Asesinatos no sólo en el edificio
A fuerza de pasar horas y horas ante historias de crímenes, hay quien los trata como si fueran ficciones construidas para su entretenimiento, como si solo existieran en nuestra pantalla, y no, por ejemplo, en una isla de Tailandia

En un universo paralelo, Meryl Streep es una actriz frustrada que ha llegado a la setentena con su talento por descubrir, esperando a que un director le pregunte: ¿Dónde has estado? Ese universo paralelo es la tercera temporada de Solo asesinatos en el edificio, de estreno hoy en Disney+. Una serie —y un edificio— para quedarse a vivir incluso aunque uno sea el muerto. Claro que si las reglas de esta ficción implican que la Meryl que conocemos no existe, es para pensárselo dos veces.
Uno de los grandes aciertos de Solo asesinatos en el edificio, si es que se puede señalar solo uno, es haber leído el signo pop de los tiempos y hacerlo desde la comedia ligera. La fascinación por los crímenes es tan vieja como los crímenes, tenemos literatura, cine y televisión a espuertas para demostrarlo, y, por lo que su objeto tiene de tabú y de transgresión, parece inherente al ser humano. Pero el auge del true crime, en forma de podcast y de docuserie, la ha llevado a otro sitio.
No es solo que se ha popularizado —aún más si cabe— la fantasía de que cualquiera con tiempo libre y ciertos recursos puede convertirse en investigador sin moverse de su casa —o de su edificio—, algo de lo que se ríe Solo asesinatos en el edificio, al mismo tiempo que lo convierte en el motor de su trama. Que la coartada moralista y revisionista de muchos true crimes no nos impida ver el bosque. A fuerza de pasar horas y horas ante historias de crímenes, hay quien los trata como si fueran ficciones construidas para su entretenimiento, como si solo involucraran a personajes y no a personas; como si solo existieran en nuestra pantalla, y no, por ejemplo, en una isla de Tailandia.
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