‘Soy Nevenka’: anatomía de una ovación
Fue la primera mujer que sacó a la luz un caso de abuso sexual en política. Y la sociedad se puso mayoritariamente en su contra
Mi acompañante tiene las palmas rojas y llevamos 10 minutos de aplauso. Estamos en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, al final de la proyección de Soy Nevenka, la última película de Icíar Bollaín, que podría resumirse en una sola palabra: justicia. Nevenka Fernández, la mujer en cuya historia se basa la película, se levanta para abrazar al equipo. La ovación no quiere terminar. Son muchas las razones por las que necesitamos aplaudir: repasaré aquí algunas.
Aplaudimos por la peli y por Nevenka, eso está claro. Pero una emoción íntima nos recuerda que aplaudimos también por nosotros. Porque nos sentimos mejores que cuando presenciamos en el año 2000 la denuncia pública de Nevenka Fernández, entonces concejala de Hacienda en el Ayuntamiento de Ponferrada, al alcalde Ismael Álvarez por acoso sexual. Fue la primera mujer que sacó a la luz un caso de abuso sexual en política. Y la sociedad se puso mayoritariamente en su contra. El fiscal la acosó, su pueblo se manifestó en defensa del agresor, recibió amenazas… Y aunque finalmente ganó el juicio, tuvo que marcharse de España para encontrar trabajo.
Más de 20 años después aplaudimos como si la complicidad con los agresores formara parte del pasado. Observo que todos los hombres de la sala están en pie durante la ovación. Esta noche, al grito de “soy Nevenka”, parece que no queden alcaldes que usen su poder político para imponer su deseo sexual. Nos creemos mejores, aunque hace unas semanas el alcalde de Vita (Ávila) entonaba una canción pedófila en las fiestas de su pueblo sin que lo abuchearan o le quitaran el micro. Pero esa es ¿otra? historia.
Aplaudimos y sentimos que “esta es tu manada”, pensamos que #SeAcabó. Y lo hacemos en un país que ha colocado el consentimiento en el centro de la libertad sexual gracias a la lucha de mujeres feministas (de izquierdas) que se jugaron su carrera política por lanzar la tan criticada como pedagógica ley del solo sí es sí. Una ley que aun con sus grietas nos obligó a repensar los viejos y agresivos modelos sexuales. Ojalá este aplauso, que también es denuncia, incluya la disculpa de quienes (esperamos) habrán cambiado de idea gracias al diálogo social. Como Ana Rosa Quintana, cuyo cuestionamiento público de Nevenka Fernández recuerda la película.
Aplaudimos por la justicia por encima de dogmas de género, porque Soy Nevenka revela cómo la narrativa del agresor sexual puede llegar a ser sostenida por mujeres cómplices. Y recuerda que existen hombres que se han opuesto a los agresores con determinación antes de la presión social del #MeToo, como Juan José Millás, cuyo libro sobre el caso, Hay algo que no es como me cuentan, inspira la cinta. Aplaudimos porque “not all men” y exigimos que sean, de una vez, muchísimos más. Y mucho más firmes.
Aplaudimos porque sabemos que después, en el silencio que se abre tras el reconocimiento público, la mayoría de agresiones sexuales contra mujeres y niñas seguirán ocurriendo en la intimidad de sus propias casas. La vergüenza es un sentimiento íntimo que urge cambiar de bando también en la intimidad, en esa cueva donde un día Nevenka Fernández gritó a su agresor: “No soy Quenca, soy Nevenka”.
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