Pedro Cifuentes: “En la montaña, antes que el hambre o la sed, lo que te mata es el sueño”
El alpinista conquense, uno de los exponentes más destacados de su disciplina mundialmente, ha realizado travesías de más de veinte días (y noches) sin bajar de la pared
Hay que estar hecho de otra pasta. En enero de 2019 cuatro alpinistas, dos brasileños y dos checos, en la Patagonia argentina, se veían arrastrados por un temporal. Solo uno consiguió descender con vida. Se organizó un dispositivo para el rescate y Pedro Cifuentes, que se hallaba allí intentando cumplir su sueño de ser el primer deportista en realizar en solitario la travesía del Fitz Roy, ascender a todas sus cumbres -unos 45 días sin bajar de la pared- interrumpió su expedición para participar en él. Un compañero, Jesús Gutiérrez, parte como él del tercer equipo de rescate, cayó desde más de 30 metros de altura, y la heroica acción de Cifuentes posibilitó que su colega, con cuatro costillas rotas, líquido en los pulmones y fracturas en codo, clavícula, tibia y peroné saliera vivo de allí.
Cifuentes es uno de esos pocos escogidos de la montaña, un atleta capaz de vivir literalmente al límite. Ha recorrido medio planeta escalando y algunas de sus proezas tienen difícil parangón. Estuvo, por ejemplo, en las Torres Trango, en Pakistán, a más de 6.000 metros de altura, recorriendo una vía que los hermanos Gallego abrieron hace tres décadas y que nadie más ha vuelto a conseguir transitar, quizá la más larga del mundo. Cifuentes intentó hacer cumbre en solitario, 20 días colgado, y se quedó a menos de 100 metros de hollarla, impedido solo por una climatología feroz que amenazaba su vida. “He llegado a pasar ocho días en la hamaca, colgado a merced del viento”, cuenta.
“Antes que el hambre o la sed, en la montaña lo que te mata es el sueño”. Así de contundente se pronuncia Cifuentes, hablando sobre la importancia de organizar los descansos cuando se asciende a una pared vertical. Monta la hamaca al final de cada jornada de ascenso, come y trata de dormir, atento siempre a la climatología. Desde el campo base le van enviando la previsión meteorológica, que él recibe en su teléfono actualizada al segundo. Si todo va bien, puede regalarse sueños de un par de horas, pero lo normal es que deba despertarse cada 30 minutos más o menos para comprobar el estado del viento, nevadas, temporales...
El cansancio extremo y la exigencia psicológica hacen que el cuerpo sea capaz de sacar más partido de pocos minutos dormidos. Aun así, mientras está durmiendo, el cerebro sigue discriminando información, alerta ante cualquier amenaza. Si ocurriera algo peligroso para Cifuentes, despertaría. Un experimento demuestra de hecho que mientras alguien duerme puede permanecer inalterado ante ruidos moderados a su alrededor pero que, si se susurra su nombre, abre inmediatamente el párpado.
“La montaña es el lugar donde quiero estar, al dormir en una pared vertical siento felicidad. Pero tengo claro, y me cuido para ello, que lo importante no es hacer cumbre, sino regresar al campamento base”, sentencia Cifuentes.
Cuando el descanso es un sueño es una serie de ocho capítulos de EL PAÍS en colaboración con Ikea dedicada a indagar en las rutinas de descanso de algunas personas que, por aquello a lo que se dedican o debido a circunstancias externas, han aprendido a dormir en condiciones anómalas para la mayoría y se han adaptado a ellas. ¿Cómo reacciona el cerebro al dormir en cuevas de más de mil metros de profundidad donde no existen los días o las noches?, ¿cómo se sobreponen al jet-lag un matrimonio de sobrecargos que cambian constantemente de huso horario? ¿Se puede dar la vuelta al mundo navegando en solitario y durmiendo solo siestas de media hora? Descúbrelo en el resto de episodios.