_
_
_
_

La Morada, el lugar de todos “los que tienen hambre” en Nueva York

En este restaurante del Bronx, cada día la familia Méndez-Saavedra reparte más de 500 comidas gratuitas para inmigrantes recién llegados a la ciudad

restaurante la morada
Catarino Rosas prepara comida para un grupo de clientes en el restaurante La Morada en el Bronx, Nueva York.CORRIE AUNE

El sol de las dos de la tarde cae con fuerza sobre la avenida Willis, al sur del Bronx. De la funeraria Ortiz no sale ni entra nadie. Del restaurante de comida china Chen’s Garden tampoco. Entre la funeraria y el restaurante está La Morada, cuya puerta no ha dejado de abrir ni de cerrar. Llega un señor mayor, llega solo, pero Natalia Méndez le prepara una bolsa con comida para cuatro. La esposa y los dos hijos no vinieron esta vez. La bolsa carga un recipiente con arroz, fajitas de pollo, vegetales y frijoles. El hombre viene de África, como muchos de los cientos de migrantes que desfilan a diario por el restaurante La Morada a partir del mediodía. Méndez sabe que su travesía fue larga, por eso en la bolsa de comida gratuita que le entrega no faltan los frijoles.

“Esa gente caminó desde África y parte de América para poder llegar a aquí”, dice. “Tú los ves y sabes que necesitan ponerse fuertes, por eso estamos haciendo más potajes, para que reciban todo lo que necesitan. Nosotras las cocineras tradicionales también somos una especie de curanderas”.

A Méndez, de 54 años, no le quedan dudas de que los miles de migrantes que han llegado en los últimos dos años a la ciudad de Nueva York necesitan comer potaje, como supo durante la pandemia que los neoyorquinos necesitaban tomarse una sopa de raíces. Un día, en medio del encierro, partió junto a su esposo Antonio Saavedra para La Morada, y comenzó a preparar lo que ella ha nombrado la sopa de raíces o la sopa de la ayuda mutua, a base de remolacha, zanahoria, papa y cualquier alimento que crezca debajo de la tierra.

“Estaba pensando en algún plato que pudiera ayudar a la comunidad de Nueva York durante la covid″, cuenta Méndez. “De ahí nace la idea de hacer la sopa. Estos productos crecen en diferentes suelos, algunos son de Nueva Jersey, otros de Florida, de California, y cuando todos se unen en la olla, ahí están los valores que necesitamos”. Para sellar la sopa, Méndez le añade calabaza. El primer día que repartieron, la sopa se acabó en una hora, tras la larga fila de personas que pasaron a recoger su comida gratis. El segundo día hicieron para 400 personas, luego para 600, 800. Llegaron a repartir 5.000 cantinas en una semana.

Méndez dice que La Morada es un lugar “desconchinflado”. Siempre ha tenido un cartel que reza “No a las deportaciones”, por ahí siempre han pasado migrantes para averiguar dónde había una escuela, dónde un hospital, dónde un lugar para dormir. Pero luego de que se convirtieran en el sitio donde mucha gente pasa por su almuerzo gratis, La Morada ya no tiene su estantería de libros perfectamente organizados, ni sus mesas en fila, ni el orden de cualquier restaurante de la ciudad, sino que tiene el aura de una especie de almacén, un sitio repleto de cajas con donaciones, hileras de vasos y recipientes de plástico, y gente que entra y sale en todo momento hasta que cierran a las cuatro de la tarde.

The Méndez-Saavedra family — Antonio, Natalia and Marco — at their restaurant La Morada, in the Bronx.
La familia Saavedra, Antonio, Natalia y Marco, en su restaurante La Morada en el Bronx.CORRIE AUNE

Un sitio así los hace sentir mucho más plenos. De las paredes de color morado, cuelgan los lienzos de su hijo Marco Saavedra, de 34 años, imágenes de sus campaña para ser beneficiario de DACA, un diploma del Ayuntamiento de la Ciudad de Nueva York en honor a Méndez y Saavedra por su contribución a la comunidad, y muchas fotos de personas que han pasado en todos estos años por el lugar. No hay fotos de Alexandria Ocasio-Cortés, que estuvo en La Morada, ni del actor Jesse Eisenberg, ni de Bill de Blasio. “Él es famoso”, dice Saavedra del ex alcalde. “Pero yo recibo más de esa otra clase de gente que viene a comer”.

