El primer resbalón
A las películas de itinerario, de largo viaje de regreso al hogar o de huida de este, no les basta con que haya un objetivo final en la mente del héroe o antihéroe, y que aquel llegue (o no) a cumplirse. El viaje físico debe ir acompañado de un trayecto personal, con toda probabilidad moral, que transforme a los personajes, los convierta en otros.
Con toda seguridad, semejante teoría, ni nueva ni original sino simplemente básica, está al alcance de la sabiduría de un director tan magnífico como Peter Weir. Pero quizá las ramas no le han dejado ver el bosque y la epopeya en la que se basa Camino a la libertad, su nueva película, ha acabado haciendo demasiado lineal una historia en teoría apasionante.
CAMINO A LA LIBERTAD
Dirección: Peter Weir. Intérpretes: Jim Sturgess, Ed Harris, Saoirse Ronan, Mark Strong. Género: drama. EE UU, 2010. Duración: 133 minutos.
La gran paradoja de la película es que solo engancha cuando está quieta
Ya se sabe: que unos hechos reales sean admirables desde el punto de vista humano no significa que su traslación a una producción cinematográfica tenga emoción. Y por primera vez en su larga carrera, Weir ha compuesto una obra que, a pesar de narrar un episodio ejemplar de lucha por la vida, no emociona.
El australiano, con al menos una decena de películas sensacionales de todos los géneros en más de 35 años de carrera (Picnic en Hanging Rock, La última ola, Gallipoli, El año que vivimos peligrosamente, Único testigo, El club de los poetas muertos, El show de Truman, Master & Commander...), uno de los más grandes realizadores vivos, se ha fijado esta vez en una novela autobiográfica de Slavomir Rawicz, un represaliado del régimen estalinista que logró escapar de Siberia para acabar realizando una de esas odiseas a pie que si no se supiera que han sido reales nunca serían verosímiles. Sin embargo, la gran paradoja de una película en continuo movimiento es que Camino a la libertad solo engancha cuando está quieta: en la media hora inicial, en el campo de concentración, donde Weir deja notar la calidad de sus diálogos, y en donde los retratos de caracteres son más logrados, comenzando por ese portento de personaje que no quiere escapar (Mark Strong, el poder de la mirada), pero que, cual sanguijuela, se alimenta de la ilusión de los demás por poner tierra de por medio para mantener su esperanza en la existencia. Lástima, porque en cuanto el grupo se escapa, él, que no tiene la menor intención de hacerlo, desaparece de la película. Y se acabó el mejor personaje.
A partir de ahí, el itinerario es únicamente físico y nunca moral, el personaje protagonista acaba la epopeya igual que la empieza, y a los sucesivos encuentros, desventuras, muertes y supervivencias del grupo, con un tono a medio camino entre la lírica y la épica, les falta envergadura dramática y análisis político, mientras les sobra monotonía.
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