Israel Galván asombra en París con 'La curva'
Como ha pasado tantas veces en la historia del flamenco, el baile revolucionario de Israel Galván despierta más pasión en Francia que en su tierra. El heterodoxo artista sevillano acaba de estrenar La curva, espectáculo creado el año pasado, en el Théâtre de la Ville de París, y las entradas para los seis días se agotaron hace tiempo. Ayer, a la nada flamenca hora de las tres de la tarde, las 1.000 personas que abarrotaban el teatro municipal siguieron con asombro la hora y cuarto de vanguardia, humor, poesía visual y flamencura que propone Galván, y ovacionaron largamente al improbable cuarteto formado por el bailaor y coreógrafo, la cantaora Inés Bacán, la compositora y pianista flamenca francesa Sylvie Courvoisier, y el compás de Bobote, sublime al jalear a la pianista al grito de "caballo loco".
El bailaor de las soledades, como bautizó a Galván el ensayista Georges Didi-Huberman en su libro de 2006 (Pre-textos, 2008) lleva en La curva su tributo y ruptura del baile clásico a lo más sofisticado y emocionante. El espectáculo es la segunda parte de La edad de oro (2005) y rinde homenaje a Vicente Escudero (Valladolid, 1898-Barcelona, 1980), el genial bailaor de las vanguardias que bailó en París al compás de una máquina de vapor y que en 1924 hizo un recital "de inspiración cubista" en el desaparecido teatro de La Courbe.
Cante deconstruido
La curva produce asombro por su valentía y libertad. La deconstrucción del cante, el baile, el toque y el silencio de Galván, se hace más flexible y natural que nunca. El juego, la ironía, la parodia, la improvisación y la búsqueda parecen más sinceros. "Estamos creando una cosa sin nombre, un mundo nuevo", explica el bailaor en el programa de mano firmado por Jean-Marc Adolphe. Galván, como Escudero, tiene una virtud rara: es el más flamenco siendo el más moderno. Jamás se va de compás, aunque haga pasos, braceos y figuras que muchos consideran antiflamencas. Galván hace música y danza con todo: los pies, las uñas, los dientes, la suela de la bota, las sillas y las mesas, descalzo, y esta vez con una chaqueta de cuero, cuya textura usa para hacer diabluras rítmicas. En el primer solo, sobre el silencio, sin música, levanta la mano y grita "¡taxi!". Luego danza sobre una tabla de acero. Sobre un pequeño círculo de madera. Sobre un lecho de harina. Y el zapateado sobre la mesa, tributo a Alejandro Vega, es un prodigio: plástica de la inteligencia.
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