Beberse la vida. Los años de Ava Gardner en España
Marcos Ordoñez descubre en este libro una etapa tan interesante como poco conocida de la vida de la famosa actriz
Capítulo I
Algunos años antes
Ava Lavinia Gardner nació el día de Nochebuena de 1922 en Carolina del Norte, cerca de Smithfield, en Grabtown, una comunidad de plantadores de tabaco tan pequeña que ni siquiera figuraba en el mapa.
Era la más pequeña de los siete hijos de Jonas Bailey Gardner, un granjero irlandés, católico y alcohólico, y Mary Elizabeth Baker, una baptista escocesa crecida en Virginia.
Fue bautizada con los nombres de dos muertas: su abuela materna, Ava, había fallecido al dar a luz a Lavinia, su decimonovena hija, que también murió.
La tierra que rodeaba la casa de los Gardner era oscura y fangosa. Ava Lavinia empezó a trabajar en el pequeño cultivo de tabaco de su padre a los seis años. Su labor consistía en limpiar las hojas de larvas y gusanos. Lió su primer cigarrillo a los cinco y comenzó a fumar a los ocho. A los diez se ocupaba de la cocina. El único libro que se podía leer en su casa era la Biblia. Una vez, cuando le preguntaron por su niñez, se limitó a contestar: «Lo único que realmente deseaba en aquella época era estar muerta».
A los 12 años, Ava Lavinia era la chica más guapa de la escuela de Brogden. A los 13 murió su padre, al que adoraba. Nunca se recuperó de esa pérdida y nunca se llevó bien con su madre. Le prohibía salir con chicos, no la dejaba ir al cine. Una noche, a escondidas, vio la primera película de su vida: Tierra de pasión («Red Dust»), con Clark Gable y Jean Harlow. Jamás se le habría ocurrido que acabaría protagonizando su remake junto al gran Gable: Mogambo.
A los 18 años, en el verano del 40, salió por primera vez de Smithfield para visitar a Beatrice, Bappie, su hermana mayor. Cuando nació Ava, Bappie tenía 19 años, y se convirtió para ella en una segunda madre. El primer matrimonio de Bappie había sido un fracaso. Se divorció y se fue a Nueva York, donde se casó de nuevo con un fotógrafo, llamado Larry Tarr, que tenía su estudio en la esquina de la Quinta Avenida con la calle 49. Tarr, impresionado por la belleza de Ava Lavinia, le tomó unas fotos, y un joven recadero de la Metro llamado Barney Duhan las vio en el escaparate del estudio. Haciéndose pasar por un cazatalentos, dijo que se las enseñaría a Marvin Schenk, jefe del departamento de contratación. Era un truco viejísimo para salir con aspirantes a artista, como Larry Tarr no tardó en descubrir, así que decidió tomar el asunto en sus manos y llevó las fotos personalmente a Ben Jacobson, el auténtico encargado de la búsqueda de nuevos valores.
Ava Lavinia llegó a Hollywood el 23 de agosto de 1941 para su primera prueba. El encargado de realizarla fue George Sidney, que años más tarde la dirigiría en Magnolia. Sidney recuerda a una muchacha que no soportaba los zapatos de tacón ni el sujetador. En su ficha anotaron: «Medidas: 36-30-26. Talla: 1,70. Peso: 48 kilos».
No hace falta describir su rostro. Hay disensiones acerca de su cabello (negrísimo para unos, con reflejos rojizos para otros) y sus ojos: eran verdes y brillantes, herencia de su padre, aunque hay quien los recuerda con matices amarillos. Tenía un acento sureño tan marcado que parecía hablar en un idioma extranjero. Louis B. Mayer, presidente de MGM, dijo: «No sabe actuar, no sabe hablar, pero es deslumbrante».
La Metro le hizo firmar un contrato de 50 dólares a la semana por siete años. Según sus cláusulas, estaba obligada a aceptar cualquier papel, a posar en sesiones fotográficas, conceder todas las entrevistas que se le asignaran, no beber, comportarse correctamente en público y pedir permiso al estudio cada vez que necesitara salir de Los Ángeles. Tras la firma, Mayer la envió a tomar clases de dicción con Lilian Burns y Gertrude Vogler para que le quitaran el acento y le enseñaran a vocalizar.
Bappie, que por aquellos días se había divorciado de Larry Tarr, se fue a vivir con ella a Hollywood y encontró trabajo como vendedora de bolsos en Magnin, unos almacenes de Beverly Hills.
