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¿Sirve o no sirve? Así ha resultado la tecnología de rastreo que iba a salvarnos de la pandemia

El escepticismo de departamentos de sanidad y la falta de descargas han complicado la efectividad de aplicaciones como Radar Covid, que sí han dan de momento resultados aceptables en países como Reino Unido o Suiza

Jordi Pérez Colomé
Dos personas usan Radar Covid, la app de notificación de exposiciones del Gobierno
Dos personas usan Radar Covid, la app de notificación de exposiciones del GobiernoEFE

La salud pública española no creía que una aplicación como Radar Covid fuera a ayudar mucho contra la pandemia, según ha confirmado EL PAÍS fuentes de al menos seis comunidades y del Ministerio de Sanidad. La percepción sobre esta herramienta de rastreo de contactos en los distintos departamentos de salud consultados oscila entre la suspicacia y la desconfianza. El problema para la aplicación es que la implicación de estos departamentos era esencial para el éxito. Y nunca fue plena. Aunque nadie quiere hablar oficialmente de fracaso, los datos son concluyentes: la aplicación española registra menos del 2% de los casos positivos. Y contrasta con los de otros países, como Reino Unido donde, estudios recientes señalan que su aplicación ha evitado cientos de miles de miles de casos y hasta 8.000 muertos.

“El Departamento de Salut era bastante escéptico con la utilidad de estas soluciones. Desde Sanidad no confiaban. Pasó bastantes obstáculos hasta que se puso en marcha”, dice David Ferrer, secretario de Políticas Digitales de la Generalitat. En el Ministerio de Sanidad tampoco había confianza. “Una herramienta digital no es lo primero a lo que se recurre para tratar un problema sanitario. Pero pensar que una aplicación digital puede salvar vidas no es trivial. Ni en la mente de los usuarios ni para el sistema sanitario”, dice Pablo Rodríguez, asesor externo de la Secretaría de Estado de Inteligencia Artificial (Sedia). “En una reunión que tuvimos en diciembre la mayoría de consejerías ya aprovechaban abiertamente la situación para declarar la app como fracaso y no poner ni esfuerzo ni recursos para mejorar la entrega de códigos o hacer campañas”, dice una fuente en otra comunidad.

Otras dos fuentes revelan con sorna una reunión de directores generales autonómicos con Rodríguez, donde el asesor de la Sedia empleaba siglas y palabras en inglés como moonshot para describir la aplicación. Moonshot es una apuesta tecnológica muy arriesgada, de gran potencial y éxito dudoso. “Se han hecho bastantes reuniones. Se van hablando a distintos niveles y se aterrizan en algo más tangible y real”, explica Rodríguez. Pero está claro que no logró convencer a su audiencia.

Personas involucradas en el desarrollo de estas aplicaciones en varios países europeos han contado a EL PAÍS que la falta de implicación de sus departamentos de Sanidad fue el problema imprevisto más destacado. Había un segundo problema más previsible: la dificultad para lograr millones de descargas. Estos dos obstáculos ocultan un gran éxito del proceso: la tecnología funciona. El sistema de Google y Apple basado en bluetooth para detectar contactos cercanos ha sido validado. Pero desarrollar una aplicación que resulte valiosa para los usuarios e integrarla en un sistema de salud en plena pandemia es una labor muy distinta.

Necesita mejorar

La mayoría de países se ha visto superado esta vez, pero hay un cauto optimismo para el futuro. La aplicación no era nunca el remedio definitivo, sino una herramienta más. Google ha contado 59 aplicaciones activas en todo el mundo que usan su protocolo, 24 en Europa. En EEUU acaban de sacar una nueva campaña este lunes.

Muchas de las aplicaciones europeas difieren en detalles importantes, con lo que es difícil compararlas con justicia: la inglesa pide el código postal y lleva un código QR incorporado, en Bélgica recibe los resultados de las prueblas y en otras ni una cosa ni la otra. Las comparaciones y las mejores prácticas saldrán en artículos científicos en los próximos meses. Hay consenso en que más que un fracaso, es una tecnología que necesita otra oportunidad. “Estando en su infancia, tenemos aún mucho que aprender sobre cómo desarrollar esta tecnología”, dice Wolfgang Ebbers, director de evaluación científica de la aplicación de rastreo holandesa CoronaMelder.

