Nevenka Fernández: “El silencio de la sociedad fue el que más daño me hizo”
La mujer que logró la primera condena a un político por acoso sexual en España sufrió escarnio e incomprensión hace 25 años. Ahora, la historia es otra y la escribe ella en un libro
Es miércoles por la mañana y es “una de esas en las que se cruzan más emociones que en otras”. Tiene días y días. Lleva 25 años teniéndolos aunque hace tiempo que son distintos, no atenazan, respira por la nariz, sin pensarlo, como todo el mundo; y puede salir a la calle sin quedarse paralizada en medio de la acera y con la cara libre, mirando al frente, como todo el mundo. Aunque para eso tuvo que abandonar familia, casa, amigos, país. Se fue a Dublín, tenía 25 años. Era 2001 y Nevenka Fernández era concejala de Hacienda en Ponferrada, con el PP, cuando denunció al alcalde, Ismael Álvarez, por acoso: una caza permanente de meses, continuada, tan sutil como feroz, hasta que ella pensó que “ya no era nadie”. Un año después, esa mujer que se recuerda “en ruinas” logró la primera condena por ese delito en un país en el que aún se hablaba de violencia doméstica y esa violencia doméstica se entendía, evidentemente, como un asunto de arreglar en casa. “De naturaleza privada” fue como definió aquel juicio Javier Arenas, entonces ministro de Administraciones Públicas ―a punto de ser vicepresidente del Gobierno con José María Aznar―, también del PP.
En 2021, el documental Nevenka, de Ana Pastor, la devolvió al recuerdo y la conciencia de una España que ya no era esa que se había manifestado en apoyo al alcalde, ni la que había llamado a Fernández “la puta de España”, ni en la que los políticos del partido de un agresor condenado le aplauden. En 2024 fue la película Soy Nevenka, de Icíar Bollaín. Y ahora, a mes y medio de cumplir los 50, dice que por primera vez está hablando estos días lo que no habló en 20 años. Acaba de publicar El poder de la verdad (Penguin) y se ríe y se pregunta si la gente piensa que “ahora de repente Nevenka está en todas partes”. Y se contesta que no, “que en realidad han sido esos 20 años lo que ha necesitado para llegar hasta aquí”.
Pregunta. Lo primero que escribe en el libro tiene que ver con eso: “Quién me iba a decir que hoy, recién comenzado el año 2025, estaría sentada escribiendo una nota introductoria a El poder de la verdad”. ¿Nunca imaginó un momento así?.
Respuesta. No, no, no. Nunca. Cuando salió el documental, y ya era 2021, tenía un miedo terrible a la repercusión. Igual con la película, aunque algo menos. Cada cosa que pasa desde entonces me sigue sorprendiendo. Este cariño que todavía recibo hoy cuando la gente me dice “gracias por hablar”, “no sabes la paz que me has hecho sentir”, prometo que jamás lo imaginé.
P. ¿Ya no siente ese miedo?
R. La intención que me mueve es más fuerte que el miedo, que es poder llegar a las personas a las que esto pueda ayudar, y que cualquiera pueda entender lo que pasó. Y otra parte muy importante para que yo esté ahora aquí y para seguir este camino por los derechos de las mujeres y contra la violencia es que yo he tenido referentes y he podido sentir lo que otros testimonios producían en mí y es algo absolutamente liberador. Las palabras, la voz, la valentía de otras mujeres como Anita Hill [profesora y abogada que denunció en 1991 al candidato a la Corte Suprema de Estados Unidos, Clarence Thomas, por acoso sexual mientras era su supervisor en los años 80] o Maya Angelou [escritora, cantante y activista por los derechos civiles, feminista y antirracista más importante del último siglo] fueron para mí como terapia, como medicina. Que yo pueda hacer eso por otras es mi deseo.
P. En aquel momento usted encontró esas otras voces mayoritariamente fuera de España. Cuenta en el libro que buscaba y buscaba otras que hubiesen pasado por lo mismo y no lo lograba.
R. Era otro país. Estábamos casi por definir en lo jurídico [la ley integral contra la violencia de género fue en 2004 y el acoso había entrado al Código Penal apenas unos años antes, en 1995] y estábamos empezando a cambiar, pero muy poco. Y la legislación es importante, pero tiene que acompañarla también un movimiento cultural, una forma de vivir. Eso no sucedía, hemos avanzado muchísimo, ahora podemos hablar y hace 20 años ni siquiera podías hacer eso.
P. A pesar de todo, usted lo hizo.
R. Porque yo solo tenía opción A y opción B. En ese momento yo sentía que tiraba o me moría. Psicológicamente ya estaba casi muerta, en un lugar muy oscuro con una barbaridad de angustia, una incapacidad para salir a la calle. No podía vivir, hubo momentos en los que no quería vivir. Y supe las consecuencias para mis padres, para mi familia, para mí, en cuanto empecé a indagar sobre el acoso, lo que iba a suponer hablar, pero también supe que no podía vivir con eso dentro. Y tomé la decisión consciente de que iba a ir contra todos y contra todo en aquel momento. Pero eso, que era denunciar o la muerte y por eso muchas veces pensé que yo no fui tan valiente, porque no tenía otra opción, mi objetivo en ese momento era sobrevivir.