A poco de su llegada, Ava conoció a Mickey Rooney, la superestrella de la Metro gracias a las películas de la serie Andy Hardy: el perfecto chico americano, el hijo travieso pero de buen corazón que todas las madres desearían tener. Cuando le vio por primera vez, el joven actor rodaba Babes on Broadway («Hijos de la farándula») disfrazado de Carmen Miranda, con pestañas postizas, falda, sostén, sandalias de plataforma y los labios pintados de rojo intenso: no parecía el mejor comienzo para un romance. Rooney se acercó a Ava para pedirle una cita. Ella se sintió halagada, pero no aceptó. A lo largo de la semana siguiente, Rooney continuó insistiendo cada mañana hasta conseguirlo. En su primer encuentro la invitó a cenar en Chasen's, el restaurante más caro de Los Ángeles, y Ava se presentó con su hermana como carabina.
Rooney se volvió loco por Ava. Le enviaba ramos de rosas y orquídeas, la recogía en su Lincoln para llevarla a los estudios y la devolvía a su casa por la tarde. Siguió un intenso y estudiado programa de festejos. Cenaban en Romanoff, bailaban en Mocambo, tomaban cócteles en Don The Beachcomber y acudían juntos a los estrenos importantes.
A Louis B. Mayer no le hacía ninguna gracia aquella relación, porque pensaba que Rooney podría perder al público adolescente.
El 10 de enero de 1942, poco después de cumplir 19 años, Ava se casó con él en una iglesia presbiteriana de Ballard, un pequeño pueblo cerca de Santa Bárbara. Les Peterson, un publicitario de los estudios enviado por Mayer, les acompañó durante la luna de miel y se aseguró de reservar una habitación con nombre falso: cuatro días en el hotel Del Monte, en Carmel, cerca del lugar donde se habían casado.
Se divorciaron al año siguiente. Rooney dijo: «Era demasiado joven para aceptar las responsabilidades del matrimonio. Perdí todo nuestro dinero apostando a los caballos. No quería renunciar a las apuestas, las copas y las otras mujeres». Ava dijo: «Éramos unos críos. Nuestra vida estaba en manos de otras personas, y no tuvimos la menor oportunidad».
El día de su divorcio coincidió con la muerte de su madre, Mary Elizabeth Baker, enferma de cáncer. Ava viajó a Smithfield, y su llegada fue anunciada en la primera página del diario local. A su vuelta, se instaló con Bappie en un apartamento en Westwood, cerca de Hollywood, donde había pasado los primeros meses de su matrimonio. No tuvieron problemas económicos. Podía haber exigido la mitad de los bienes de Rooney, pero se conformó con 25.000 dólares, un automóvil y las joyas y abrigos de piel que él le había regalado.
Una serie de fotos muestran a Ava divirtiéndose o aparentándolo en sucesivas noches que parecen la misma. Con Peter Lawford. Con Turhan Bey. Con Fernando Lamas. Con el cantante Billy Daniels. Con el abogado Greg Bautzer, un antiguo amor de su amiga Lana Turner. En el Ciro's. En el Mocambo. En el Romanoff.
En 1943 comienza su relación con el multimillonario Howard Hughes, de quien se decía que sólo le interesaban cuatro cosas en el mundo: el dólar, la aviación, el cine y las mujeres con pechos grandes. En una ocasión, al enterarse de que Ava había pasado toda la noche bailando en el Mocambo con un torero mexicano, Hughes le dislocó la mandíbula de una bofetada. Ella le golpeó con una estatuilla de bronce y le dejó sin sentido. La leyenda detalla diversos regalos de reconciliación, que van desde un Cadillac como obsequio de Navidad hasta un barril lleno de helado de naranja acompañado de la nota «Con amor, Howard».
Durante los dos años siguientes, Ava salió exclusivamente con Hughes. La relación se prolongaría a lo largo de veinte años.
En 1945, Ava consigue su primer papel protagonista en Whistle Stop y sorprende a George Raft besándole con la boca abierta. En los cines, el público masculino se volvía loco con esa escena. Variety escribió: «Ava Gardner realiza su mejor trabajo hasta la fecha». Ese mismo año le presentaron en el Mocambo al clarinetista y director de orquesta Artie Shaw, que acababa de volver del frente. Ava tenía todos sus discos, y Shaw cuatro matrimonios a sus espaldas. El primero, con June Carns; el segundo, con una enfermera llamada Margaret Allen. El tercero, con Elizabeth Kern, hija del compositor Jerome Kern. El último, y más tempestuoso, con Lana Turner. También había vuelto locas a Judy Garland y Betty Grable.
