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Columna
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Emoción

Se le quiebra la voz, estalla en llanto. Es el momento más emocionante y grandioso que he vivido en una radio. Lo protagoniza mi amigo Carles Francino

Carles Francino, el lunes en su regreso a 'La Ventana', en la Cadena SER. Vídeo: Las palabras de Francino en su vuelta a la radio.
Carlos Boyero
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En el micrófono un náufrago que estuvo a punto de que la oscuridad definitiva se lo tragara narra su testimonio del horror. Se le quiebra la voz, estalla en llanto, cuenta su duelo por el atroz castigo que ha recibido su familia, pide sensatez y civismo ante la realidad de que el monstruo sigue vivo y la necesidad de protegernos entre todos. Ocurre a las cuatro de la tarde, en el arranque del programa La Ventana. Dura siete u ocho minutos. Es el momento más emocionante y grandioso que he vivido en una radio. Lo protagoniza mi amigo Carles Francino. A mí también se me escapan las lágrimas. Quiero imaginar que mucha gente que no le conoce personalmente ha sentido lo mismo que yo, que las víctimas del monstruo se habrán identificado hasta la conmoción con sus palabras. Las expulsa con dolor, pero sin aspavientos. Es una persona cálida, buena, inteligente, generosa, de verdad, narrando su desgarradora experiencia. Ha sobrevivido a ella. Bendito sea.

Francino no se ceba con los infames descerebrados, con el ruin desprecio de estos hacia los demás, con ese ejército de malhechores juveniles que montan verbenas callejeras o privadas que pueden contagiar mortalmente a los viejos, a los débiles. Yo sí. Se creen inmunes a la enfermedad y al castigo. Lo de las multas es una broma. Si su colocón les sienta demasiado mal siempre hay hospitales a los que recurrir para que les alivien el pasote. Irán a esos templos del sufrimiento poblados por moribundos, personas provisionalmente o duraderamente jodidas, destrozos físicos y mentales. La festiva horda afirma con gritos borrachos que por fin se sienten libres. Jamás ese hermoso concepto ha sido tan degradado. El uso de su sagrada libertad se merece la cárcel. Y habrá adultos necios que sigan convencidos de que juventud es sinónimo de divino tesoro.

Voy a brindar en soledad, sin peligro para nadie, excepto para mi organismo si trasiego la botella entera, por la salvación de mi amigo. Y en un futuro próximo lo haré con él y con su mujer. Y sé que en mi resaca no se colará esta vez la depresión.

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