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'UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Dylan a la 'française'

Diego A. Manrique

El hombre cumple 70 años de vida y 50 de actividad discográfica. Necesitaba celebrarlo y lo hace con New Yorker, 11 duetos con Jane Birkin, Carla Bruni, Bernard Lavilliers y otras estrellas francesas. Todos cantan temas de Bob Dylan, traducidos por el protagonista, Hughes Aufray. ¿Quién? Lamento comunicar que Aufray es un desconocido aquí: cuando pregunté por New Yorker, en su discográfica española nada sabían del artista o su disco. Una de esas cosas injustas: Aufray vivió tres años en Madrid e incluso cantó en castellano. Aunque, ah, su nombre se atraganta a los que no hablan francés.

Aufray se merece más que una nota a pie de página en las biografías de Dylan: tuvo su responsabilidad en el hecho de que el cantautor triunfara en Francia, acelerando su elevación a mito en toda la Europa continental. Hablamos de 1965, cuando la música folk apenas salía del underground (en España, tardarían años en publicarse los elepés de Dylan). Ese momento trascendental se nos ha contado como una bonita secuencia triunfal de Hollywood: llega Bob y le tout Paris le celebra como un profeta.

Los pómulos marcados y el pelo alborotado daban a Aufray un aire de galán de la 'nouvelle vague

Sin minusvalorar el aplauso de los mandarines de la Rive Gauche, lo cierto es que Dylan encontró tierra abonada gracias al trabajo divulgativo de Aufray. No era un chansonnier de prestigio: tanteaba entre diferentes tendencias e incluso fue a Eurovisión en 1964. Había conocido a Dylan en Nueva York, cuando viajaba como telonero de Maurice Chevalier, y quedó deslumbrado. Colgó el traje con corbata y se empeñó en lo que entonces resultaba una tarea intimidante: traducir el cancionero dylaniano, no sólo los temas narrativos sino también las piezas más torrenciales y desquiciadas.

Tengo debilidad por Aufray chante Dylan (1965). Los exquisitos, claro, detestan las versiones de Hughes: eran evidentemente comerciales, las baladas folk endulzadas por cuerdas y mucho eco en la voz. Aufray, ajeno a prejuicios puristas, también se lanzó a un vigoroso folk-rock. Sus tratamientos eléctricos, más frívolos que los que se hacían en EE UU, tenían un frenesí yeyé que todavía resulta embriagador. Supuso una nueva vía para el pop francés, recorrida felizmente por Antoine, Dutronc y otros chicos listos dans le vent. Aufray era menos creativo pero ofrecía un todo irresistible: con sus pómulos marcados y abundante pelo alborotado, tenía pintas de galán de la nouvelle vague.

Dylan reconoció que Aufray le había despejado el camino: en su trato, no hubo nada de la condescendencia aplicada a Donovan y otros epígonos. Sin embargo, surgió un conflicto económico. Las adaptaciones estaban registradas en la SACEM como obra de Dylan-Aufray; por una peculiaridad de las leyes francesas, Hughes cobraba también un 50% de los ingresos generados por los temas originales, en inglés. Aunque se remedió la situación, Dylan nunca olvidó aquel mordisco a su recaudación como autor en Francia: en 1977, cuando se empeñó en grabar un elepé en castellano, exigió que los adaptadores renunciaran a cualquier derecho de propiedad intelectual sobre su trabajo, a cambio de una cantidad mínima. Como uno de los implicados, recuerdo haber firmado ocho copias de mi renuncia, mientras un directivo de CBS, ligeramente incómodo, se excusaba recordando el caso Aufray.

Con todo, sus caminos volverían a cruzarse. En 1984, el francés fue invitado a cantar The times they are a-changin en un par de conciertos de Dylan. En 1996, editaría el doble Aufray trans Dylan, con envolturas más ortodoxas, de rock-con-raíces, nada de ritmos pour les copains. Y ahora, para celebrar su medio siglo en el negocio, retorna al amigo americano. Advierto que más de la mitad de New Yorker naufraga: el formato de Aufray + famoso + orquestaciones pop se hunde definitivamente en el pantano de las varietés, nada que ver con los robustos discos anteriores. Aunque proporciona cierto placer revanchista el encontrarse allí con Eddy Mitchell y Johnny Hallyday, cocodrilos con tupé, haciendo profesión de fe dylaniana.

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