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Reportaje:

Cuéntame... qué pasó con los reyes

Isabel Burdiel reconstruye el proceso que encumbra y derriba a Isabel II - Las biografías sobre monarcas triunfan entre los ensayos históricos

Tereixa Constenla

Isabel II empezó su reinado como una gran esperanza blanca y acabó huyendo como apestada. Cuando murió en París en 1904, su nieto, Alfonso XIII, mantuvo su agenda y evitó el roce con tan nefasto símbolo. El cadáver de la anciana se envió casi a hurtadillas al panteón de El Escorial. Los Borbones siguientes se alejaron de Isabel II como de un agente infeccioso. Quedó en la memoria colectiva con trazo grueso: La Chata, una casquivana. Incluso los hermanos Bécquer la satirizaron en pinturas pornográficas practicando sexo con confesor y ministros.

Todo eso es cierto, pero eso no es todo. El ensayo de Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, Isabel II. Una biografía (1830-1904), publicado por Taurus (Grupo PRISA, editor de EL PAÍS), es el relato de una decepción. "Las biografías se escriben para abordar problemas históricos", expone, "a mí me interesaba la difícil relación entre monarquía y liberalismo, analizar el origen del desencuentro entre las fuerzas de la modernidad y la monarquía, que ha ido siempre por detrás". "Es un problema europeo, pero España tiene una especificidad: no hay un cambio de dinastía tras la revolución liberal y la misma dinastía se tiene que adaptar a un mundo posrevolucionario", añade.

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Isabel II fue el primer monarca constitucional de España. Pero eso no garantiza un hueco digno en la historia, como el que ocupan con luces y sombras Carlos V, al que Hugh Thomas da otra vuelta en El imperio español de Carlos V (Planeta) o Felipe II, al que el catedrático Geoffrey Parker disecciona en La biografía definitiva (Planeta) con la humildad de avisar: "Nadie tendrá tiempo jamás de leer todos los documentos relevantes sobre el medio siglo que ejerció el poder". Hasta 2.000 papeles llegó a firmar en un día. Y en esos 50 años apenas seis meses discurrieron sin guerra.

Parker ha buceado en la Colección de Altamira, integrada por miles de billetes autógrafos del rey y sus ministros en los que se abordan asuntos trascendentales y menudencias como los "excusados" de El Escorial. A partir de este material, el biógrafo construye un retrato que difiere del trazado por otro hispanista, Henry Kamen. "Ciertamente, algunos acontecimientos, e incluso algunos dominios, escaparon ocasionalmente al control efectivo de Felipe, del mismo modo que escapan periódicamente al control efectivo de todo estadista en tiempos de guerra. Sin embargo, Felipe pasó la mayor parte de su vida tomando decisiones que le permitieran mantener o recuperar la iniciativa", sostiene Parker.

A Felipe II le educaron desde niño para ser rey. A la heredera de Fernando VII, absolutista feroz que firmaba constituciones pensando en el modo de derogarlas, nadie la educó para ser reina por más que la abrazaran como el icono de la modernización. Menos que nadie, su madre, la regente María Cristina, "muy inteligente, hábil, capaz", a la que interesaba Isabel como mero "peón" del poder y que dirigió sus afectos a la segunda familia que formó de tapadillo tras la muerte de Fernando VII con el guardia de corps Fernando Muñoz y Funes. "Isabel fue una niña emocionalmente abandonada y políticamente secuestrada. Tiene una educación precaria en contenidos y moral, se la acostumbró a hacer lo que le daba la gana, sin escrúpulos, y sin importar la traición", expone Burdiel, que dedicó una década a investigar.

Isabel II dejó de estudiar a los 13 años, cuando fue declarada mayor de edad. Si hasta entonces había fallado su formación, a partir de ahí se suceden las maquinaciones, contubernios, calumnias e intrigas desde los círculos familiares y políticos para controlarla. Su vida sexual alimenta comidillas y devora su reputación. Luego vendrá la purga ultracatólica. Hay un cerco machista evidente. "Otros reyes han tenido una vida privada similar y no han tenido los mismo efectos políticos. La reina es deleznable, pero lo que me interesa es ver cómo se fabrica un monstruo, que es producto de la educación, del contexto y de los políticos que luego le achacan las culpas de lo que han fabricado", reflexiona la autora.

Caricatura de Isabel II publicada en <i>Vanity Fair</i> en 1869, en el aniversario de su expulsión del trono.
Caricatura de Isabel II publicada en Vanity Fair en 1869, en el aniversario de su expulsión del trono.

De mayores, como los anglosajones

Fernando Jiménez, jefe de producto de ensayo de la FNAC, cree que, aún estando a años luz de lo que ocurre en el mercado anglosajón, en los últimos tiempos ha aumentado el interés por el género biográfico. La razón que cita tira a sonrojante: "Quizás más por el morbo que suscita la vida ajena, que por el propio interés histórico". Las obras más leídas o, matiza, "al menos las más compradas", son las de la familia real (los reyes y los príncipes). Jesús Trueba, el librero de La buena vida, es tajante: no hay boom ni por asomo. "Pasarán tres generaciones hasta que los españoles sean como los anglosajones y se interesen por la historia como ellos". Dicho lo cual, concede: "No creo que haya más interés que el habitual, pero es verdad que se hacen ediciones más cuidadas". Inés Vergara, subdirectora de Taurus, corrobora su parecer: "No sé si hay una moda, pero hemos visto más interés por la historia". "La biografía había sido hasta ahora un género poco trabajado por nuestros historiadores a diferencia de los anglosajones, que han sabido encontrar el equilibrio perfecto entre una narración fluida y el rigor académico", explica.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.
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