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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un aire de derrota

"La verdad es como una partícula elemental: no se puede dividir", reza un rótulo al comienzo de esta absorbente, bien que en el fondo incluso benévola versión cinematográfica de la celebérrima novela homónima de Michel Houellebecq. Y benévola porque más que ajustarse a la crudeza del original, el alemán Oskar Roheler pule de éste algunos de sus más sórdidos hallazgos e incluso permite, en un final que nada tiene que ver con el de la novela, un respiro frente al drama.

Y sin embargo, ni la radicalidad de las provocaciones del francés faltan en el discurso, ni éste es edulcorado más allá de lo moralmente irreprochable. Así, por ahí asoma el terrible ajuste de cuentas entre esos dos hermanos y la (no) educación recibida de una madre hippy y desapegada, empeñada contra toda lógica en no envejecer. Ahí está también la dura provocación de Houellebecq, su inclemente recriminación a la generación anterior, la de sus padres sesentaiochistas, a los que muestra en una inconsciente e irreversible decadencia moral. No extraña, pues, que la película dé la clave de la felicidad en una estricta filosofía arcaica, la de no pedir nada a nadie, como los padres de Annabelle (Franka Potente), ella ama de casa, él un marido que trabaja fuera: en la familia anterior a la liberación femenina.

LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES

Dirección: Oskar Roheler. Intérpretes: Moritz Bleibtreu, Christian Ulmen, Franka Potente, Martina Gedeck, Nina Hoss. Género: drama, Alemania, 2006. Duración: 113 minutos.

Más información
La difícil relación del iracundo Michel Houellebecq con el cine

Y es que, como las partículas elementales, la verdad no se puede dividir. De ahí que sus aristas se antojen difíciles de soportar, pero también que resulten inextricablemente compactas, y paradójicas. A la postre, lo que se abre paso por el filme es un recurrente desencanto, la celebración de la vida como una ceremonia siniestra, en la que el azar jamás es un aliado, sino un desencadenante de la tragedia. Es un filme, quedó dicho, duro a pesar de su suavización; es posible que los estrictos amantes de Houellebecq echen en falta algo más de vitriolo; pero quienes se acerquen por primera vez a su mundo saldrán sin duda alguna tan golpeados por las imágenes de Roheler como por el general aire de derrota que la película recrea con contención y sin estridencias.

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