Cuidado con lo que deseas a 10 semanas de la elección presidencial
¿Habrá debates entre Kamala Harris y Donald Trump? ¿Afectarán al resultado de alguna manera o serán irrelevantes?
Los debates de campaña televisados en Estados Unidos son casi tan viejos como la televisión misma. Desde su inicio se ha especulado si son útiles o no, si logran mover la aguja hacia un lado o el otro, si en verdad impactan las decisiones de los electores.
El primer gran debate se llevó a cabo en 1960 y enfrentó a John F. Kennedy con Richard Nixon; el segundo lo perdió, en parte por mala suerte y en parte por cuenta propia (se accidentó y terminó en el hospital, se enfermó y llegó al debate con mal aspecto por la fiebre y su equipo le puso un maquillaje equivocado que se escurrió en su vestido claro debido al calor de las luces del estudio; al otro lado de la pantalla estaba un Kennedy joven, dinámico y apuesto). En ese entonces, de acuerdo con encuestas de la época, más de la mitad de los votantes fueron influenciados por los cuatro debates que sostuvieron los candidatos, posiblemente en parte porque la televisión era la gran novedad de la sociedad americana. En sus memorias tituladas Seis Crisis, Nixon escribe que habría debido “recordar que una imagen vale más que mil palabras”.
Paradójicamente, si bien los cuatro debates televisados de 1960 fueron muy influyentes, los candidatos presidenciales solo se volvieron a enfrentar en un estudio hasta 1976, cuando se enfrentaron tres veces el republicano Gerald Ford, quien había reemplazado a Richard Nixon tras su renuncia, y Jimmy Carter, quien triunfó en esas elecciones. Hoy en día los encuentros televisados entre los candidatos presidenciales -y vicepresidenciales- son la norma.
Las campañas políticas en Estados Unidos se toman muy en serio los debates. Se considera en general que no tienen mucho impacto, por múltiples razones: que son prefabricados, que los candidatos no logran exponer a fondo nada, que quienes los ven son personas que ya siguen la política de cerca y ya tienen una decisión tomada, que solo poca gente los ve, etc. No obstante, como lo demostró el encuentro Biden-Trump, pueden ser definitivos en un momento dado y, en todo caso, generan un gran cubrimiento de medios antes y después.
Parecería que en la medida en que la campaña esté muy reñida, los debates son más relevantes y, más recientemente, en la medida en que hay más confrontación y “espectáculo”. De acuerdo con las mediciones de Nielsen, el debate entre Hillary Clinton y Donald Trump es el más visto de la historia, con 84,4 millones de espectadores, seguido del de Ronald Regan (exactor de Hollywood y uno de los mejores comunicadores de la política americana) y Jimmy Carter el 28 de octubre de 1980 con 80,6 millones de espectadores. El debate Trump-Biden, el pasado 27 de junio, se ubica en el tercer lugar, con 73,1 millones de televidentes.
El formato del debate también es de gran importancia para el éxito o fracaso de los candidatos. El único debate presidencial de este año -hasta el momento- fue novedoso y, a diferencia de lo que sucedía desde 1988, sus condiciones no se negociaron ni se organizó a través de la Comisión de Debates Presidenciales (Commission on Presidential Debates) el foro en que los dos partidos tradicionalmente acuerdan el formato de estos encuentros.
Esta vez, los acuerdos se hicieron entre las campañas directamente con el anfitrión, CNN. Se definió que no habría audiencia en vivo, que los candidatos no podrían consultar a sus equipos durante las pausas comerciales y que se le apagaría el micrófono a quien se pasara de su tiempo. Con la forma desordenada y atropellada como Trump participa en estos eventos, arrollando verbalmente a su contrincante, parecía un formato más favorable a Biden. Sin embargo, el no poder consultar a sus asesores puede haberlo perjudicado. ¿Será que el desastroso resultado de Biden puede haberse convertido para Trump en un ejemplo de “cuidado con lo que deseas, porque se te puede hacer realidad”?
