‘Venga Juan’: el ala oeste de Albelda de Iregua
La tercera temporada de la serie creada por Diego San José, reflejo de la corrupción política y las miserias españolas, ha sido deslumbrante
Dice Ridley Scott con mucha sorna que en la actualidad hay un uso torticero de la palabra sátira: “Convengamos que la sátira es el término intelectual para decir comedia”. ¿Qué son Plácido o El verdugo? ¿Es sátira o comedia una obra que describe una situación incómoda a través de personajes aún más incómodos? Convertida en la palabreja de moda gracias a No mires arriba, El buen patrón o La casa Gucci, y, por qué no, a las aportaciones de la política española a Twitter, la sátira lleva, en cambio, décadas asentada en España; ahora bien, se la llamaba astracanada, esperpento, es el reflejo de los espejos deformantes del madrileño callejón del Gato a los que se asomaba Max Estrella en Luces de bohemia. “El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”, soltaba ante ellos el personaje de Valle-Inclán. España es más el reflejo de la imagen original que la misma imagen. Querríamos ser Josh Lyman y en realidad lo que hay es Iván Redondo.
Y todo lo anterior lo tiene interiorizado Diego San José, el creador de Venga Juan junto a Juan Cavestany, cuya tercera temporada ha finalizado a lo grande tras una singladura deslumbrante. Otros tienen Sí, ministro; The Thick of It o Spin City; España da para las desventuras de Juan Carrasco. A EE UU le define El ala oeste de la Casa Blanca, a Dinamarca Borgen, a Francia Quai d’Orsay; este país solo puede ser Venga Juan. Y ni tan mal. El mismo Carrasco vaga por ese complejo de inferioridad, y de ahí su desprecio a su hija y a su exesposa (Esty Quesada —Soy una pringada— y Yaël Belicha sacuden con sus miradas al espectador), sus 4.000 folículos recibidos en Turquía, su chaletazo y su quema de naves con el pasado.
Tras Vota Juan (2019), el ascenso meteórico de Juan Carrasco, un político mediocre que por carambolas del destino acaba acariciando el poder al estilo Sí, ministro; llegó Vamos Juan (2020), con el protagonista lanzado en pos del éxito absoluto y convencido de que la Moncloa podía ser su nuevo hogar: era Caída y auge de Reginald Perrin en la política española. Con todo, San José siempre jugó con cartas ganadoras: pluralidad de voces en los guiones y la dirección de episodios, respeto absoluto a lo que España es y no a lo que quiere ser (Carrasco, por contra, solo atiende a una voz interior que le engaña susurrándole aires de grandeza), y Javier Cámara. En esa voz propia ha triunfado donde otros pastiches (Moncloa, ¿dígame?) derraparon.
Esta Venga Juan ha sido demoledora. Y en su brillantez, en su final apoteósico, se ha lanzado al abismo de la conclusión: parece complicada una cuarta temporada con el recorrido realizado por Carrasco. Que empieza bien situado en una empresa energética —la puerta giratoria que disfruta todo jeta español que se precie—, pero que no logra burlar una vez más su pasado: no ha logrado sacarse su Logroño natal del currículo, y Logroño vuelve a él en forma de papeles testimonio de su corrupción en su tiempo en el Ayuntamiento. En el desarrollo narrativo parece no haber pesado el cambio de casa para la serie: de TNT ha pasado a HBO Max, su hermana mayor. Sin miedo, el equipo se ha lanzado a saltos sin red. El episodio Patagonia, que dirige el mismo Cámara, se eleva como vórtice del protagonista: su título lo separa del resto, bautizados como los días de la semana de pasión que atraviesa Carrasco. Es el Dos catedrales —considerado por los críticos estadounidenses el mejor capítulo de la historia de las series— del presidente Bartlet: a partir de ese momento de calma en el ojo del huracán El ala oeste de la Casa Blanca solo puede dirigirse hacia un camino; la noche en la embajada argentina señala inmisericorde la única senda posible para Carrasco.
Cámara merece un párrafo aparte: riojano como Carrasco (en su caso, de Albelda de Iregua), su asunción de su personaje da empaque a lo narrado. Apretado por los directores, alejado de los tics (o mejor aún, aprovechándolos en bien de la comedia), su brega dentro de Carrasco hace que en plena vomitona de desechos morales, cuando más odioso se muestra, el público no abandone al político: aún parecería que en el fondo de su alma se esconde algo que apreciar. Si la acción viaja por el drama, Carrasco-Cámara caminan por la comedia; si el tono es el thriller, el protagonista chapotea en el absurdo. Diego San José contaba hace un mes: “Si tú le quitas el volumen a Venga Juan podría pensarse que lo que están diciendo los personajes es doloroso, porque la comedia viene de la realidad que hemos vivido en los últimos 15 años de corrupción”. De ese choque victorioso de contrastes todo el equipo creativo es responsable, aunque la cara la pone Cámara.
Y aún queda lo mejor. Para Cámara, Carrasco “es una persona emocionalmente muy mediocre, aunque no teníamos intención de insultarle; por eso el público le tiene cierto aprecio, porque él muestra sin pudor esas carencias que todos podemos tener”. Es el monumento al cuñado, al ser humano que solo desea que le quieran, que ansía no estar solo. En 2009, el episodio final, la dirección se deja en manos de Pilar Palomero (Las niñas) porque el tono es otro. Después de siete capítulos resumibles como “a cada cerdo le llega su San Martín”, 2009 desarrolla que antes de ese cerdo hubo un cochinillo, un tiempo en que Carrasco —con la mirada Bambi de Cámara— creyó poder cambiar el mundo, en que no quería hacer política más allá de lo que fuera ayudar a sus vecinos como concejal de festejos. Verle dudando, regateando el miedo y la futura responsabilidad, ligando su destino sentimental y emocional al de una periodista ambiciosa, Macarena Lombardo (María Pujalte, otra joya), el espectador queda cara a cara con la realidad: ni espejos deformantes ni astracanadas, Juan Carrasco somos todos.
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