Los sueños de la razón
Llega por fin Viva la muerte, con dos lustros de retraso, aparte de los que ya supone la película en sí. No en balde dijo Buñuel, al conocerla en Cannes: «Esto lo hacía yo hace cuarenta años». Tan viejo es el surrealismo en el cine. Tanto El perro andaluz como Las Hurdes suponen una revelación del subconsciente, un sacar a la luz los procesos secretos que luchan o conviven en el interior del hombre.Esta primera historia de Arrabal, versión cinematográfica de su novela Baal Babylone, se abre también sobre esas dos vertientes aludidas: una real, la guerra de España; otra onírica, donde el sueño de la razón se nos muestra en fantasías de colores.
El movimiento «pánico» según sus principales sacerdotes, es ante todo «una manera de ser presidida por la confusión, el humor, el terror, el azar y la euforia». Por ello, quien busque en esta historia un desarrollo lógico o lineal, quedará totalmente defraudado. Arrabal muestra, como es habitual en él, una necesidad constante de provocar, más imperiosa aún que de narrar, lo cual le lleva en ocasiones a secuencias gratuitas. Su ir y venir constante, desde la fantasía hasta la realidad, su afán de mostrar y demostrar que la vida es, a la vez, drama y basura, risa y llanto, le obliga a un juego constante que hace más evidente cierto refinamiento a la hora de buscar obsesivas imágenes.
Viva la muerte
Dirección: Fernando Arrabal. Guión: Fernando Arrabal, basado en su novela Baal Babylone. Guionista: Claudine Lagrive. Fotografia: Jean Marc Ripert. Intérpretes: Nuria Espert, Anouk Ferjac, Mahai Chaouch, Iván Henriques, Jatzia Klibi, Mohamed Bellasqued. Francia-Túnez. 1970. Local de estreno: Bellas Artes.
Heredero de Tristán Tzara y los dadaístas, su mayor preocupación consiste en epatar. Su galería de sueños es la habitual en otros filmes: muerte, blasfemia, defecación, degüello de animales a los acordes del preludio de La verbena de la paloma, algo así como un baño de sangre, un baño de Arrabal que nos narra su vida desde el comienzo de la guerra española hasta la muerte de su padre.
Dice Moravia que la acción sucede en un pueblecito español. Extraño pueblecito éste, repleto de moros, salvo Nuria Espert, cruzado por camiones con matrícula de Túnez, soldados tunecinos también, barberos árabes y enlutadas plañideras. Las dos historias o, por mejor decirlo, las dos caras de un Arrabal adolescente, se mezclan y confunden de modo constante, más allá del subconsciente, más acá de la edad, por encima de cualquier rigor narrativo que las lleve adelante, convertidas en memoria deformada, transfigurada, donde el color supone los hallazgos mejores.
El juego del cine
Afirmar que la técnica en este caso es pobre es, reducir al cine a términos más pobres aún. Hay aquí una voluntad evidente de olvidar un oficio que no se domina. Para Arrabal el cine es sólo un medio, un juego donde «se juega a cosas locas» y es inútil tomarlo más allá de sus propias definiciones.Vista con ojos españoles, Viva la muerte choca ante todo por su geografía, sus personajes y situaciones que a ratos lindan con el tópico, y por sus diálogos elementales. No choca su intención, ni su imaginería escatológica, museo de horrores al que a la postre se acaba el público acostumbrando.
Los desastres de la guerra los conocemos todos; los sueños de la razón iluminaron no sólo España, sino el perfil de otros países en teoría menos salvajes, donde se atormentó, castró, mató y quemó, desde las cámaras de gas hasta el Vietnam, Hiroshima y Nagasaki.
Para los ojos que nos miran de fuera ya se sabe que el Tercer Mundo empieza a este lado de los Pirineos. Para Arrabal también. Cuando de su obra se trata, aparte de los consabidos Goya, Solana o Valle, pasaporte inevitable para el salto a Europa, suele hablarse también de su candor infantil. La verdad es que tal candor casa mal con su afán obsesivo de la publicidad. Se dirá que ese afán es su más claro rasgo de personalidad. El es protagonista principal de esta historia junto a Nuria Espert, cuya belleza y arte -cuando Arrabal se lo permite- dan sentido y medida excelente a su complicado personaje.
Babelia
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