Corruptelas policiales
Con Training day, estrenada en 2001, el estadounidense Antoine Fuqua rellenó una especie de solicitud con la que postularse como el legítimo heredero del Sidney Lumet maestro de la corrupción, del enérgico thriller policial con carne, sangre y, sobre todo, mentes y actitudes alejadas de la normativa social, política, legal, cultural. Sin embargo, una década después, los zigzagueos de su carrera, con el resbalón bélico de Lágrimas del sol (2003), un olvidable Rey Arturo (2004) y un thriller con más artificio que poso (Shooter, 2007), lo han dejado en una más que discreta segunda fila de la que tampoco logra salir con Los amos de Brooklyn, un regreso a los orígenes de Training day, policías corruptos al borde del abismo profesional y moral, con plantel interpretativo muy comercial, que en ciertos momentos apunta maneras pero que, con más metraje del necesario, acaba sucumbiendo a la rutina en el retrato de algunos de sus personajes.
LOS AMOS DE BROOKLYN
Dirección: Antoine Fuqua. Intérpretes: Richard Gere, Ethan Hawke, Don Cheadle, Wesley Snipes. Género: thriller. EE UU, 2009. Duración: 132 minutos.
Quizá inspirado en la sobriedad de la serie The wire (a la postre, la legítima heredera de los inolvidables serpicos de Lumet), Fuqua ha templado sus cortantes montajes y sus constantes movimientos de cámara, e incluso comienza su película con uno de esos arranques metafóricos que engloban todo el fondo de un capítulo de la serie de David Simon (lo que los americanos llaman cold open), justo antes de los créditos iniciales. El problema es que aquellas impactantes primeras escenas de The wire estaban escritas por gente como George Pelecanos y Richard Price, tan conocedores del lenguaje de la calle como de la retórica de Shakespeare, y en la cold open de Los amos de Brooklyn, a pesar de un muy elegante detalle de puesta en escena gracias al fuera de campo, se nota que se quiere otorgar trascendencia con un diálogo de altura que, en realidad, si se rasca la superficie, solo contiene retórica más bien barata.
Por otro lado, la austeridad y la sequedad del estilo de The wire no tienen continuación en un retrato verdaderamente profundo de sus criaturas. Quizá mejor en sus tres protagonistas, expuestos en paralelo a lo largo de todo el relato, sin que lleguen a converger sus odiseas hasta una última acción que los une al alimón en un triunfo que resulta mísero y en una miseria que resulta triunfal, pero en modo alguno en los de varios de sus secundarios, comenzando por el narcotraficante que encarna (por decir algo) como una máscara de sí mismo Wesley Snipes, y terminando por esa Ellen Barkin de mirada presuntamente perversa que solo es una mueca, meros esbozos de la verdadera inquietud ética que debería producir la película, y que sí apuntaba aquella Training day con la que Denzel Washington llegó a conseguir un Oscar.
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