Cogida grave de Julio Aparicio
¡Qué frío ayer en Las Ventas! Parecía más propio para un espectáculo de exhibición y doma de osos polares que de una corrida de toros. Lo de Julio Aparicio es una cuestión seria. Julito, como con todo el respeto y el cariño del mundo se le llama en Las Ventas: ¡Venga, Julito!, aunque ayer hiciera sobrados merecimientos para hacerse llamar don Julio. Se llevó una seria cornada en el muslo de 25 centímetros de profundidad, que no le va a hacer fácil la recuperación que ya afronta. Fue entrando a matar a ley, queriendo tocar pelo y ejecutando la suerte con las mismas ganas con las que había estado durante la lidia del primer y único toro que llegó a matar. Éste era un marrajazo que cumplía la primera regla de todo buen Atanasio: hacer querencia en chiqueros, pero no la segunda, la de crecerse a partir de ese momento. Allí que anduvo Julito persiguiéndole por toda la plaza y sacó todo el ahe que tiene, que es mucho, y que no se aprende en ninguna escuela: se tiene o no se tiene, y al hijo del que fuera el gran maestro de la Fuente del Berro, le sobra. Parecía como si no hubiera estado 10 años sin pasarse por Las Ventas; estaba aplomado y con sitio, y ya en el brindis, su cara mostraba la resolución del hijo pródigo, resuelto a enmendar los errores cometidos y dispuesto a enderezar el rumbo de su irregular carrera taurina. Ojalá que la cornada de ayer no influya en los buenos propósitos y hechos que mostró ayer, y que las otras dos tardes que le esperan esta temporada en Madrid nos hagan ver al mejor Julito Aparicio en toda su plenitud.
Puerto de San Lorenzo / Aparicio, Morante, Perera
Julio Aparicio: ovación tras resultar cogido al entrar a matar.
Morante de La Puebla: aviso y bronca; silencio; pitos.
Miguel Ángel Perera: saludos desde el tercio; aplausos.
Plaza de Las Ventas. Domingo, 23 de marzo. Dos tercios de plaza.
¡Qué manera de pinchar la de Morante! Se debió de sugestionar con la cogida de Aparicio y habría preferido matar a sus enemigos a caponazos, antes que cruzarse para ejecutar la suerte suprema. Su ánimo estuvo toda la tarde a tenor de la incierta embestida de los toros del Puerto, que esta vez no mostraron la nobleza de otras, excepción hecha del quinto, de razonable bravura. Se echó mucho de menos esa privilegiada caera, donde remata sus muletazos, pero nos tememos que ese sentir del de La Puebla tiene más que ver con cálidas tardes primaverales y olor a incienso.
Perera, ni fu ni fa. Apuntó sin disparar. Al primero lo analizó cono un entomólogo y lo embarcó bien por la derecha, pero la faena no acabó de coger la altura apetecida. Tampoco acabó por acoplarse del todo al buen son del quinto de la tarde, que era de los que otorgan triunfos, aunque le hizo alguna cosa apreciable.
Babelia
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