Estudiantes en vela
El pasado 14 de abril comenzó en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense un encierro permanente de alumnos, que aún continúa cuando escribo esta nota. Esos estudiantes emplean las largas horas diurnas (¡y nocturnas!) de su enclaustramiento voluntario para debatir sobre el proceso iniciado en Bolonia, destinado a orientar y unificar los estudios universitarios europeos y en el que perciben aspectos realmente inquietantes. No son los únicos: sus motivos de inquietud pueden ser compartidos con mayor o menor alarma por cualquier persona interesada en cuestiones de educación superior.
Hace dos décadas, se inició en toda Europa la aproximación de los estudios universitarios a las demandas laborales de empresas y corporaciones. Parecía lógico acercar la Universidad a la sociedad productiva y beneficiarla con ayudas económicas que vinieran de la empresa privada en busca de buenos profesionales. Pero ya va dando la impresión de que las carreras universitarias se configuran cada vez más para satisfacer las necesidades episódicas del mercado empresarial. Se hacen más cortas y más específicas, de acuerdo con los requerimientos de quienes piden mano de obra cualificada y rápidamente rentable: quien paga, manda. Pronto las antiguas denominaciones de las carreras podrán ser sustituidas por marcas o logos: ya no se dirá "voy a ser filólogo, médico o ingeniero" sino "voy a ser un Pfizer, un Microsoft o un Endesa". Aquí como en otras ocasiones los europeos, mientras seguimos alardeando de antiamericanismo político, nos dedicamos devotamente a copiarles en lo social... y no siempre en sus mejores aspectos.
El número de los que quieren ir a la Universidad desciende
Por supuesto, si la demanda empresarial organiza y estimula cada vez más las nuevas titulaciones (es decir, si se decide su llamada eufemísticamente "rentabilidad social" de acuerdo con la aptitud para captar financiación de agentes externos y no por criterios más académicos) los estudios de humanidades y también de ciencia básica, poco adaptados a la lógica mercantil, irán siendo relegados al armario de las escobas o al desván de los recuerdos en la oferta universitaria. ¿Se nos permitirá a las bestias académicas en extinción un último lamento bajo el sol implacable del provecho, mientras suben las aguas... y los beneficios de algunos?
Por el momento, en España las universidades han pasado del Ministerio de Educación al de Ciencia e Innovación. Antes, cada vez que se hablaba de educación, inmediatamente se discutía el ordenamiento universitario como antonomasia de lo educativo (lo cual era un disparate, desde luego); bandazo al canto y ahora, cuando se mencione el tenebroso panorama educativo, los universitarios nos encogeremos de hombros porque jugamos ya en otra liga más respetable. No sé, no sé: tampoco me gusta este giro.
Entretanto, el número de estudiantes que quiere ir a la Universidad desciende, mientras la variedad de titulaciones que ofertan un poco a la desesperada los centros crece de manera frenética. Estas nuevas carreras, nacidas bajo la sombra boloñesa, recuerdan a veces a los maliciosos el muestrario de habilidades que debía adquirir una señorita a finales del siglo XIX: corte y confección, historia de Filipinas, preparar paella, etiqueta para disponer a los invitados en la mesa, etcétera. Encargada de evaluarlas según criterios que parecen atender más a la alquimia psicopedagógica y la rentabilidad social que a los propios contenidos de conocimiento, la Aneca (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) nunca olvida en sus dictámenes recomendar que se incluyan lecciones referentes a la igualdad de género. Se perfila así un diseño universitario que reviste de moralina edificante los afanes pragmáticos a más corto plazo, según la ideología que aplican en todos los campos nuestros actuales gobernantes.
Los rectores protestan que son exageraciones, que jamás consentirán en mercantilizar la Universidad y acceden a debatir con los estudiantes recelosos. Bien hecho. Pero ¿van a discutir lo que es mejor hacer o a explicarles lo que inevitablemente se hará? Para justificar su doblegamiento ante la Ley Natural, los estoicos decían: non pareo deo, sed adsentior (no obedezco al dios sino que comparto su criterio). Me temo que a los estudiantes les conviene ir haciendo ejercicios de estoicismo...
Babelia
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