El caso español no es el único donde la aplicación de tecnología de rastreo no ha aprobado. En Italia o Francia, por motivos distintos, nadie presume de resultados. Pero sí hay países que han logrado algo. Reino Unido acaba de sacar unos resultados de científicos implicados en el proyecto de la app donde estiman haber evitado entre 300.000 y 600.000 casos y entre 4.000 y 8.000 muertes. En Inglaterra y Gales, donde funciona la app, ha habido hasta ahora 110.000 fallecidos. El impacto estimado es discreto, pero sugiere que hay personas que se han salvado gracias a este sistema.

Para alcanzar esas cifras, más de medio millón de usuarios usaron la aplicación para alertar a contactos. En España esa cifra ha sido de 50.000 usuarios. En una comunidad que ha cumplido con su deber de repartir los códigos a tiempo, Cantabria, 608 ciudadanos alertaron de su positivo y el sistema de salud recibió solo la llamada de 61 personas por alerta de Radar Covid, según fuentes de la comunidad. Claramente, algo han hecho mejor en Reino Unido.

“Si uno necesita una eficiencia ideal para que funcione un sistema complicado como este y empieza a quitar eficiencia en cada paso, no lo va conseguir”, dice Luca Ferretti, investigador del Big Data Institute de la Universidad de Oxford y coautor del artículo con los datos ingleses. Ferretti da al menos tres motivos, que no se dan en España, para haber logrado esas cifras. Primero, generar confianza. “Vivimos en una sociedad en que nadie se fía de los demás. En el mundo de la salud hay institutos con mucho respeto. Uno de ellos es el NHS [National Health Service, servicio nacional de salud] británico”, explica Ferretti. Por ese motivo NHS formaba parte del nombre de la app. La falta de construcción de esa confianza con transparencia y claridad es importante: “La comunicación y la confianza es clave para animar a la gente a usar la aplicación”, dice Lina Nerlander, del Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades.

Segundo, una gran campaña de comunicación y publicidad, pero lejos de políticos que “manchen” el nombre. Y tercero, consenso entre partidos. “Los laboristas, en la oposición, no han dicho nada en contra de la aplicación”, añade Ferretti.

Mucha reticencia

La reticencia en la salud pública no es exclusiva de España. “He oído preocupaciones similares en otros países”, dice Bart Preneel, jefe técnico de la aplicacion belga Coronalert. “Los dos cuellos de botella son que la infraestructura de salud no esté optimizada para lidiar con esta tecnología y que parte de los profesionales de salud tienden a ser escépticos. Si hay un apoyo fuerte del gobierno (Irlanda, Inglaterra/Gales, Finlandia), las descargas crecen y la aplicación es más efectiva”, añade.

Un modo delicado de ganarse la confianza del sector sanitario era ofrecerles datos que no encontraran de otro modo. “El mundo médico y epidemiológico es más conservador. Ya veremos, te decían. Luego se quejaban de que el protocolo de Google y Apple no respondía a lo que querían”, explica Ferretti, que ha participado en el proceso no solo en Reino Unido sino también en Italia, su país de origen. “Por eso la motivación era epidemiológica, no hacer un juguetito”. Ese equilibrio entre privacidad e información necesaria para un científico es un proceso muy complejo que requería negociar necesidades con Google y Apple y luego trasladarlas a la aplicación. Para convencer a los profesionales de la salud pública había aparentemente que avanzar por ese camino, pero era un campo de minas para una opinión pública que exigía privacidad.

