‘Lucía en la telaraña’: radiografía de un crimen que retrata las lacras sociales de España
La docuserie de RTVE Play parte de un asesinato machista para desentrañar una enorme red de corrupción institucional y urbanística sustentada por el narcotráfico
En España se resuelven en torno al 90% de los crímenes, pero cada uno de los no esclarecidos, cada muerte, cada desaparición, es un drama de dimensiones inasumibles para el entorno de la víctima. El de Lucía Garrido es, además, un ejemplo terrible de la España más negra y corrupta, un caso contado de manera rigurosa y sobria por la docuserie Lucía en la telaraña, que puede verse ya íntegra en RTVE Play. Dirigida por Tomás Ocaña y Rafa González, la investigación parte del asesinato sin resolver de Lucía en 2008 en Málaga y abre el foco para abordar un caso mucho más amplio que va del tráfico de animales exóticos a la violencia machista, pasando por el blanqueo de capitales y la corrupción urbanística, hasta llegar al gran asunto que sustenta todo: el narcotráfico.
¿Murió Lucía Garrido porque sabía demasiado? Manuel Alonso es la pieza central de todo el entramado; el narrativo y el criminal. El exmarido de la víctima y principal sospechoso de estar detrás de su muerte era el elemento necesario de un conjunto de tramas que contaba con la ayuda de agentes y mandos corruptos de la Guardia Civil y el Seprona. La historia de Lucía es también la de un abandono institucional. Sus denuncias por malos tratos y acoso contra Manuel no dieron resultado. A medida que su relación se deterioraba y los abusos se multiplicaban, la víctima empezó a atesorar información sobre las actividades ilícitas que albergaba la finca Los naranjos, epicentro de la trama. ¿Estaba en condiciones de revelar los negocios de su expareja y por eso acabó golpeada, apuñalada y ahogada en la piscina de su casa?
La telaraña del título se refiere a un caso de ramificaciones infinitas, algo complicado de llevar a la pantalla sin enredarse ni eternizarse. “Teníamos que contarlo lo más sencillo posible a la vez que manteníamos la complejidad de la historia: es una telaraña y hay momentos en los que te pierdes, yo mismo me he perdido en ocasiones, pero no podemos tener al espectador con la libreta. La historia es tan complicada que ha tenido un seguimiento informativo pobre. Y es normal, porque es muy complejo, muy difícil de contar en tres minutos. El caso es un producto malo para formatos cortos y extraordinario para el documental”, defendía este lunes por teléfono Ocaña, que ha conseguido junto a su equipo recorrer el laberinto en cinco capítulos de unos 50 minutos.
La cruzada por la justicia de Rosa Garrido, hermana de la víctima fallecida en 2020 y cuyos últimos testimonios en vida están recogidos en el documental, y del ex guardia civil Vicente Carrasco es el punto de partida moral de un documental con una gran virtud: en su sobriedad, huye de la lágrima fácil, de la imagen espectacular. “No hace falta ver a Lucía muerta en la piscina. El relato es tan estremecedor que resulta suficiente, pero también lo hicimos por respeto a la familia. Nos sentíamos muy ligados a Rosa, que fue nuestro faro. TVE nos ha apoyado e impulsado en eso, ha insistido mucho en un enfoque sutil y que en todo momento se respetara el decálogo que tienen para contar la violencia machista”, explica Ocaña, que ha trabajado con los guionistas Adolfo Moreno y Antonio Díaz Pérez.
Una prueba esencial
No es, sin embargo, un trabajo exento de emoción. Entre la montaña de datos, grabaciones, declaraciones y hechos sacados de un sumario de más de 20.000 folios escrutado con el rigor del buen periodismo de investigación, también hay momentos en los que Rosa o la mejor amiga de Lucía, por ejemplo, se sobrecogen con el recuerdo y la impotencia. El caso empuja la narración a ritmo de thriller sin que por ello el documental pierda el norte. En los dos últimos capítulos, la trama se ve en toda su plenitud. Y aterra. “Siendo un caso de 13 años, cuando nos acercamos creíamos que iban a estar las corruptelas resueltas, pero hay varias abiertas y hay mucho miedo en Málaga. Ha habido gente que no ha querido hablar y gente que para hablar con nosotros, incluso off the record, nos han citado en sitios oscuros, apartados, fuera del círculo”.
Cada capítulo se cierra con una lista de personas que no quisieron participar en el documental y con un aviso: cada afirmación está verificada por un equipo dedicado a tal efecto. “Estamos a prueba de demandas y presiones”, resume orgulloso Ocaña, que cuenta en su haber con tres premios Emmy y un Ortega y Gasset por sus trabajos en el periodismo de investigación.
Al abrigo del interés por el género, abundan en la televisión actual los true crime sin tesis, pura síntesis de casos espectaculares. No en este caso. Lucía en la telaraña tiene una idea detrás, pero esta no aparece escrita en letras de neón. A través de testimonios de un responsable de la unidad de asuntos internos de la Guardia Civil, agentes retirados, familiares, periodistas especializados y el abogado de la acusación, queda claro que muchas cosas no funcionaron en ese caso. “Por supuesto había que contar los sucesos, la muerte de Lucía, la muerte de los colombianos [sospechosos de ser los autores materiales del asesinato de Lucía, muertos a tiros en la casa de Manuel en otro caso sin aclarar] pero nos interesaba lo que está detrás, qué pasa cuando el narcotráfico se apropia de un lugar, cuando las instituciones no funcionan. Lo que queremos es hablar de nuestra sociedad, del peligro que corre la zona si no se hace algo. Por suerte hay gente como Rosa y como Vicente. Es lo que nos separa de que la Costa del Sol acabe siendo Sinaloa. Es una declaración de intenciones que TVE se haya implicado”.
El documental aporta una prueba que puede ser muy útil: la declaración reconstituida de un testigo protegido cuyas palabras no pudieron entenderse en el juicio por la pésima calidad de la grabación. Vista la influencia de los true crime televisivos en casos reales (The Jinx, Making a Murderer o The Staircase son quizás los primeros que vienen a la mente del aficionado), cabe preguntarse si esta producción buscaba un efecto parecido. Responde Ocaña: “Como dice la tradición del periodismo de investigación norteamericano, nuestro trabajo es encender la luz para ver cómo corren las cucarachas. En este caso estaba lleno. Esperamos que se haga justicia, pero tenemos muy claro que no es nuestro trabajo. Nuestra labor es mostrar los hechos pero tengo esperanza”. Es posible que solo entonces la muerte de Lucía Garrido salga de la lista ominosa de crímenes sin resolver y que un producto televisivo consistente y documentado haya contribuido a ello.
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