Los hijos de la 'perestroika'
Una antología reúne a los nuevos valores de las letras rusas - Nacidos con el declive de la URSS, su llegada a España coincide con un 'boom' editorial
"Entre Tolstói y Dostoyevski me quedo con Chéjov". La broma de Ricardo San Vicente, responsable de la edición de las obras completas del autor de Crimen y castigo, es en el fondo un buen resumen de la fuerte presencia que tradicionalmente han tenido en España los clásicos rusos. Últimamente -y con permiso de Pushkin, Gógol, Bulgakov, Pasternak, Tsvietáieva o Solzhenitsyn- esa presencia ha dejado de ser omnipresencia. Hasta el punto de que el panorama editorial español ha empezado a ponerse al día descubriendo autores de referencia pero inéditos en España, sellos que -como Nevsky Prospect- se dedican exclusivamente a la literatura rusa o antologías que -como El segundo círculo (La otra orilla)- reúnen a los escritores más jóvenes.
"Nos hemos vuelto el país más capitalista del mundo capitalista"
La literatura pierde peso en Rusia. Por eso no hay censura. En la televisión, sí
Más allá de que 2011 sea oficialmente el año Rusia-España y de que el Museo del Prado cambie cromos con el Ermitage, ¿qué ha ocurrido para que las librerías españolas vivan ahora su particular revolución rusa? Para James Womack, profesor, traductor y director editorial de Nevsky, vivimos una doble normalización: una política, de las relaciones entre ambos países; otra estrictamente literaria. "La literatura rusa que había llegado a España", dice, "era o bien la que representaba el alma del país casi de forma mística o bien la que se enfrentaba a un sistema político totalitario. Por esos dos caminos Rusia llegó a todo Occidente, pero es obvio que había mucho más. Entre otras cosas, una larga tradición humorística".
Para Womack, además, el cambio de aires se ha visto acompañado por un momento dulce de la traducción en España. Por un lado, las ayudas de la Fundación Mijail Projórov -"Un millonario que decidió no comprar equipos de fútbol"- ha animado a muchas editoriales. Por otro, el rotundo éxito de la versión que en 2007 Marta Rebón hizo de Vida y destino, de Vasili Grossman, hizo pensar a los lectores que había algo más allá de los nombres de siempre.
"Hay un grupo de traductores excelentes de varias generaciones. Y el míster es Ricardo San Vicente", dice James Womack, que recuerda el gran peso que los escritores han tenido siempre en Rusia. Un peso tan grande, apunta por su parte el propio San Vicente, que tradicionalmente han sido "las víctimas preferidas del poder" y, a la vez, "la voz más escuchada y a menudo venerada por el pueblo".
Sin embargo, parece a punto de perder sentido el viejo chiste de Osip Mandelstam de que el Estado ruso era el que más valoraba a sus autores porque estaba dispuesto a matarlos.
"Hoy en Rusia la literatura no se censura. Esta se reserva para la televisión", dice San Vicente en la Feria del Libro de Madrid. A su lado están tres de los seis autores reunidos en El segundo círculo, una antología que, con prólogo suyo, recopila la obra de algunos de los galardonados con el premio Debut, creado en 2000 por una fundación privada para apoyar a los narradores menores de 25 años. Uno de ellos es Alisa Ganíeva, que firma con el pseudónimo masculino Gula Jiráchev. Nacida en 1985 en la caucásica Daguestán -una república autónoma de la federación rusa vecina de Chechenia y con más de cien etnias distintas- la autora decidió lanzarse a escribir sobre aquello que nadie estaba contando: la vida de su propia generación. "A raíz de la guerra chechena", explica, "el sector productivo entró en crisis, los jóvenes se quedaron sin posibilidades y muchos han terminado matando policías y llevando una doble vida que desconocen hasta sus padres".
También Igor Savéliev, nacido en 1983 en Bashkiria, cerca de los Urales, escribe sobre su propia experiencia como autoestopista para retratar un país en el que un pope -excombatiente de, otra vez, la guerra de Chechenia- puede conducir un todoterreno camino del monasterio que dirige. De los Urales, pero de Solikamsk, es igualmente el mayor de todos, Alekséi Lukiánov (1976), un herrero que utiliza como inspiración a los miembros de su cuadrilla de mantenimiento del ferrocarril: "Algunos me piden derechos de autor".
Pese al privilegio que supone ganar el premio Debut, los tres conocen bien la dureza de un sistema editorial centralista: "Muchas novedades no llegan más allá de Moscú y San Petersburgo", cuenta Ganíeva. "Hay escritores que compran sus libros allí y se los llevan en la mochila a las librerías de sus países". Para muchos la solución es Internet, abarrotada de webs, blogs y revistas virtuales. "Yo, cuando termino algo, lo cuelgo en la Red", explica Lukiánov. "Visitar siempre a un editor moscovita me supondría pedir permiso en el trabajo y pagar un billete de avión. Gastaría más de lo que gano".
En una Rusia que se ha vuelto "el país más capitalista del mundo capitalista", el peso de la literatura es cada vez menor y la tirada media de una novela se mueve entre los tres y los cinco mil ejemplares. Cifras similares a las de España para un país de dimensiones continentales y más del triple de habitantes. Los libros son muy caros, dicen. Un artículo de lujo.
Los tres eran niños cuando cayó la Unión Soviética, pero el pasado sigue ahí: "Nuestros padres lo vivieron. Se discute sobre Stalin en la cocina", dice el propio Lukiánov, que conoció a Putin durante un encuentro con escritores: "Solo hablaba de espionaje. Parecía obsesionado". Todos insisten en que la literatura es "un fenómeno marginal; no influye en la sociedad". Por eso ya no hay censura, dicen. "Es la televisión", apunta Savéliev, "la que ejecuta la política del Gobierno".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.