Envenenamiento en Salisbury
La serie se abstiene de juzgar el atentado, pero ello no evita comprobar las crueles maniobras de quienes detentan el poder para eliminar a quienes consideran enemigos peligrosos
Salisbury es una ciudad de 45.000 habitantes perteneciente al condado de Wiltshire, Inglaterra. El 4 de marzo de 2018 algo conmovió la habitual tranquilidad ciudadana: Sergei Skripal y su hija Yulia, dos ciudadanos rusos, aparecieron inconscientes en el banco de un parque público. Los servicios de urgencias comprobaron que habían sido víctimas de un envenenamiento por Novichok, uno de los agentes nerviosos más letales que se había desarrollado en la URSS entre las décadas de 1970 y 1980. Es el tema principal de Muerte en Salisbury (Movistar +), una miniserie de la BBC, que describe el tremendo hecho y sus consecuencias para la población.
El tono y el ritmo se adecúa a una ficción basada en hechos reales que no aspira a la condición de un documental, que incluye historias colaterales ficticias pero, al mismo tiempo, rehúye conscientemente lo inverosímil. Narra la inicial estupefacción de las autoridades y el desconcierto ciudadano ante las rigurosas medidas de confinamiento. El Novichok infectaba a todo aquel que estuviera cerca de Sergei y Yulia.
La serie se abstiene de juzgar el atentado, pero ello no evita comprobar las crueles maniobras de quienes detentan el poder para eliminar a quienes consideran enemigos peligrosos. Siete meses después del envenenamiento las autoridades británicas identificaron a sus posibles responsables: Anatoliy Chepiga, coronel del servicio de inteligencia militar de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa (GRU), Alexander Mishkin, también del GRU, y Denis Sergeev, que se cree tiene el rango de General de dicho servicio. Naturalmente el Kremlin desmintió su participación en el atentado aunque los medios de comunicación afines al Gobierno atacaban duramente a las víctimas considerándoles “traidores a la Patria”. Eso sí, no afirmaban que la patria era Vladimir Putin.
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