P. En el capítulo 11, El silencio cómplice, usted escribe “es terrible, es espantoso que te traten mal, que te acosen moral, laboral o sexualmente, que te golpeen, que te insulten o que te vejen. Pero las huellas más profundas me las dejó el silencio de la sociedad. Su total descrédito de los hechos, su indiferencia y su ansia de culpabilizarme. Eso no lo esperaba”.
R. Ese silencio que juzga, el que agrede, no el silencio en general, porque hay un silencio que es muy necesario en el que yo he invertido horas y horas y horas [20 años de practicar meditación y respiración, recuerda de vez en cuando a lo largo de la entrevista]. Pero es ese culpabilizador que te está mirando, y que hace crecer esa sensación de sentir vergüenza por quién eres. El silencio de la sociedad es muy dañino, fue el que más daño me hizo. Eso y la indiferencia. Cuando en Ponferrada la gente se manifestó a favor de él [en junio de 2002, después de ser condenado], fueron unas 3.000 personas de unas 60.000, vale, no eran tantas. ¿Pero dónde estaban las otras 57.000? ¿Qué estaban diciendo no diciendo nada? Eso es terrible para las víctimas de maltrato, para las mujeres. Y ese silencio es uno de los motivos más graves para que no podamos resolver el acoso, el laboral, el sexual, el bullying en los colegios.
P. A esta cuarta ola feminista la marca entre otras cuestiones precisamente la ruptura del silencio, pero a la vez hay un movimiento reaccionario cada vez más fuerte y extendido, negacionista además de la propia violencia.
R. Por eso hay que romperlo. Les incomoda, les molesta y entonces odian más, sé que habrá más odio, porque se trata todavía de silenciar, de oscurecer, de ignorar. Tenemos ejemplos clarísimos de lugares donde está ocurriendo: Estados Unidos, sobre todo desde que llegó Trump, el aborto cuestionado como derecho allí y en Europa. Tenemos que poder salir y no dejar que vuelva a imponerse ese silencio, la violencia, el negacionismo.
P. ¿Alguna vez piensa en la parte política? Usted formó parte de un partido que en los últimos años pacta y cede ante la ultraderecha, Vox, un partido que no solo no reconoce la existencia de la violencia sino que es marcadamente antifeminista.
R. Es terrible. Claro que lo pienso, porque vivo en el mundo y porque estamos viendo esto que acabamos de hablar. Y cada vez más cerca. ¿Pero sabes? Nevenka [a veces, cuando habla de ella misma en el pasado, habla en tercera persona] entró en política sin ninguna intención política y con esto quiero decir que a mí me ofrecieron volver a Ponferrada a trabajar por mi ciudad, y si en vez de llamarme Ismael Álvarez me hubiera llamado Charo Velasco [la socialista, cabeza de la oposición, que entendió lo que estaba pasando y le tendió la mano y la defendió cuando nadie más lo hizo en ese Ayuntamiento] hubiese ido con el PSOE y con las mismas ganas de hacer algo por mi ciudad. Con los años me he dado cuenta de que soy una persona socialmente responsable y que me siento más cercana a los valores de la izquierda, pero de aquí a Lima. La neutralidad de quienes no se posicionan es una manera muy sibilina de meterse en esta guerra sucia que algunos quieren provocar pero no es más que ignorancia de lo que hay realmente detrás de cosas como el acoso, de cómo puede llegar a hundirte la vida y lo difícil que es salir de ahí.
P. Más de una década, en su caso.
R. Sí. Mira, esta mañana durante una grabación me han puesto audios de los días en los que dimití. Los habré oído 100, 500 veces. También le estaba oyendo la voz [a Ismael Álvarez] y me incomodaba, me estaban dando ganas de vomitar. Pero hoy esto lo tengo muy trabajado y tengo herramientas para no quedarme en ese odio ni en esa rabia y he extraído esa capacidad de comprender que a veces la única manera de movernos hacia delante es siendo valientes para exponer lo que nos pasa. Y la valentía no tiene que ser pública, no todo el mundo tiene la posibilidad, la capacidad, la fuerza o la voluntad de hacerlo así, públicamente. Pero hablar pueden ser muchas cosas. Saber que tienes a alguien que lo va a escuchar lo es todo. Porque en ese acto de comprensión hay algo muy sanador que yo he experimentado en los últimos siete años.
P. Lo cuenta en el libro, lo importante que fue para usted la respuesta social al documental y la película. Cómo la ayudó a dar un paso más en ese trabajo que lleva haciendo 20 años en los que ha estado arropada de su familia y amigos pero alejada de lo público por el señalamiento y el escarnio y el hostigamiento que sufrió. Muchas víctimas dicen que nunca nada repara del todo, pero ¿se siente de alguna forma resarcida?
R. Me siento completa. Y siento que el mayor reconocimiento que se puede hacer a Nevenka es que quizá no podemos evitar que haya otras víctimas, pero que nadie tenga que pasar por una situación así, que existan redes de apoyo, comprensión alrededor del maltrato y del acoso. ¿Me siento reparada? ¿Se puede? Bueno, estoy muy agradecida de las cosas buenas que han ocurrido, pero sobre todo, creo que después de tantos años, lo que me siento es en paz. Finalmente.
Y sale de la terraza donde se hizo esta entrevista. Y como ya no aguanta las lentillas se pone las gafas de ver y encima las de sol, pero solo porque la luz es molesta, y camina por Gran Vía, llena de gente, y sonríe, y se pone a hablar de otra cosa.