La llegada de Kamala Harris cogió a Trump y a su campaña fuera de base desde múltiples puntos de vista. Por un lado, pasó de tener un contrincante hombre, blanco y alto como él, pero más viejo y achacoso, lo que en la misma imagen hacía ver bien al republicano. Si vamos a las enseñanzas de Nixon, esa imagen valía más que mil palabras en un debate.
Con la llegada de Harris, la foto es la opuesta: un hombre mayor, rubio, de 1,90 mts. (6′3″), amenazante y hosco, frente a una candidata morena, de 1,63 mts. (5′4″) de estatura, casi 20 años más joven, dinámica, de sonrisa fácil, que se convirtió en una opción fresca para el partido demócrata y para ciertos republicanos que, entusiastas o no con Harris, no quieren a su partido en manos de Donald Trump y prefieren a alguien más moderado en la Casa Blanca, así no sea de su partido.
Además de ser mujer, Harris es afroamericana y asiático-americana, dos minorías étnicas claves. Las mujeres y las minorías, blanco frecuente de los ataques de Trump, son la esencia de su contrincante. Por eso, con sus antecedentes con esos grupos, especialmente las mujeres, le será muy difícil atacarla en un debate a nivel personal sin que le salga el tipo por la culata. Lo más cerca que ha podido estar fue cuando dijo sin fundamento que Harris se había “convertido en negra” para la campaña y así capturar los votos de ese grupo de población; según él, Kamala siempre se había identificado como india.
El entusiasmo por Harris se ha visto estas semanas en concentraciones políticas masivas y en una convención en la que recibió el apoyo de todo su partido, incluyendo los expresidentes, lo cual pone aún más nervioso a Trump, obsesionado con el tamaño de sus manifestaciones. Lo mismo debe estar sucediendo con los aportes financieros. De acuerdo con Forbes, la campaña de Biden, ahora de Harris, reunió 516,8 millones de dólares entre enero de 2023 y julio de 2024, mientras que la de Trump “solo” recaudó 268,5 millones. De hecho, la campaña de Harris consiguió de 204,5 millones tan solo en julio de 2024, mientras que a la de Trump llegaron 47,5 millones.
En cuanto a las encuestas, si bien la elección aún está reñida, la posición demócrata parece haberse fortalecido en general y en Estados muy competidos. De acuerdo con un análisis reciente de la cadena NPR, Estados como Nevada, Carolina del Norte, Georgia y Arizona, que se inclinaban hacia el partido republicano, parecen estar muy empatados, mientras que Florida, marcadamente republicano, estaría ahora solo “inclinado” hacia ese lado.
Aún faltan los debates. ¿Serán relevantes? En las campañas políticas, el que va ganando los evita y el que va perdiendo los pide para tratar de remontar la diferencia. Las campañas de Trump y Biden habían acordado un segundo debate para el 10 de septiembre, pero Trump parece estar dando señales de que no va a participar, lo cual seguramente cambiará si se consolida la delantera de Harris. Si su buena racha se mantiene, Harris dejará de querer los debates y podría negarse a ellos, o simplemente dilatar la negociación de las condiciones tratando de hacerlos inviables.
El formato del debate será motivo de gran discusión. No se puede olvidar que Trump es un gran comunicador y un hábil veterano debatiendo. Aparte de los encuentros para la nominación de su partido en 2016, con los que consolidó su liderazgo y su candidatura, debatió tres veces contra Hillary Clinton en 2016, tres contra Biden en 2020 y otro contra Biden en 2024, lo que le da una gran experiencia. Harris, a su vez, no ha tenido debates nacionales diferentes de la campaña de 2020, en que se enfrentó a Mike Pence, pero es pragmática y no se sale fácilmente de casillas como Trump.
Faltan diez semanas para las elecciones, lo cual es mucho tiempo en política. Harris va en ascenso en este momento y, aunque las noticias espectaculares como la renuncia de Biden, el lanzamiento de su candidatura y la convención demócrata ya pasaron, es posible que se mantenga o mejore si no comete un error grave.
Y si efectivamente hay debates, aunque posiblemente no determinen al ganador, lo que sí está asegurado es que, con una campaña tan reñida y polarizada, la audiencia va a ser grande y -muy seguramente- el espectáculo también.
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