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Columna
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Un ‘killer’ en la partida

Y todavía hay creyentes de que algo va a cambiar, y muy pronto, sobre los que dirigen el cotarro. Yo lo dudo. Las nóminas de los que les apoyan nunca se retrasan

Carlos Boyero

Contaban que en algún momento estaba en los huesos y demacrado, que la tormenta le había dejado exhausto, que eran tiempos sombríos para el dueño del gran negocio. Un tal Sánchez. Bueno, su ejército de propaganda consideraba que esa imagen de desolación resultaba conveniente. Pero el peligro era mínimo, aunque sus socios y sus quejas pertenecieran al puro teatro. El killer demuestra su condición zampándose a los que le acusan o cuestionan con argumentos tan manidos pero también surrealistas como: “Esto es un circo, no me consta, mi relación con Koldo fue anecdótica” y ni sé cuántas estratégicas trolas. Se comportó como un profesional muy sobrado ante contrincantes tan apasionados como ineficientes. Es un villano de primera clase. Y posee una clave para todos sus socios. En una mediocre película, un ciudadano negro mantenía todo el rato una propuesta incontestable: “Enséñame la pasta”. Por esa razón tan pragmática y sórdida se mueve la existencia humana desde Adán y Eva. También traducible en el universal “qué hay de lo mío”. Para los pringados casi nunca ha existido casi nada, a no ser que se necesite su voto en el necesario invento de la democracia. Pero la democracia, como casi todo en este mundo, siempre está amenazada por la podredumbre, algo de lo que disfruta un grado cuantioso de gente y regido por la política, esa casta que solo piensa en servir a los demás, ese paraguas para los débiles, esos insomnes amantes del bienestar colectivo.

Y todavía hay creyentes de que algo va a cambiar, y muy pronto, sobre los que dirigen el cotarro. Yo lo dudo. Las nóminas de los que les apoyan nunca se retrasan. ¿Y qué esperan de los que aspiran al trono? Mantienen ahí como presidente a un político al que ni el dadaísmo hubiera concebido. Se llama Mazón.

Ignoro si este fulano grisáceo (sí que me lo imagino como candidato a cantar en Eurovisión), en posesión del poder absoluto en su pueblo, pasó cinco horas durante la salvajada que se estaba padeciendo debido a una conversación interminable sobre los postulados filosóficos de Kant y de Aristóteles, si ese tiempo obedecía a los gustos e impulsos de la carne, o si después de tres copas puedes olvidarte de la siempre problemática realidad. Pero ahí sigue este pavo impresentable. Me da tanta grima que continúen los actuales dueños del poder como que les reemplacen los de “España Una Grande y Libre”. Afirmaba el utópico Borges: “Con el tiempo la gente merecería no tener gobiernos”.

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Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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