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Columna
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Rojerío

La rabiosa aclaración (o el deseo) de Jorge Javier Vázquez sobre la identidad del público que milita en 'Sálvame' hubiera sido bendecida por los firmantes del manifiesto surrealista

Jorge Javier Vázquez, en 'Sálvame'.
Jorge Javier Vázquez, en 'Sálvame'.
Carlos Boyero

La rabiosa aclaración (o el deseo) de Jorge Javier Vázquez sobre la identidad del público que milita en su programa Sálvame hubiera sido bendecida por los firmantes del manifiesto surrealista. Según comunicador tan listo y rápido lo que a mí me parece un gallinero hepático, una corrala calculadamente histérica y dedicada a la exaltación de la insignificancia y la idiotez, está formado por un público de maricones y rojos. Lo cual hace que me replantee mi condición sexual e ideológica cuando en alguna alucinada y desventurada ocasión me topo con Sálvame y otros hitos gloriosos de Telecinco.

Siempre he tenido claro que mi deseo y mi amor se concentran en el género femenino. Y nunca me he aclarado, y mucho menos ahora, sobre mi identificación con el rojerío. Solo sé que me provocan ancestral alergia el clero de todas las religiones, los signos militares, los discursos políticos, los nacionalismos, esas cositas. Y que por razones concienciadas o viscerales, jamás he cumplido con el derecho o la obligación cívica de votar. Y que si la encarnación actual de la izquierda la representa la portavoz del Gobierno, una insufrible señora que recita tonterías con un tono de voz y una expresividad que me dan grima, mi mundo está en otro sitio. O en ninguno.

Y sé de la calidad intelectual y el sentido lúdico de los enganchados a las drogas que vende el transgresor Jorge Javier. Y aún es más grande y sofisticada la de sus impagables colaboradores, incluida la indescriptible princesa del pueblo llano. Pero se me escapa la militancia de todos ellos en el izquierdismo y la homosexualidad.

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