Que nadie me acuse de ser nostálgico
Hace 30 años que se estrenó 'Doctor en Alaska'. Joel Fleischman hace el camino inverso al de casi todo el mundo: se despoja del descreimiento más obstinado hasta quedarse en lo esencial
Dice Toni García Ramón en su libro Mata a tus ídolos que hoy te pueden acusar de cualquier cosa, hasta de ser nostálgico. Lo dice para no ser nostálgico en un libro de anécdotas sobre sus encuentros con estrellas del cine que es en sí mismo un atronador grito nostálgico, pero se entiende bien tanto el miedo a ser tachado de nostálgico como la perplejidad por sentir ese miedo. Ni que la nostalgia fuera un crimen, caramba.
No lo es, pero nos comportamos como si lo fuera. Por eso en Cachitos le ponen letreros ácidos a las imágenes de archivo, para que aquello no parezca lo que en verdad es: una indecente inmersión en un mar de nostalgias.
Cuando me enteré de que este mes se cumplen treinta años del estreno de mi serie favorita de todos los tiempos, me estrujé las meninges para escribir una columna antinostálgica. Contar batallitas del abuelo sin sonar a abuelo batallitas es la cuadratura del círculo de mi generación, a la que enseñaron a reescribir con ironía todo lo que una vez fue escrito con seriedad.
Pero qué diablos: hace treinta años que se estrenó Doctor en Alaska y yo no sé cómo ponerle letreros cachiteros para que su ingenuidad, su entusiasmo y su preciosura no se les atragante a los cínicos resabiados. Además, el tema de la serie es la redención de un cínico. Joel Fleischman hace el camino inverso al de casi todo el mundo: se despoja del descreimiento más obstinado hasta quedarse en lo esencial, como la poesía de Juan Ramón. Cicely, Alaska, lo transforma en un ser humano sin carcasa ni escafandra. Todos los letreros sarcásticos que traía de Nueva York se le borran temporada a temporada, hasta dejarlo en los huesos, esos mismos que a nosotros se nos estremecen cada vez que nos asomamos a la serie.
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