Juan Carlos Ortega, un viejo maestro vanguardista
Sin figuras como él, la radio llevaría tiempo muerta
En vez de currículum, los escritores tenemos las solapas de los libros, que se van haciendo más breves conforme pasa el tiempo, síntoma de que no vas del todo mal encaminado. En mi gremio solo tienen y actualizan currículums quienes aspiran a un ministerio, por eso ni siquiera sabemos redactarlos, pero si la vida me obligase a confeccionar uno, destacaría mucho, con colores, cuerpos de letra grandes y efectos de luz y de sonido, que un verano presenté un programa con Juan Carlos Ortega en la SER.
Me vino la nostalgia por aquel trabajo cuando leí la entrevista que Álvaro P. Ruiz de Elvira le hizo el otro día con motivo del programa que hace este verano, que se parece y no se parece al Toda una vida que hicimos juntos. Evoqué las tardes en el estudio casero de Ortega, donde fijaba, pulía y daba esplendor a las grabaciones en bruto: era como visitar el taller de un pintor. Para alguien tan enamorado de la radio como yo, tenía algo sagrado.
Sin figuras como Ortega, la radio llevaría tiempo muerta. Un medio o una forma de arte necesita tanto un pasado de viejos maestros como un puñado de vanguardistas insolentes que se dediquen a pintarle bigotes al canon académico, pero no puede sobrevivir a expensas de uno de los dos grupos. Si solo tiene viejos maestros, no es más que polvo y museo, y si solo tiene vanguardia, se diluye en la banalidad de la gamberrada.
Ortega hunde su arte en los viejos maestros, pero a la vez es un vanguardista que entiende a los vanguardistas. No es nada fácil tener el respeto tanto de los antiguos como de los modernos, y eso le permite ser el puente necesario para mantener una radio viva y capaz de interpelar a un mundo demasiado distraído para pararse a escuchar.
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