El activismo es el centro de La Morada: en sus redes sociales, Méndez, Saavedra y sus tres hijos han hecho campaña por la crisis del sistema de vivienda en la ciudad y la mala administración o el mal uso de los recursos por parte del alcalde Eric Adams en la atención a las familias de inmigrantes que llegan y permanecen en las calles o refugios. Es la misma gente que pasa luego por La Morada. Méndez recuerda el día en que llegó una madre. Venía cargando a un niño, llevaba otro de la mano y dos más que no podía sostener. “Yo había recibido unas donaciones de cargadores y se las di, y fue un bálsamo, ella no podía con tanta carga. Le di ropa, calzado, comida. Mi rol es el de ser mamá”, dice. “Mamá de todos los que tienen hambre”.

De indocumentados para indocumentados

Méndez, que lleva ahora un delantal negro y mantiene su pelo recogido con una redecilla del mismo color, aprendió a cocinar a los seis años. Su conocimiento viene de cada una de las mujeres de su familia. De su madre, que tuvo 11 hijos, aprendió la fuerza para trabajar. De su abuela materna heredó que “donde come uno, comen dos. Si tú cocinas con conciencia, si cocinas sabroso, si cocinas bien y sabes servir, todo el mundo puede comer”. Por su abuela paterna supo de los valores nutricionales de los alimentos. “Que cuando usted cocina es para estar fuerte, sano, inteligente, crecer, estar saludable. No es para que usted se coma cosas vacías. Tiene que comerlo de la tierra, cocinarlo con el fuego. La cocina es algo solemne, desde lavarse las manos, secarse con un paño, cocinar”, dice.

Una tía le enseñó a Méndez del rescate de la comida, por eso en su cocina nada sobra. “Las organizaciones que tienen el lujo de recibir recursos del Gobierno compran comida por cantidad para demostrar que sí los gastaron. Cuando no saben qué hacer con esos alimentos, llaman a La Morada y preguntan si queremos recoger papas, zanahorias, cebollas. Entonces yo las limpio bien y las cocino”, dice. En las escuelas de Nueva York, a las que ha ido a obtener permiso para su local, ha aprendido otras cosas, a las que le encuentra poco sentido. Le han advertido que debe guardar la comida en la nevera, taparla bien, conservarla a 41 grados, pero en la cocina de Méndez se hacen porciones que se puedan acabar, y si llega más gente con hambre, se cocina otro poco. “¿Para qué quiero guardar una comida?”, se pregunta. “Si yo lo que quiero es comerla, compartirla. Eso lo aprendimos de nuestros ancestros: el espíritu de la comida se escapa si la guardas en la nevera. Entonces tienes que comértelo cuando está vivo”.

En 2009, en medio de la incertidumbre que trajo a todo Estados Unidos el colapso económico de la Gran Recesión, Méndez y su marido rentaron por buen precio el espacio donde hoy radica La Morada. La pareja llegó desde Oaxaca, México, con poco más de veinte años, específicamente desde el pueblo de San Miguel Ahuehuetitlán, en la zona de la mixteca baja, donde se habla Mixteco. Méndez conoció el español con 12 años, pero fue en Nueva York donde comenzó a hablarlo con soltura. También aprendió a leer, aprendió a escribir. “Feo, pero sé escribir”, aclara. A eso le llama la “escuela de la vida”.

La Morada restaurant, in the Bronx.
Vista del restaurante La Morada, en el Bronx.CORRIE AUNE

En febrero de 1992, cuando llegaron, el frío de Nueva York les rajaba la piel. “Las temperaturas heladas y nosotros sin abrigo, casi descalzos, sin hogar, sin familia, sin idioma, sin papeles. Nuestros dos pequeños hijos los habíamos dejado en México. Lo más duro de todo no era no tener un hogar, un abrigo, un calzado, un trabajo, lo más difícil era haber dejado a mis dos hijos, era como tener dos espadas en el alma”. Un hombre, que los vio sentados en el contén de una calle de Washington Heights, les ofreció llevarlos a su casa con la condición de que trabajaran y luego pagaran por su cuarto. La pareja trabajó, y a los seis meses tuvieron su primer departamento en la ciudad.

