Sunset Boulevard, la gran arteria de Los Ángeles que ardió hasta sus cimientos
Con casi 17.000 números y 40 kilómetros de largo, los últimos 10 de la emblemática calle angelina han sido consumidos por uno de los peores incendios que recuerda la ciudad, que deja ya 16 muertos, 150.000 evacuados y 15.000 hectáreas quemadas
Es la gran señora de Los Ángeles, corazón y arteria de la ciudad, la que fotografían los turistas y desean los negocios. A lo largo de 38 kilómetros y 17.383 números se extiende Sunset Boulevard, el bulevar del atardecer, con sus miles de edificios y sus tantas historias: palmeras por doquier, grandiosas mansiones y decadentes apartamentos, restaurantes de lujo y sencillas hamburgueserías, aun más palmeras, tiendas de lujo y mercados callejeros, parte de Beverly Hills y la Universidad de California. Su longitud cuenta más de 200 años de historia. Desde su origen como ruta para llevar el ganado del centro de Los Ángeles al mar hasta la más reciente y dolorosa, los incendios que han engullido 15.000 hectáreas del condado y ha expulsado a 150.000 personas de sus casas, dejando 16 muertos y 13 desaparecidos. El peor de ellos, el Palisades, se originó al norte y ha arrasado con todo a su paso en los últimos 10 kilómetros de la avenida. Su escénico paisaje está ahora inundado de cenizas.
Cortada en parte al público, los angelinos observan estos días su siempre atascada Sunset desde la extrañeza y la distancia. Los residentes de Pacific Palisades, el barrio que ocupa el tramo final —y el más afectado, con 8.800 hectáreas quemadas y miles de evacuados—, son de los pocos que quieren entrar. Con sus casas arrasadas desde el martes, tratan de regresar para ver qué sigue en pie, si sigue. Pese al acento que le delata, el londinense David lleva más de 15 años viviendo en el barrio, en una casa que sabe que ya no existe. “Pero quiero ir a verla, es una especie de catarsis, lo necesito”, cuenta, con su perrita Betty a su lado en un coche que lleva casi dos horas haciendo fila para poder entrar. En esos últimos 10 kilómetros, la calle está cortada en tres controles por los que solo pasan servicios de emergencia, prensa y, a cuentagotas, residentes que forman filas de cientos de vehículos durante horas. Técnicamente, solo pueden acudir a por medicinas, el salvoconducto que aseguran tener todos, que intentan acceder de todas las maneras, e incluso ruegan a los periodistas que les lleven de tapadillo.
Hasta el 13.000 de Sunset, aún en el exclusivo barrio de Brentwood, todo parece normal. Un par de kilómetros más adelante, entrando en la zona de Pacific Palisades, sobre el 14.500, aparece un paisaje irreconocible, algo similar a una zona de guerra. Los coches son herrumbres descoloridas. Si queda una casa en pie, es milagroso. Pocos metros más adelante está el epicentro del barrio, con la estación de bomberos número 69, que no logró contener las llamas en su zona. El fuego, caprichoso, prácticamente no la tocó; además, sus estructuras son más fuertes, algo que también ocurrió con la parroquia de Corpus Christi, unos metros más adelante: fabricada en hierro y ladrillo, su exterior permanece en pie.
La madera, el principal material de construcción en Estados Unidos, ha hecho que todo arda hasta los cimientos. Apenas algunas chimeneas o muretes quedan en pie, pero no muchas señales de las calles o los semáforos: no hay luz o, directamente, se han derretido. A finales de semana, los técnicos ya empezaban a entrar a inspeccionarlos, al igual que los del departamento de agua y electricidad de la ciudad, o los del gas del Sur de California, que ya habían cerrado el suministro principal de la zona, pero lo iban cortando casa por casa por precaución. Hay casi 13.000 estructuras afectadas por el fuego en toda la ciudad.
