Cambiar la vista
Todo puede ser surrealista para quien sabe verlo. Como acredita la muestra La subversión de las imágenes, que puede visitarse en la Fundación Mapfre (Madrid) hasta mediados de septiembre, los surrealistas fueron conscientes de ello desde su misma prehistoria, cuando comprendieron que la fotografía -que iniciaba su madurez- y el cine -aún en su adolescencia- constituían instrumentos fundamentales para suscitar esa otra mirada sobre el mundo que, a fuerza de desvelarlo, facilitaría el logro de aquel objetivo mesiánico ya señalado por Marx y Rimbaud: cambiar la vida.
Breton lo tuvo claro desde el principio. Entre otras cosas porque la imagen fotográfica, que "había asestado un golpe mortal a los viejos modos de expresión", le resultaba el medio más cómodo para conjurar su antipatía a la descripción narrativa: su novela Nadja (1928) -que también puede leerse como otro "manifiesto" del surrealismo-, la reducía al mínimo, apoyándose en 44 fotografías que, más que ilustrar, formaban parte del relato. Para el líder del movimiento, el poder de la mirada era tan omnímodo que estaba persuadido de que a fuerza de contemplar adecuadamente un objeto podía conseguirse no solo descifrar su misterio -quizás su "esencia"- , sino también desvelar la propia vida interior del sujeto. Esa "pulsión escópica", manifestada a través de técnicas, temáticas y motivos muy diferentes, y que late incesantemente en el corazón mismo del surrealismo, es el tema de esta singular exposición.
La fotografía surrealista corrobora que todo objeto, animado o no, puede ser perturbador, más allá de su apariencia
Para los surrealistas, la fotografía se coloca muy apropiadamente entre la sensibilidad subjetiva y el azar objetivo de la vida. Es, en cierto modo, un revelador de lo que se esconde y pugna por salir a la superficie, por manifestarse sin trabas. Basta con cambiar la mirada: de ahí que conviertan retrospectivamente a Atget (esas fotos de escaparates de corsetería) en uno de los suyos, como ya habían hecho con Lautréamont. Desde su entusiasta explotación de las posibilidades que ofrecía el fotomatón (un invento patentado en 1924 y rápidamente convertido en atracción popular), en el que valoraban la posibilidad de expresión sin mediaciones "artísticas", a las sofisticadas composiciones de Man Ray, Claude Cahun o Dora Maar -por citar a dos excelentes fotógrafas representadas en la muestra-, los surrealistas utilizan el medio para ilustrar su concepción del mundo y subrayar la primacía de lo inconsciente.
La fotografía surrealista corrobora que todo objeto, animado o no, puede ser perturbador, más allá de su apariencia. Mostrar el misterio de lo banal por medio del aislamiento, del ángulo insólito, de la deslocalización o del enfoque (lo exorbitantemente grande, lo microscópicamente pequeño), subvertir las imágenes convencionales (las que se dan por supuestas) hasta forzar su secreto, forma parte de la revolucionaria tarea -pero también del juego-, que los surrealistas se impusieron, igual que años más tarde harían los situacionistas (por tantos motivos, herederos suyos) con sus célebres détournements publicitarios. El retrato de Ubu de Dora Maar, logrado a partir de la desmesurada ampliación de la cabeza de un insecto, es, entre otros muchos, un ejemplo paradigmático del modo en que los surrealistas socavan y reinterpretan la "realidad" elaborando sus propias mitologías.
La subversión de las imágenes permite rastrear los mecanismos y preocupaciones del imaginario surrealista, el más influyente de los movimientos artísticos del siglo XX. Un imaginario que impregnó inmediatamente la publicidad y, desde allí, ha permeabilizado las más variadas manifestaciones de la cultura popular. Esta muestra, que no debería pasar inadvertida al lado de otras más espectaculares de esta brillante temporada veraniega, nos invita a mirar de otra manera y nos indica cómo hacerlo. No estoy muy seguro de que tal cosa sirva por sí misma para cambiar la vida. Pero, mientras tanto, ayuda a soportarla.
Babelia
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