Hartos de las pantallas
Si bien fue heroico mantener tantos programas en versiones domiciliarias durante el confinamiento, también se puso en evidencia que la tele es una cuestión de puesta en escena
Esta semana, la prudencia y las autoridades, que no siempre van juntas, han suspendido el falso día de Sant Jordi de Barcelona y un encuentro con lectores que tenía programado en la terraza de una librería. Quizá imbuido por la cultura de la cancelación, cancelé yo mismo esta última cita a la vista de los rebrotes, y ofrecí a los organizadores una alternativa digital. Me respondieron que no, que estaban hartos de pantallas, que ya lo montaríamos en fechas más propicias.
Yo también estoy harto de pantallas. Harto de planos fijos con fondo de libros detrás. Harto de pantallas partidas donde cada cabeza tiene un tamaño distinto. Harto de no molestarme ni en planchar y ponerme una camisa porque son unos minutos y ni siquiera se nota que llevo una camiseta vieja de la Expo 92. Celebré ese repudio de los encuentros digitales. Ya nos veremos cuando sea, pero en cuerpo presente, con la liturgia de lo teatral y de la carne.
Me pongo a ver unos Ilustres ignorantes que tenía acumulados, de los que hicieron durante el encierro. Me enchufo uno con Raúl Cimas de invitado, y aunque soy su más rendido admirador y podría pasarme horas escuchando a Pepe Colubi y a Javier Cansado haciendo el ganso, tengo que apagarlo a los cinco minutos porque no soporto las pantallas partidas. Si bien fue heroico mantener tantos programas en versiones domiciliarias, también se puso en evidencia que la tele es una cuestión de puesta en escena. Incluso un programa como Ilustres, que es radio filmada, pierde casi toda su gracia sin un realizador, un plató bien diseñado y un poco de maquillaje.
Está bien que empecemos a rechazar los sucedáneos, que la improvisación técnica de urgencia no se vuelva costumbre ni marque un estilo. Está bien que no renunciemos a ponernos una camisa.
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