Si algo le resultó raro a Méndez de Nueva York, fueron las escaleras eléctricas, pensar en quién y cómo se manejaban esos gusanos metálicos e inacabables. Entre los recuerdos que tiene hasta hoy, está ese y el de las muchas veces que tuvo que escapar junto a otros compañeros guindada de los cables de acero de un elevador, mientras trabajaba en las factorías de la ciudad. Cuando los agentes del Servicio de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés), o “La Migra”, se aparecían en alguna de estas fábricas, más de uno tenía que echar a correr para que no los alcanzaran. Eran los grandes talleres que elaboraban la ropa de compañías como Donna Karan o Calvin Klein, donde los migrantes trabajaban hasta 10 horas y cobraban el mínimo, abotonando, cosiendo, doblando y despachando la ropa de temporada de los neoyorquinos.

Por eso también nace La Morada. “Era nuestro sueño”, dice Méndez. Se le ve insultada. “Con tantas críticas negativas que nos hacen a los indocumentados. Que si somos carga, saqueadores, que les quitamos, que les robamos, que somos delincuentes. Es más, con estas manos con las que he trabajado tanto para otras personas, creo que he enriquecido al país. Nunca, nunca, desde el primer día que llegué a Nueva York, me he comido mi pan en vano y no le he quitado nada a nadie. Hemos pagado muchos impuestos a la ciudad. Yo siempre he creído que tengo las riquezas ancestrales, gastronómicas, autóctonas, antiguas, mixtecas, mexicanas en mis manos, y quería compartirlas con los neoyorquinos”.

Con el dinero reunido, y con la experiencia de Saavedra como repartidor de comida de muchos restaurantes en la ciudad, se aventuraron a abrir La Morada, un lugar medio escondido en el Bronx, con un menú de precios de entre tres, cuatro, y hasta 20 dólares, sumas que no rasguen el bolsillo de la gente pobre. Saavedra, de 56 años, no recuerda el nombre, pero una vez alguien que trabajaba para la guía Michelín visitó La Morada y halagó la comida. “Nos dijo que no nos daban estrellas porque los platos estaban muy baratos, aunque estaban buenos”, cuenta Saavedra. “Ahí le dije, ‘es que esto no es un restaurante de lujo’”. Esa también ha sido la batalla de Méndez: “Todos tenemos derecho de comer, y comer bien, no solamente los pudientes. Esa es mi lucha y ha sido mi lucha siempre”.

Ahora que lo cuenta, se detiene y grita “¡Hay dos en la puerta!”. Su hijo Marco, que llegó a Estados Unidos junto a su hermana un año después que sus padres, ha estado todo el tiempo al frente de las llamadas telefónicas al sitio o atendiendo una mesa de clientes. Agarra dos bolsas con comida y se las da a las dos personas que llegaron por almuerzo. En las grandes ollas de 100 litros y en los varios calderos que han roto ya cuatro estufas de tanto cocinar, la familia ha estado preparando desde las nueve de la mañana los alimentos que luego reparten de manera gratuita, más de 500 por día. Además, tienen listo los diferentes platos del menú, que contiene, entre otros, varios tipos de moles, enchiladas, carnitas, tacos, milanesa, tlayudas, chiles rellenos, sopes, cecinas, nachos o quesadillas.

Marco Saavedra offers water and food to a migrant, who came to the restaurant in search of food
Marco Saavedra ofrece agua y comida a un migrante que llegó al restaurante en busca de alimentos.CORRIE AUNE

El concepto, dice Méndez, es “cocinar, vender y compartir”. La Morada se sustenta con lo que venden a algunos clientes, las propinas que dejan, los aportes que hace la comunidad a una campaña en GoFundMe, las universidades que contratan sus servicios de catering, las organizaciones que apoyan con algunas donaciones y otros fondos que dibujan la idea de la “ayuda mutua”. “Como cocinera, no estoy esperando cuánto va a costar esto o lo otro”, dice. “Yo estoy cocinando para el que tenga hambre, y el que pueda pagar pues, qué bueno, así compramos un dólar más de frijoles, o de arroz, y podemos cocinar 10 o 15 almuerzos para el que no puede”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_