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Columna
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¿Normalidad?

No soporto al encender la televisión que repita hasta el mareo y a todas horas el término nueva normalidad. Que los lingüistas me descifren el significado de ese mantra, porque a mí todo me parece anormal

David Cantero e Isabel Jiménez enseñan a lavarse las manos y a usar la mascarilla en los informativos de Telecinco.
David Cantero e Isabel Jiménez enseñan a lavarse las manos y a usar la mascarilla en los informativos de Telecinco.
Carlos Boyero

En nombre de mi frágil salud mental intento ver mínimamente la televisión y tampoco dispongo de medios tecnológicos que me informen machaconamente del aquí y ahora. No soporto al encender el bicho que este repita hasta el mareo y a todas horas el término nueva normalidad. Que los lingüistas me descifren el significado de ese mantra, porque a mí todo me parece anormal. También me pongo enfermo con los chillidos y el insoportable tono de voz de tanto periodista juvenil narrando el estado de las cosas o llevando a categoría de noticia las anécdotas más distinguibles, a la búsqueda en tiempos duros de encontrar su hueco en el sol. Y el acento solidario y la retahíla de quereos los unos a los otros para vencer al monstruo y volver a ser felices que exhibe la melosa publicidad. Dentro de unos meses una parte de sus receptores tal vez no disponga de medios para comprar nada, se limitarán a que no les falte pan y agua.

Dentro de la nueva normalidad también debe de figurar una dama enmascarada que se puso a gritar como posesa en una tienda al estar a punto de chocar con otro enmascarado. Y veo a un fulano que mata su precioso tiempo disparando enloquecidamente a blancos cuya careta son los miembros del Gobierno. Ignoro si el cerebro de la histérica y del francotirador estaban averiados antes de la pandemia o simbolizan la nueva normalidad.

También voy a releer Diario de la guerra del cerdo, que narra la inexplicable y feroz caza de ancianos que se monta en la ciudad de Buenos Aires. Y la película Cuando el destino nos alcance, en la que los viejos, terminales o desesperados, pueden suicidarse con una pastilla indolora mientras que ven en la pantalla las antiguas maravillas de la Tierra y escuchan a Mozart y Beethoven. A cambio su carne servirá de alimento a la superpoblada humanidad. ¿Ciencia ficción? Sé de uno que se apuntaría al experimento.

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