Gran cine en forma de "jam session"
Tras su trastazo de Prêt-à-porter, merecido por meterse en corral ajeno, el viejo zorro, de talento indomeñable y burlón, Robert Altman se dio cuenta del desaguisado y lo rectificó, dando un violento giro hacia atrás.Volvió a casa y en toda la regla, a su Kansas City natal en el año 1934, cuando él era un chaval de 10 y descubría con los ojos muy abiertos, entre divertidos y asustados, cómo se. abrían horizontes y nubarrones en las calles de lo que era entonces una pequeña urbe isla, gobernada sin demasiados tiroteos de acera (fuegos de artificio que por entonces cosían con plomo las fachadas de los callejones de Chicago, Atlantic City y Nueva York) por un casi armonioso, pero tenso y frágil, acuerdo entre las bandas de gánsteres y sus primos, los policías del fiscal del distrito y los turbios negociantes y políticos de turno.
Kansas City
Dirección: Robert Altrnan. Guión:Altman y Frank Barhydt. Fotografia: Oliver Stapleton. Decorados: Stephen Altman. Música: banda del Hey Club y piezas de Lester Young, Bennie Motten, Count Bassie, John Williams, Coleman Hawkins, Dulce Ellington y otros. Estados Unidos, 1996. Intérpretes: Jennifer Jason Leigh, Miranda Richardson, Harry Belafonte, Michael Murphy, Dermot Mulroney, Steve Buscemi, Brooke Smith. Estreno en Madrid: salas Palacio de la Música, Amaya Tívoli, Conde Duque, Vaguada, Aluche y (en VO) Alphaville.
En aquel tempestuoso oasis (como esa viciada paz de, una bomba que puede estallar en cualquier momento, aunque ahora calle), un día de tormenta del comienzo de ese aludido año, otro estruendo, pero éste de estirpe noble, se apoderó del semisótano de una rinconada golfa de la ciudad: la banda (de apacibles y exaltados músicos, no de flemáticos y mortíferos pistoleros, gariteros y contrabandistas) de Bennie Mottem se enzarzó en una pelea de jam session.
Leyenda viva
La pelea duró incontables horas y en la que los tacos, los aspavientos y los disparos fueron sustituidos por un duelo de genios de saxo llamados Coleman Hawkins y Lester Young, cuyas treguas eran ocupadas por dos aristócratas de alcurnia, el Duke Ellington y el Count Bassie, ante los oídos asombrados de un adolescente llamado Charlie Parker, alias Bird.
Esta celebérrima -me contó un entendido en este asunto que hoy tiene condición de sombra de una leyenda viva: un mito con aire de remoto, pero en realidad casi de ayer- sesión de jazz es lo que vertebra esta trepidante y brillante mirada de Altman hacia atrás y lo que sostiene a una película que devuelve al gran cineasta a su redil, a las fuentes de su identidad y su talento.
De ahí que, para quienes amamos el cine de este gran patriarca del territorio libre del bien llamado off Hollywood, es indispensable asistir a ella y, porque sus creadores lo merecen, quitarnos con su sabor a Altman puro el sinsabor a Altman adulterado que nos dejó hace cosa de dos años aquella pretenciosa inanidad del olvidable y (más que olvidado, muerto) engendro de Prêt-à-porter.
Y si en la cúspide creativa de Kansas City está el socarrón Altman, definidor de Hollywood como "metáfora de América", su batuta orquesta las magníficas actuaciones de Harry Belafonte, Miranda Richardson y Jennifer Jason Leigh, a su vez triple cúspide de una composición coral solidísima, de la que continuamente saltan (como chispazos de una hoguera) rostros inolvidables, que pincelada a pincelada componen un lienzo cinematográfico ejecutado con inteligencia, minuciosidad, solidez y un admirable ejercicio de fusión de ritmos de jazz con la interioridad de los encadenados fílmicos, que sólo supera el dúo de Bird entre Clint Eastwood detrás de la cámara y (recuérdese su portentosa escena dictando un telegrama en trágica cadencia de be-bop) Forest Whitaker delante de ella., En la sombra de esa inalcanzable cumbre, Kansas City es también luz.
Babelia
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