y duraciones psíquicas con los que el cine roza, pero con los que jamás se funde: allí donde aquéllos acaban comienza la peculiaridad de éste, y viceversa. Resultado de esto es que muchas novelas que son transcritas al cine con perruna fidelidad a la letra vistas luego en la pantalla resultan ser una involuntaria y catastrófica traición a las interioridades del tiempo de esa letra.
La ciudad y los perros
Dirección y producción: Francisco J. Lombardi. Guión de José Watanabe, sobre la novela del mismo título de Mario Vargas Llosa. Fotografía: Pilo Flores Guerra. Música: Enrique Iturriaga. Producción peruana, 1985. Intérpretes: Pablo Serra, Juan Manuel Ochoa, Gustavo Bueno, Eduardo Adrianero, Liliana Navarro, Aristóteles Picho, Tono Vega. Estreno en Madrid, cine Madrid 1.
La novela de Mario Vargas Llosa La ciudad y los perros contiene un poderoso argumento, narra con orden e intensidad unos enérgicos sucesos que componen una de esas historias que, a primera vista, parecen golosinas para la voracidad de la pantalla y que luego, misteriosamente, se le atragantan. Y esto es lo que, con la probabilidad inclinada hacia el pesimismo, cabía esperar del filme de Francisco Lombardi. Pues bien, este cineasta peruano rompió las presunciones de la lógica y de esta traidora golosina literaria extrajo un filme, un verdadero filme, cuando lo que se esperaba era una vaciedad filmada.
Entramados
Sin alcanzar la talla de la novela, el filme es convincente y no hace en absoluto el ridículo ante ella. Las reducciones a esquemas, por lo demás inevitables, de las complicadas interrelaciones de los personajes elaborados por Vargas Llosa tienen en el filme sabor y fuerza de síntesis antes que de simplificaciones. La médula de la historia y el dramático, duro, amargo y violento aliento que escapa de ella están intactos en el filme gracias a dos circunstancias coadyuvantes que el director sabe, con buen oficio, convertir en una sola: la precisión del guión de Watanabe y la decisión estilística del director de que el filme gravite sobre los actores.La actuación de éstos es el entramado de la credibilidad de cada imagen. Les respalda una dirección muy cuidadosa que se deja ver en la coherencia de cada una de las composiciones de los actores y, sobre todo, en la homogeneidad del engarce entre una composición y otra, lo que es indicio seguro no sólo de que la película cuenta con comediantes muy competentes, sino de que éstos han sido dirigidos con sentido de la complementariedad y, por consiguiente, del conjunto.
Cuando el guión, el estilo de puesta en escena, la actuación y la dirección de esta actuación se superponen y entrelazan en una composición cinematográfica, de tal manera que cada uno de estos factores apoya al otro, es raro que el filme resultante no convenza, porque es síntoma seguro de que su director mantiene firmes en su manos los ingredientes y las dosis de estos que deciden que el filme funcione o no como tal filme. La ciudad y los perros existe como película, posee una fuerte identidad propia por encima de la novela, y esto no es poco.
No se trata de una excepcional película, pero sí se tienen presentes las serias dificultades que un empeño como éste contiene, como mínimo es meritoria globalmente. Y parcialmente más que meritoria, sobre todo en el capítulo interpretativo, sólido siempre, con gran veracidad, y en ocasiones -atención al actor que interpreta al teniente intructor- literalmente magistral, emocionante.
Babelia
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