Series nostálgicas que son como cafés antiguos falsos
La nostalgia es un narcótico tan poderoso que no necesita más reclamos que su puesta en escena
Cada vez me cuesta más distinguir algunas series de uno de esos cafés antiguos falsos que abundan en el centro de las ciudades. Avanzan los minutos sin que asome una trama, sin que los personajes se definan y sin que se adivine qué diablos quiere contarnos el autor, hasta que descubres que el continente es el contenido: la serie consiste en lucir el trabajo de los departamentos de diseño de producción, vestuario y maquillaje. Nada más. Qué bien recrean los muebles, las ropas, los objetos y las texturas de la época. Qué derroche de simulación, qué detallismo tan puntilloso.
Como sucede en los falsos cafés antiguos, el encanto se acaba en la decoración. La comida y la bebida son cuestionables, cuando no basura digna de un aeropuerto. La nostalgia es un narcótico tan poderoso que no necesita más reclamos que su puesta en escena. De eso ha vivido Cuéntame, aunque nunca como ahora había percibido tanto desinterés por contar algo. Cada vez más, a las series les basta con enseñar el mundo, sin molestarse en narrarlo. Lo veo en The Newsreader, una de las piezas australianas del catálogo de Filmin, sobre el mundo de la televisión de 1986, y lo he visto también en Julia, sobre la vida de Julia Child en los Estados Unidos de los sesenta. Siendo la segunda mejor que la primera, en ambas triunfa el decorado sobre la acción.
Dice Svetlana Boym, la gran autoridad intelectual en asuntos de nostalgia, que esta es de dos tipos: restauradora y reflexiva. Son como el colesterol, el malo y el bueno. Hay que evitar la nostalgia restauradora, que es la de los nacionalismos, y cultivar la reflexiva, que es la meditación sobre el pasado para entender el presente. Estas series no pertenecen ni a una ni a otra. Son nostalgias de tienda de recuerdos, droga fácil para yonquis sin remedio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.