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DESPIERTA Y LEE
Columna
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Almanaques

Fernando Savater

Si ahora que llega la Navidad no se pone uno nostálgico, ya me dirán cuándo. Ah, que a usted no le gustan los tópicos... Pues entonces será que no le gusta la vida, porque la vida está hecha de tópicos. Esa enfermedad suya no la puedo yo remediar, de modo que vuelvo a la nostalgia. Llega otra vez la Navidad y regresa también, obediente y vital, la nostalgia. ¿De qué, de quién? De tanto y de tantos... En mi caso, sobre todo, de los almanaques.

No me refiero a los calendarios más o menos zaragozanos, esos gruesos tacos en los que cada hoja era un día -negros los laborables, rojos los domingos y fiestas de guardar- y en cuyo reverso podíamos leer una cita célebre, un aforismo o una anécdota curiosa de Leonardo o de Espoz y Mina, vaya usted a saber. Simpáticos pero prescindibles: me avengo a vivir sin ellos. En cambio, resulta difícil aceptar que ya no volverán los almanaques de aquellos tebeos (aún no se habían inventado los cómics) de mi infancia.

Los personajes de cada historieta se enfrentaban a algún episodio de ambiente pascual

Aparecían puntual y escalonadamente, dos o tres semanas antes de la llegada propiamente dicha de las fiestas. Ahora les llamaríamos números extraordinarios de Navidad, pero para nosotros entonces eran almanaques: el de Jaimito, el del TBO, el de Tío Vivo, el de Pumby, el de Tres amigos... Y también, por supuesto, el de las series de grandes aventureros como el Capitán Trueno, el Jabato, el Cosaco Verde o Roberto Alcázar y Pedrín. Yo los compraba todos, incluso los de varios tebeos que no frecuentaba semanalmente durante el año. ¡Y con qué ilusión esperaba su llegada al quiosco, con qué impaciencia echaba de menos al que se retrasaba en la cita! No sólo es que nunca haya vuelto a esperar nada con ilusión semejante, sino que todo lo que luego he aguardado con ilusión fue gracias al rescoldo de aquella otra con que anhelaba los almanaques.

Estos almanaques seguían unas convenciones tan fijas como los rituales funerarios del antiguo Egipto. Los personajes de cada una de las historietas se enfrentaban a algún episodio de ambiente pascual, con obligada profusión de muérdago, turrón y champán. El tono era invariablemente ligero, menos ácido en las sátiras y menos violento en los episodios de mis héroes favoritos (siempre españoles, claro, porque no había almanaques de yankis tan queridos como Hopalong Cassidy, Red Ryder o Gene Autry): después, todo acababa en la cena navideña de la última viñeta, compartiendo el inevitable pavo -sólo Goliat solía blandir para la ocasión un muslito de vaca...- mientras brindaban por la felicidad del año entrante: aquellos cincuentas y primeros sesentas, ay, hace tanto tiempo perdidos.

La inocencia del conjunto era realzada por los mínimos pero perdurables apuntes gratamente culpables: las curvas adivinadas de Sigrid, a las que siguieron más tarde las ya muy explícitas de las mozas dibujadas en Can-Can por Robert Segura (acaba de morir, las huríes le acojan en su seno: para mi generación, fue nuestro Alberto Vargas), que me estimularon mucho más y más conspicuamente que su personaje de Rigoberto Picaporte. Desde el punto de vista del más antiguo arte manual, siempre defenderé la primacía de los dibujos eróticos sobre las fotografías de igual género, a veces demasiado clínicas (pace Betty Page, que también acaba de morir). Decía Cioran que el seductor empieza como poeta y acaba como ginecólogo: la ilustración picante, de Boucher a Segura o Vargas, nos dejan a medio camino, el lugar más placentero.

El encanto de aquellos almanaques consistía en reunirnos en una fiesta navideña sin discusiones ni malos rollos (como a veces padecen las demás) con la otra familia que nos acompañaba durante todo el año: la familia Ulises o Morcillón y Babalí, Carpanta, Ángel Siseñor, Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, el Reporter Tribulete... ¿Acaso no formó parte de mi familia el Capitán Trueno? ¿Alguien podrá negarme que fui primo de Taurus y cuñado de Fideo de Mileto? Ahora ya no están y se reúnen en la memoria con los otros parientes perdidos, más carnales e íntimos. Es la nostalgia, el tópico cíclico de estas fechas, del que estamos hechos y que nos deshace.

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