Los vientos, de hasta 150 kilómetros por hora, se han sumado a la cadena de desdichas acumuladas que han destrozado la ciudad. Todo habitante del sur de California los conoce como los vientos de Santa Ana, un fenómeno que sopla desde el noreste del Estado, entre los cañones montañosos y hacia el Pacífico, secando todo a su paso. Sobre ellos han escrito Raymond Chandler y Joan Didion, quienes describieron su capacidad de destrucción. En 1957 soplaron por tres o cuatro días. En el primero provocaron un incendio que arrasó 10.000 hectáreas en las montañas de San Gabriel. “Para la gente que no vive en Los Ángeles es difícil darse cuenta cómo los Santa Ana forman la imaginación local. La ciudad ardiendo es la imagen más profunda de Los Ángeles de sí misma”, escribió Didion en 1969.
Esta vez el viento huracanado empujó algunas brasas hasta cerca de tres kilómetros de distancia, lo que permitió a los fuegos avanzar gracias a la escasez de lluvias y de una falta de humedad histórica. La ventisca dejo en tierra a los helicópteros y aviones de extinción durante un par de días, lo que los mantuvo fuera de control.
The Village, sobre el 15.000 de Sunset, ha quedado en pie para recordar la exclusiva zona que era Pacific Palisades. El centro comercial al aire libre, con restaurantes de comida rápida, supermercados de lujo y boutiques de diseñador, ha quedado prácticamente intacto. A pesar de ello, su dueño y desarrollador, el milmillonario Rick Caruso, fue la primera voz crítica de la respuesta de las autoridades a la emergencia. “No hay agua en Palisades. No está saliendo de los hidrantes. Esto es totalmente un mal manejo por parte de la ciudad. No es culpa de los bomberos, sino del Ayuntamiento”, aseguró el miércoles el empresario, quien perdió la elección de alcalde en 2022 como candidato republicano.
Los ecos de Caruso fueron ampliados por la prensa conservadora y han perfilado la batalla política. Las autoridades han asegurado que el problema de los hidrantes se originó por la altísima demanda de agua, que se multiplicó por cuatro el martes en todo el condado, con 10 millones de habitantes y fuegos estallando sin parar. Esta provocó una gran bajada de presión durante 15 horas. Además, un enorme tanque con capacidad de 442 millones de litros de agua cerca de Palisades estaba vacío a causa de unas reparaciones que arrancaron hace casi un año. Los señalamientos de Caruso han obligado al gobernador de California, Gavin Newsom, a solicitar una investigación.
El Gobierno estatal ha prohibido a las aseguradoras anular o no renovar las pólizas de los residentes en la zona de desastres. Laura Lenée y Regan Patno afirman confiar en su seguro; no les queda otra, asume ella. Su casa se ha salvado: está en Marquez Terrace, un par de calles encima de Sunset. Lenée, exmodelo y actriz, pide quitarse los zapatos para entrar en casa, aunque después se da cuenta de que la ceniza, el polvo y el barro del exterior han invadido el lugar, y enmienda su error. Patno, también actor, ha salido a inspeccionar las casas de los vecinos y no deja de mirar, maravillado, cómo la que está sobre la suya ha ardido por completo, mientras que a ellos solo se les han chamuscado algunos muebles del patio trasero y, eso sí, les ha ardido el jacuzzi. “Y mira que tenían un coche estupendo...”, comenta boquiabierto sobre sus amigos. Es un enamorado del barrio, como tantos angelinos: “Es tranquilo, cerca de la playa, con buenos colegios, y si vives en una calle sin salida, como yo, aun mejor”.
Palisades fue un refugio de la clase media. Fundado en los años veinte del siglo pasado, se pobló con exiliados europeos de la Segunda Guerra Mundial, y fue también el sitio predilecto por algunas de las primeras celebridades de Hollywood. En el 14.000 de Sunset se inicaba el ascenso a la propiedad de Will Rogers, uno de los actores mejor pagados de la industria en los años treinta, influyente comentarista y humorista de la política nacional, quizá la primera figura que inspiró a los anfitriones de los talk show estadounidenses. Su viuda donó en 1944 al Estado la propiedad, de 145 hectáreas. Esta se convirtió en un popular parque público para hacer deporte y senderismo. En el sitio se levantaba su imponente mansión, también de madera, con 31 cuartos, establos, un campo de polo y otro de golf.
