_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Chirbes, te quiero

Lúcido, tierno, hiperculto, implacable consigo mismo y con los demás. Era un escritor de la hostia

Rafael Chirbes, en una imagen de 2014.
Rafael Chirbes, en una imagen de 2014.Daniel Reinhardt (picture alliance / Getty Images)
Carlos Boyero

Para no aumentar la cretinización del sumiso, aunque asustado, receptor, a las televisiones les ha seducido citar entre crimen y espanto, entre la oda al asqueroso poder y la condena a los que van a seguir oliéndolo en vano, hablar un día sí y al otro también del sagrado bien de la cultura, aconsejando la lectura de los amanuenses que son amigos de la casa. Es grotesco. Pero vete a saber si esto incita a tanto analfabeto satisfecho a que visiten esos libros para estar en la onda. Mayoritariamente progresista, como debe ser, en nombre del arte subvencionado.

“La gente solo debería de conocerse cuando está disponible, en ciertas horas pálidas de la noche. Con problemas de hombres, con problemas de melancolía. Ricardo, póngame el último trago. Para el camino”, gritaba aquel poeta anarquista y desesperado llamado Léo Ferré. Yo tuve esa comunicación a través de un teléfono con un escritor prodigioso y alguien que era de verdad. Se llamaba Rafael Chirbes. Es el autor de Crematorio y En la orilla. Léanlas. Yo sentí con esas novelas algo milagroso, comparable a la emoción que me proporcionaron Últimas tardes con Teresa, Tiempo de silencio y La ciudad de los prodigios.

Chirbes cuenta en el tercer volumen de sus inmortales Diarios: “Siento puro rechazo, ganas de estar solo y al mismo tiempo asfixiante sensación de soledad, de no tener nada ni a nadie, ni poder aspirar a nada: No haber tenido capacidad para convivir o haberla perdido. Me sigue enamorando usted después de muerto”. Lúcido, tierno, hiperculto, implacable consigo mismo y con los demás. Era un escritor de la hostia, a pesar de sus dudas. También un hombre honesto.

Puedes seguir EL PAÍS Televisión en X o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_