La noche del Mocambo, Shaw le dijo que la consideraba la mujer más perfecta, física y espiritualmente, que nunca había conocido: otro mal comienzo. Ava se trasladó a la casa de Shaw en Bedford Drive, cerca de Sunset Boulevard. Mayer se enfureció, y Bappie hizo todo lo posible para convencerla de que un escándalo era lo que menos le convenía. En la Metro se aceptaba el divorcio, pero no que las celebridades «vivieran en pecado». Louella Parsons y Hedda Hopper preguntaban una y otra vez en sus columnas: «¿Para cuándo la boda?». Mayer podía haber despedido a Ava por la cláusula moral de su contrato, pero el éxito de Whistle Stop le disuadió.
Entre mayo y junio del 45, Ava rodó la película que habría de convertirla en una estrella: Forajidos («The Killers»), de Robert Siodmak, basada en el brevísimo, fulminante relato de Hemingway. John Huston, Anthony Veiller y Richard Brooks escribieron el guión. Walter Wanger, que se había fijado en Ava en Whistle Stop, se la recomendó a Mark Hellinger, productor independiente bajo la tutela de la Universal, el primero en tomarse en serio sus aspiraciones de actriz. Siodmak dirigió una prueba con Ava y el debutante Burt Lancaster que entusiasmó a los jefes del estudio. Lancaster interpretaría a Pete Lunn, El Sueco, el gánster que aceptaba resignadamente la muerte al comienzo de la película, y Ava sería Kitty Collins, la mujer que le llevó a la perdición. Hellinger tuvo que insistir mucho para que Mayer le prestase a Ava durante cinco semanas. Cerró el trato ofreciendo a la Metro 5.000 dólares. Ava cobró 350 a la semana.
Robert Siodmak fue su primer maestro. La ayudó a vencer su inseguridad, a modular la voz, a transmitir emociones con la mayor economía posible. Edmond O'Brien, que interpretaba al agente de seguros Jim Reardon, el hombre que investiga la extraña muerte de El Sueco, le contó a Charles Higham1: «Siodmak estaba tan fascinado por Ava que la dejaba dominar visualmente cada escena. Nos empujó realmente al límite de nuestras posibilidades, a Ava, a Burt y a mí. Una vez que cayó enfermo y fue reemplazado por un día estuvimos a punto de perder el norte». Envuelta en un vestido negro de escote vertiginoso, Ava cantó por primera vez, con voz oscura y sensual, The More I Know of Love, the Less I Know, compuesta por Miklos Rosza.
Forajidos se convirtió en el acontecimiento de la temporada, todo un triunfo de público y crítica, batiendo el récord de taquilla con casi tres millones de recaudación. La revista Life le dedicó siete páginas, que acababan con esta frase: «No hay ni un actor conocido, y sin embargo las interpretaciones son dignas de un Oscar». Ningún miembro del equipo se llevó un Oscar —fue el año en que arrasó, previsiblemente, Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler—, pero Ava regresó a la Metro con el premio Look a la debutante más prometedora. Hemingway le diría, años más tarde, que era la única película basada en una de sus obras por la que sentía verdadera admiración.
Presionados por la prensa y los estudios, Ava y Artie Shaw se casaron el 17 de octubre de 1945. Pasaron la luna de miel en Nueva York, porque el músico tenía que actuar en el Paramount Theatre. El matrimonio duró poco más de un año. Ava comentó: «Artie quería vivir en Nueva York, pero mi carrera estaba en Hollywood. No soportaba a mis amigos ni yo a los suyos. Se burlaba de mí porque sólo había leído Lo que el viento se llevó, así que me organizó un cursillo cultural acelerado: conferencias, seminarios, música clásica, libros y más libros. Me matriculó en unas clases de literatura y economía en la Universidad de Los Ángeles. Hizo que visitara a su psicoanalista, May Romm, tres veces por semana. Todo tenía que hacerse según su voluntad. Yo estaba loca por él, pero no teníamos ningún interés común ni podíamos vivir juntos. Me marché antes de que me anulara».
Años más tarde, Artie Shaw declaró a Motion Pictures: «Cuando la conocí era una buena chica que aún no se había malogrado. Vivimos juntos casi un año antes de casarnos, y eso entonces no estaba permitido. Ava dijo luego que nunca habíamos tenido un verdadero matrimonio, pero es mentira. Si se acabó fue por culpa del estrellato y la publicidad. Y por su hermana Bappie, que intentó que atrapara a Howard Hughes y le obligase a casarse con ella».
El 16 de agosto de 1946, Ava presentó la demanda de divorcio, pidió recuperar su apellido de soltera y renunció, como había hecho con Mickey Rooney, a exigir la mitad de los bienes de Shaw. Obtuvo el divorcio en octubre, exactamente un año después de la boda.
El incombustible Howard Hughes volvió a proponerle matrimonio; ella, de nuevo, se negó. Colofón de la leyenda: el multimillonario siguió enviándole un ramo de rosas rojas cada cumpleaños, acompañado por una tarjeta con las iniciales H. H.
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