Conjuras invisibles
Noche del 29 de abril de 1936 en Tossa de Mar. Georges Bataille recuerda cómo hace solo unas horas André Masson ha gritado su odio "hacia un mundo que incluso sobre la muerte hace pesar su zarpa de oficinista". No hace ni una semana que el economista Keynes acaba de publicar su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, que se convertirá en una respuesta decisiva a la depresión económica del 29.
Escribo, dice Bataille, en una fría casita de un pueblo de pescadores, un perro ladra en la noche mientras en el fonógrafo suena la obertura de Don Juan. Unos párrafos antes, Bataille ha consumado unas frases que se recordarán durante tiempo: "Ya es hora de abandonar el mundo de los civilizados y su luz. Es demasiado tarde para empeñarse en ser razonable e instruido, lo que ha llevado a una vida sin atractivos. Secretamente o no, es necesario convertirse en otro o dejar de ser".
Bataille citaba la parábola de Keynes como alternativa subterránea a la superficie árida de la economía
Reparé ayer en ese secretamente al tiempo que pensaba en todos aquellos que en la prensa parecen haberse especializado en el verbo "desmoronar", que emplean para todo. Queriendo atraer o amedrentar al lector utilizan ese verbo tanto para un titular sobre el desplome de la Bolsa española como para un titular sobre la supuesta caída de la venta de libros, y digo supuesta porque muchos libreros y editores la desmienten, lo que, bien mirado, tiene mucho sentido si lo relacionamos con un modo de ver el arte al estilo de Petr Rozmberk, por ejemplo: el arte como una conjura invisible que se alza contra el no menos invisible complot de los especuladores de la economía y de la política; el arte como una sociedad secreta conspirando contra las tramas impalpables del poder; el arte como una contraeconomía invisible, como una economía dionisiaca, una cultura del derroche y del deseo; el arte como una economía artística que acogería "secretamente" nuestra necesidad de escapar de la zarpa estatal y "convertirnos en otros".
Se habla mucho de crisis desde el discurso oficial y se exigen una serie de sacrificios y eso convierte a la crisis en una figura retórica, apoyada mediáticamente por la lengua tecnocrática de los economistas, lo que hace que el lenguaje funcione como un elemento de encubrimiento muy notable. ¿Quién no recuerda a Joyce diciendo que ya que no podemos cambiar la realidad, cambiemos al menos de conversación? Es curioso observar cómo el discurso de la queja básicamente viene de los medios de comunicación. Todo indica que hay una monotonía y que aquel que pueda hablar de otra cosa habrá conseguido algo importante.
No voy a olvidarme de Teoría del complot, brillante texto en el que Ricardo Piglia recoge la parábola que precisamente Bataille, en La parte maldita, entresacó de los escritos de Keynes y de su teoría de que el ahorro es pernicioso y la economía progresa cuando abunda el dinero y se está cerca del crack y no del equilibrio. Bataille citaba la parábola de Keynes como una alternativa subterránea a la superficie árida de la economía. La parábola venía a decir que si el Tesoro público metiera dinero en botellas y las enterrara a cierta profundidad en minas de carbón abandonadas y las cubriera de escombros y luego encomendara a la iniciativa privada la tarea de desenterrar el dinero (siempre, claro está, que se obtuviera el permiso para hacerlo por medio de las concesiones de explotación del suelo donde están enterradas las botellas), desaparecería el desempleo, y gracias a sus efectos, la renta real de la sociedad, e incluso su patrimonio aumentarían por encima de los niveles actuales.
Meter dinero en una botella en medio de la noche. Podemos añadir esa alternativa subterránea a la numerosa serie de intangibles conjuras irónicas y políticas que cada día se crean al margen del envenenado y monótono discurso mediático. Ocultarlo todo en la medianoche, siempre a esa hora en la que los invisibles conjurados abandonan el mundo de los civilizados y su podrida luz.
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