La falta de promesas concretas para los epidemiólogos de la aplicación por ejemplo en Cantabria provocó indiferencia. “A nivel autonómico la hemos impulsado las direcciones de tecnología más que las de salud pública”, dice Santiago García, director general de Transformación Digital de la Consejería de Sanidad. “¿Por qué? En Cantabria por ejemplo hemos montado un sistema de rastreo de contactos (Go-Data de la OMS) donde los rastreadores cargan toda la información de los casos y contactos y sus cadenas de trasmisión y permite hacer ubicación en mapas. Frente a eso, que da muchísima información para la toma de decisiones sobre brotes y confinamientos selectivos, un sistema anónimo que a priori no aporta nada más que gente a quien debes hacer PCR adicional, la sensación inicial es de escepticismo”, añade. También hubo el temor inicial de que la aplicación podría bloquear el sistema con un alud de peticiones de pruebas.

Ni siquiera uno de los primeros grupos científicos en llegar al rastreo de contactos previó que este problema tuviera esta magnitud. “No esperábamos la lentitud y las dificultades de integración, ni nosotros ni nadie”, dice Carmela Troncoso, la ingeniera de la Escuela Politécnica de Lausane que lideró el proyecto DP-3T, adaptado por Google y Apple en su protocolo. “Parece que las apps llegaron antes de su tiempo. El sistema no estaba preparado, y no hubo tiempo para prepararlo. Y esto es otra razón por la cual es importante que la app no tenga otros usos, ni haya creado una infraestructura que pueda dañar la sociedad de ninguna manera”, añade.

¿Dónde están los usuarios?

Los problemas de integración en los sistemas de salud pública ha sido uno de los dos desafíos principales de esta tecnología. El otro ha sido la falta de descargas. Ferretti también fue coautor del archicitado artículo donde se dijo que estas aplicaciones necesitaban un 60% de penetración en la población total para funcionar bien. “Era un mensaje para los políticos para saber dónde llegar. Debían apuntar al 50%, no bastaba con el 5%. En Inglaterra estamos a la mitad, hubiéramos querido el 56%”, dice.

¿Por qué más gente no se descargó este tipo de aplicaciones? “Quizá el problema es que la función de la aplicación no tiene un beneficio directo sobre la persona que la descarga”, dice Jorge García-Vidal, catedrático de la Universidad Politécnica de Catalunya cuyo grupo trabaja en cómo mejorar estos sistemas. “La orientación de la aplicación hacia el rastreo de contactos no supone un incentivo suficiente a nivel personal”, añade.

El recelo hacia las aplicaciones de los móviles es otro obstáculo: “La gente no tiene un conocimiento tan profundo de qué hace una aplicación como Radar Covid”, dice Gemma Galdón, directora de Eticas Consulting. “Hay una desconfianza general con la tecnología y las apps. Una app pública en un momento de desafección política implica que la gente expresa su insatisfacción así. Hay temor al mal uso de los datos, que es fundado. La confianza de la gente en la tecnología está rota”, añade.

Alemania es el otro gran país europeo donde la penetración en descargas de su aplicación Corona-Warn-App podría replicar las cifras inglesas: “Somos prudentemente optimistas sobre que algunos resultados de Reino Unido pueden ser transferibles a Alemania”, dice un portavoz de la aplicación. Su proceso de evaluación está de momento en marcha. Igual ocurre en Países Bajos. “A mediados de febrero un 26% de los holandeses se habían descargado la aplicación”, dice Ebbers, de Países Bajos. “Por ahora soy moderadamente optimista, aunque no quiero llegar a conclusiones mientras aún recogemos todos los datos”, añade. Suiza ya publicó unas cifras que apuntaban en la dirección inglesa.

La falta de penetración tampoco es un motivo definitivo para desanimar de su uso. Quizá las descargas estén concentradas en un barrio o universidad y se observen allí más contactos. “Incluso con una adopción del 10-20% el impacto puede ser grande si se concentra en ciudades o en ambientes concretos”, dice Preneel. La evidencia de Reino Unido dice que hay zonas donde la adopción ha rozado el 40%.

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Sobre la firma

Jordi Pérez Colomé
Es reportero de Tecnología, preocupado por las consecuencias sociales que provoca internet. Escribe cada semana una newsletter sobre los jaleos que provocan estos cambios. Fue premio José Manuel Porquet 2012 e iRedes Letras Enredadas 2014. Ha dado y da clases en cinco universidades españolas. Entre otros estudios, es filólogo italiano.

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