Todo eso ya no existe hoy. El jueves un par de empleados públicos metían a cajas de cartón lo poco que había respetado el fuego en el lugar, monumento histórico de California. “Afortunadamente, pudimos sacar la mayoría de la colección a tiempo. Sus miles de caricaturas políticas y varios de los objetos están a salvo”, señalaba una de las empleadas del museo. Los caballos que habitaban la propiedad también fueron evacuados y están vivos.
Rogers fue una vieja celebridad que habitó esta región, pero no la única. La residencia de Palisades de los actores Adam Brody y Leighton Meester quedó completamente calcinada. Al igual que sir Anthony Hopkins o la actriz mexicana Karla Souza, son solo algunos de los famosos que han perdido su hogar. La mansión de Tom Hanks se salvó por poco, como la de James Woods, quien tuiteó las imágenes de las llamas llegando a su terraza.
El portal inmobiliario Zillow indica que el precio medio de las casas en Pacific Palisades es de 3,5 millones de dólares (en la ciudad, la media es de 950.000 dólares), lo que lo convierte en uno de los barrios más caros de Los Ángeles. Las lujosas tiendas de ropa, colchonerías y floristerías de la zona comercial del barrio, entre Sunset y Vía de la Paz, lo certifican, aunque no todas quedan en pie: algunos de sus restaurantes, su Starbucks y un par de bancos han desaparecido. Como en toda catástrofe, se reconstruirán; como en toda catástrofe, la especulación y los precios se dispararán.
Bajando por las suaves curvas de Sunset a la vez que los riachuelos negros de agua y ceniza de los márgenes de las calles, finalmente se llega hasta el último de sus 17.000 números, y también al océano Pacífico. Junto a la playa las sirenas no dejan de sonar, incansables, en un párking siempre abarrotado y ahora con apenas algunos coches autorizados y camiones de bomberos que acuden a comer y a recuperar, por fin, la señal de Internet. En el párking también hay unas camionetas verdes; una figura curiosa, buena imagen de que, en el caos, el negocio siempre está a la vuelta de la esquina, y más en la tierra del capitalismo. Se trata de empresas autollamadas “de servicios y recuperación”, que están a la espera para actuar, contratadas por los seguros o por particulares para prestarles servicios: cuando se declara el fuego la prioridad suele ser “recuperar cosas elementales, documentos”, mascotas u objetos, explica su mánager, Tony Cisneros, pero más tarde realizan limpiezas, restauraciones, mudanzas... “Somos un intermediario que ayuda en el proceso. Prestamos servicios pero no solo, también hacemos planes para cómo responder en caso de emergencia, tener baterías, agua... tenemos generadores eléctricos y protegemos la casa para que no entren a robar”, afirma. Los robos han sido una de las preocupaciones principales de los evacuados: hay 20 detenidos por saqueos, y la ciudad ha decidido instaurar un toque de queda en las zonas quemadas para prevenir.
Como Sunset, que no es más que su reflejo, Los Ángeles es una ciudad de contrastes, con 45.000 personas viviendo en la calle, una mayoría de trabajadores de clase media y muchos ricos muy ricos, de los que cuelgan picassos en sus salones. Tanto que algunos hicieron llamamientos para contratar bomberos privados, ante la indignación popular. Son los menos. Ni siquiera las mansiones de cinco o seis millones que se alzaban en Sunset pudieron salvarse, ni sus iglesias, ni sus cafés. Lo lamentaba Laura Lenée en su estropeado (pero en pie) patio: “No somos bomberos, no somos los indicados, hay un momento en el que no podemos luchar”. En Sunset, no pudieron luchar más.
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