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Reportaje:TEATRO / 'LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO'

Una obra maestra

Fernando Fernán-Gómez ha escrito una obra maestra: Las bicicletas son para el verano. Probablemente su virtud, con respecto a otros autores -nuevos o antiguos, grandes o pequeños- de este tiempo revuelto es no haberse dejado acongojar por tantas cosas como pesan hoy sobre los escritores de textos teatrales; no haber retrocedido ante una narración, ante un tema de guerra civil, y un reparto largo, y una necesidad de decorados. Uno de los graves problemas por el que pasan hoy los autores es el de las coacciones, las disminuciones de su trabajo y de su responsabilidad.El sistema que emplea Fernán-Gómez para su desarrollo es, por buscar precedentes, el de Historia de una escalera, de Buero, que fue ya el de La calle, de Elmer Rice. Es un corte de escenario en una casa de vecindad, con alguna -breve- salida al exterior., Podría de cirse que se encuentran en ese corte de Diablo cojuelo vidas sencillas, vidas cotidianas, de no haber entre ellas un personaje extraordinario, una auténtica creación humana como es el que interpreta Agustín González -con una solvencia y una calidad de gran actor-. Es una obra de cuadros; por tanto, de escenas separadas por el paso del tiempo. Ese tiempo es el de la guerra civil, y eso es lo que da a la comedia de costumbres una dimensión profunda. Si por una parte en la construcción de la obra hay un uso de técnica teatral ya establecida, por esa interiorización y esa profundidad hay un fondo de Chejov, un fondo de Gorki -que cita Umbral en su inteligente nota al programa, y que se cita también en el texto de la obra-.

Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán-Gómez (premio Lope de Vega)

Intérpretes: Gerardo Garrido, Alberto Delgado, Pilar Bayona, Berta Riaza, María Luisa Ponte, Enriqueta Carballeira, Agustín González, Margarita Miguelañez, José María Muñoz, Juan Polanco, Mari Carmen Prendes, Julián Argudo, Concha Martínez, Francisco Ruiz, Fernando Sansegundo, Mar Díez, María Jesús Hoyos, Sandra Sutherland, Antonio Alvarez Cano, Antonia Calderón, José Gómez, María Molero, Ana Guerrero. Escenografía de Javier Navarro. Música de Mariano Díaz. Director: José Carlos Plaza. Teatro Español, estreno 23 de abril de 1982.

No estoy diciendo con esto que Fernán-Gómez haya estado inspirado por unos moldes, unos sistemas, unas maneras, sino precisa mente todo lo contrario: que se ha atenido a una preceptiva teatral que ha escogido, como otros auto res escogen las suyas, para volear en ella algo que sólo es propio, que sólo es su privilegio de escritor: inteligencia, talento, emoción, humor, humanidad.

Lo contemporáneo

Las formas, en teatro, no son nuevas ni viejas: lo contemporáneo -o lo que se suele llamar lo moderno- sólo funciona cuando es contemporáneo, inmediato, el pensamiento que hay en ellas. Así es el de Fernán-Gómez. Es curioso y es interesantísimo que esto suceda con una obra de las que aparentemente pueden llamarse de nostalgia; lo que podría ser una evocación de la guerra civil, unos recuerdos de adolescencia. La paradoja está en que lo que se evoca no se evoca realmente, sino que se presenta: está vivo en el escenario, está sucediendo actualmente en ese escenario. Se ve como si nos estuviera sucediendo a nosotros mismos, y en ese momento. Es una rara virtud de pocos autores en el mundo, y es lo único que puede hacer que el teatro sea realmente teatro: algo importante, algo que existe para algo.Hay dos personajes que se corresponden y que casi producen una simultaneidad: Don Luis y su hijo Luis. Quizá para describir a este personaje riquísimo de ideología subyacente -como quiere el teatro- no pueda acudir a mejores palabras que las de Umbral en el programa: "Un madrileño anti-Arniches, o un arniches pasado por Gorki, un hombre templado, de humor a punta seca, eficacísimo, el mismo humor conversacional del propio Fernán-Gómez".

Es un hombre de una izquierda clara y real, que la lleva a su propia vida y a la de su familia, con un sentido de la libertad dentro de sí mismo y no sólo por dogmas, doctrinas o esquemas: que sabe aplicarla en cada caso de su vida, aun cuando tenga, que contradecir su comportamiento obligado. Un personaje inolvidable. Su espejo es su hijo, que se va formando y haciendo -quizá hacia el mismo camino amargo y claro de su padre- en la guerra civil, en el mundo que le rodea, en los libros, en el primer sexo y en el primer sentimiento.

Que Fernán-Gómez haya tenido un intérprete de primer orden en Agustín González no es extraño: está en la línea de los primeros de nuestro país. Que lo haya encontrado para el papel del niño-adolescente en Gerardo Garrido es una suerte (más bien, claro, un éxito del director José Carlos Plaza en encontrarlo: un éxito empieza con un buen reparto, y este es el caso). Una madre conservadora, "como se es" -pero tierna, humana-, un retablo de figuras que se mueven en el mundo absurdo de la ciudad cercana durante la guerra civil, con sus alegrías y sus pesares en contrapunto...

Doble interpretación

Para este retablo, un grupo de actores capaces de dar esa sensación simultánea de cotidianeidad y de trascendencia. Casi basta con citar sus nombres, porque habría que repetir los mismos adjetivos tras cada uno de ellos: María Luisa Ponte, Berta Riaza, Mari Carmen Prendes, Enriqueta Carballeira, Pilar Bayona... A ninguno de ellos se le escapa el doble fondo, la doble interpretación que tienen que hacer. En un segundo plano -por sus papeles, por sus posibilidades- estarían Alberto Delgado, Margarita Migueláñez, Sandra Sutherland -empezando carreras de actores con muchas posibilida des-, Juan Polanco, Julián Argudo, Fernando Sansegundo, Mar Diez...Puede atribuirse sin duda a José Carlos Plaza, además de la habilidad del reparto, la capacidad de lograr esta unidad de representación y este sentido claro del texto; mucho más estimable en un director que por su estilo conocido está lejos de esta preceptiva, y que por su edad no tiene dentro la guerra civil. Otras aportaciones suyas son más discutibles. Es dificil resolver en un escenario una obra en cuadros que requieren distintos decorados, y José Carlos Plaza ha sufrido esa dificultad.

El decorado simultáneo -un fondo permanente y unos grupos móviles- no parece adecuado a la obra ni -desde mi punto de vista- tiene la estética suficiente. Afortunadamente se olvida pronto: la fuerza del texto y de la interpretación lo borran. La forma de relacionar cuadro con cuadro, a base de música y sonidos, se despega también del estilo de la obra: podría sobrar la música enteramente. Tiene a veces un efecto de fondo de película, a veces realiza un distanciamiento innecesario (no es su calidad lo discutible, sino su aplicación).

A pesar de todo, el movimiento está aglutinado y nada consigue romper la coherencia de su obra.

El éxito fue grande, los aplausos en muchos cuadros y al final de la obra poco equívocos -a pesar de la frialdad y la lejanía de los públicos de estrenos oficiales-; Fernando Fernán-Gómez fue especialmente ovacionado, con sus intérpretes principales y, emocionado y nervioso -una emoción que sobrepasa su larga experiencia profesional-, dio las gracias a todos.

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