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EPISODIOS DE NOSTALGIA TELEVISIVA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los veranos que me creí mayor y rebelde viendo ‘Los rompecorazones’

Solo necesitaba ese rato por las mañanas, antes de que se levantaran mis padres, para sentirme la más insurgente delante de la tele con ‘Las gemelas de Sweet Valley’ y ‘Una chica explosiva’

Drazic y Anita, los protagonistas de la serie australiana 'Los Rompecorazones' y también los de mi corazón adolescente.
Drazic y Anita, los protagonistas de la serie australiana 'Los Rompecorazones' y también los de mi corazón adolescente.
Ana Marcos

La televisión de mediados de los noventa me convirtió en lo que yo creía en ese momento que era una persona adulta. Debía tener entre 10 y 12 años, una preadolescencia que mi padre y mi madre consideraban aún niñez. Es decir, a ratos era una niña, a ratos una adolescente insoportable. Nunca una adulta. Esa condición me la dieron las mañanas del verano frente al televisor.

No me levantaba prontísimo, pero sí antes que el resto de mi familia. El tiempo suficiente para ver en TVE: Una chica explosiva, Las gemelas de Sweet Valley y Los rompecorazones. Tres series que de haber estado ahora en plataformas tendrían esa leyenda que aparece en la parte superior de la pantalla con advertencias como: violencia, desnudos, lenguaje ofensivo. Eso sí, ni una referencia a lo machistas que eran.

Lo primero que me invadía, justo antes de apretar el botón del mando, era una sensación de peligro, de estar haciendo algo prohibido. Iba a ver tres series protagonizadas por personas un poco más mayores que yo que hacían cosas como besarse, beber alcohol y tenían lo que se intuía que podía ser algún tipo de relación sexual. No recuerdo cerrar la puerta del cuarto de estar. Tampoco es que jugara a ser valiente, tal vez sí a creerme un poco más lista que mis padres y saber que si la cerraba, estaría mandando el mensaje de alerta contrario al que debía.

Una imagen de la serie 'Una chica explosiva'.
Una imagen de la serie 'Una chica explosiva'.USA Network

Me cuesta recordar un episodio entero de alguna de estas tres series. He tenido que googlear los nombres los protagonistas, excepto el de dos de los personajes de Los rompecorazones: Drazic, mi amor platónico de aquellos veranos; y el de Anita, la chica que me hubiera encantado ser en mi insti imaginario con pasillos llenos de taquillas.

Podría hacer una performance y aparentar que ya entonces me chirriaba que personas de más de 18 años siguieran en el colegio y vivieran solas como en Los rompecorazones. También podría escribir todo un argumentario de lo machista que era desde el propio título Una chica explosiva (no así en inglés, que se llamó Weird Science), en la que dos adolescentes pajilleros, que encarnaban a los marginados de la clase, se creaban por ordenador a “la novia de sus sueños”: una chica de medidas imposibles (por supuesto tetas grandes), habitualmente vestida de Jessica Rabbit. Incluso podría mentir y contar cuánto me marcó la gemela concienciada, estudiosa y responsable de Las gemelas de Sweet Valley. No lo haré. A todas estas reflexiones he llegado hace relativamente poco tiempo.

Una imagen promocional de la serie 'Las gemelas de Sweet Valley'.
Una imagen promocional de la serie 'Las gemelas de Sweet Valley'. IMBD

La tele de finales de los noventa fue para mí ese rato de rebeldía que nunca ejercí ni en ese momento ni después. No tuve el carácter más llevadero, pero nunca la lie ni en el cole, ni en casa. Era una empollona mediada por el mejor mecanismo de control adolescente: la vergüenza y la culpa. Estas tres series y el verano son el recuerdo de una niña que durante semanas creyó que todo era posible y sin consecuencias. Sin moverse del pequeño cuarto de estar de la casa de su familia.

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Sobre la firma

Ana Marcos
Redactora de Cultura. Forma parte del equipo de investigación de abusos en el cine. Ha sido corresponsal en Colombia y ha seguido los pasos de Unidas Podemos en la sección de Nacional, además de participar en la fundación de Verne. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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