La televisión solo sabe hablar de la muerte desde el morbo
Esto es un problema interesante en una Europa envejecida
El foraster es un programa veterano y de éxito de TV3, una versión catalana del viejo Un país en la mochila, con el actor Quim Masferrer en el lugar de José Antonio Labordeta. Cada lunes, Masferrer visita un pueblo y se pasa dos días hablando con todos los vecinos que se le cruzan. Con todas sus historias compone un monólogo que interpreta ante el paisanaje e hila la narración. Esta semana estuvo en Ulldemolins, Tarragona, y hacia la mitad del capítulo, el forastero se encontró con una de sus 400 habitantes, Francisca Masip, la Cisqueta, 95 años. Con un aplomo y una elocuencia dignos de un Marco Aurelio, Masip rompió el tono banal, blando y condescendiente del programa hablando de lo que no se puede hablar: la muerte.
Los pueblos que visita Masferrer tienen la pirámide poblacional invertida. Esto es, están llenos de nonagenarios. El actor tiende a presentarlos con ese paternalismo infantiloide con el que el mundo suele tratar a los viejos. Les dice que están hechos unos chavales y les celebra cualquier gesto como si fuera una gesta, exactamente igual que se aplaude la ocurrencia de un niño. Pero la Cisqueta salió filósofa y dijo que ella estaba ya esperando la muerte, que había vivido mucho y bien, y que ojalá la visitase antes que la enfermedad.
La reacción humorística, incómoda y sobreactuada del presentador —aunque se pintase de gratitud y admiración por el estoicismo de Masip— explica muy bien por qué la muerte sigue siendo un tabú. La televisión solo sabe abordarla desde el morbo, como bien nos demostraron en el programa Mañaneros con las imágenes del cadáver de Álvaro Prieto, pero se queda destemplada y desnuda ante los discursos serenos, reflexivos, sabios y elocuentes que constatan y aceptan la mortalidad. Y esto es un problema interesante en una Europa envejecida y cada vez más llena de cisquetas.
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