Matt Groening prefigura a Donald Trump
Mientras nos reíamos de Homer no nos dimos cuenta de lo cabreado que estaba y del poder político que acumulaba con su gorrita roja para hacer América grande de nuevo
Ni la cuarta parte de longeva de su hermana mayor Los Simpson, Futurama sigue acumulando episodios sin que se le descascarille la pintura ni le crujan las articulaciones. Como Los Simpson, nació de una broma circunstancial sin vocación de trascendencia y siempre se apoyó en la actualidad para vertebrar el humor. Como las tiras cómicas que dibujaba su creador, Matt Groening, eran un comentario de su época que debería caducar al día siguiente. Y, sin embargo, ahí sigue, a punto de alcanzar la eternidad de los clásicos y con algunas de sus frases volanderas transformadas en lugares comunes de cualquier conversación.
Si no lo han hecho ya, alguien tendrá que estudiar cómo la imaginación del siglo XX la perfilaron dos pintamonas: Walt Disney al principio y Matt Groening al final. A Groening no le han acusado de las monstruosidades de Disney, contra quien se alzaron los filósofos alemanes, los moralistas cristianos y los teóricos marxistas (conviene releer, sin atenuar el pasmo, un clásico de la crítica marxista, Para leer al pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart). Al contrario: a Groening se le ha leído con indulgencia y placer, y se le ha atribuido un espíritu contestatario que a mí siempre me ha resultado exagerado. Más que sátira moralista, su obra es una burla nihilista atenuada por las exigencias de final feliz de un público de masas que necesita endulzar las tramas para atemperar su amargura. Por eso Futurama es mejor: se sirve sin azúcares añadidos.
Tan injusto es acusar a Disney de haber secado los sesos de los niños, inoculándoles basura imperialista, como dejar que Groening pase a la posteridad como un Pasolini de los monigotes. Con tristeza lo digo, por lo mucho que disfruto de su obra, pero creo que en ella puede rastrearse el camino de miguitas que lleva a Donald Trump y a la supervillanía de Elon Musk. Decía Marx que los filósofos se contentaban con interpretar el mundo, pero de lo que se trataba era de transformarlo. La hegemonía absoluta e incuestionable que Groening ha ejercido sobre la cultura popular de los últimos 40 años nos desnuda como filósofos que ya ni siquiera interpretamos el mundo: nos basta con hacer chistes sobre él. Y mientras nos reíamos de Homer no nos dimos cuenta de lo cabreado que estaba y del poder político que acumulaba con su gorrita roja para hacer América grande de nuevo. Lo teníamos delante de los ojos, pero no hicimos nada más que burlarnos.
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