_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

‘Fargo’: una carga de profundidad contra la mitología racial de Estados Unidos

Que la nueva temporada se estrene en vísperas de unas elecciones solo puede leerse como un alegato político subterráneo

Avance de la cuarta temporada de 'Fargo'.
Sergio del Molino

Ethelrida es una adolescente negra y muy lista que vive en Kansas City en 1950. No es lista como Enola Holmes, es decir, no es una heroína para espectadoras no muy listas de catorce años, sino lista de una forma compleja y triste, sin epatar. Por eso, la voz en off de su personaje llega a preguntas inquietantes desde premisas tópicas. En un trabajo de Historia cita el diccionario Webster, que parece un recurso repipi, pero en los labios de una chica lista negra de Kansas de 1950, llega a sonar incómodo y afilado: “El diccionario Webster define la asimilación como el proceso de hacerse similar. Si nos referimos a los cuerpos humanos, nos vemos forzados a preguntar: ¿similar a qué? Si Estados Unidos es una nación de emigrantes, ¿cómo se convierte alguien en estadounidense?”.

La nueva temporada de Fargo (estrenada esta semana en Movistar+) no solo es, como las tres anteriores, un acontecimiento cultural que los aficionados esperamos como los verdianos esperaban una ópera del maestro en la Scala, sino una carga de profundidad lanzada al punto más inestable de la mitología nacional de Estados Unidos: las razas. Que se estrene en vísperas de unas elecciones solo puede leerse como un alegato político subterráneo. Por eso, la advertencia que abre los capítulos, la que jura con guasa que la historia está basada en hechos rotundamente reales, cobra un sentido que va más allá de lo irónico: sí, nada pasó así, esto es un cuento tragicómico. Y, sin embargo, si lo miras bien, la historia sucedió exactamente así, tal y como la narra la niña Etherilda en su redacción escolar.

Fargo no sería Fargo sin nieve, mucha sangre chorreando sobre la nieve y malos muy malos vencidos por ingenuos muy simples. Pero en esta temporada, además, se ha hecho casi lorquiana. Y estremece como si se cantase jondo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_