Emérito
Solo los niños, los locos y los borrachos pueden permitirse el lujo de que no haya filtro entre su pensamiento y su boca. Ayuso, al parecer tampoco lo precisa

Era muy popular en mi niñez un fervoroso himno que afirmaba: “Por Dios, la patria y el rey murieron nuestros padres. Por ellos moriremos nosotros también”. Como nunca he tenido noticias del primero, mi debilidad mental jamás ha comprendido qué es la patria o solo sé que habla de ella gente muy rara y tampoco capto para qué le sirven a los demás esos seres mitológicos llamados reyes, me parecía un disparate esa fúnebre propuesta. Y es que me resulta ajeno el universo de los grandes ideales. Sería deseable que el personal anhelara no morir, sino que viviera para su familia, sus amores, sus amigos, la gente que te importa, por uno mismo, por esas cositas tangibles.
Hablando de reyes, escucho a la valleinclanesca Ayuso asegurarle a los que censuran la conducta del emérito, que ese señor no tiene que ser igual que el resto ante la ley, no es un ciudadano más, no es como ustedes. Y se monta el escándalo, pero hasta los antiguos habitantes del limbo le darían la razón a la surrealista presidenta. ¿Desde cuándo los reyes son iguales que el resto de los ciudadanos o deben asumir idénticas responsabilidades que sus súbditos? Pero a veces, cuando abusaban hasta el salvajismo de sus atributos, el vengativo y hambriento pueblo les rebanaron la cabeza. Pero siempre han estado por encima de la ley. Les ha nombrado el mismo Dios.
Solo los niños, los locos y los borrachos pueden permitirse el lujo de que no haya filtro alguno entre su pensamiento y su boca. La tal Ayuso, al parecer tampoco precisa de filtro. Tal vez necesite a un sabio de la oratoria que la ayude a expresarse. También a un psicólogo para frenar sus permanentes dislates. Encarna al poder. Su militancia en el esperpento no es cosa de risa.
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