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Así se fraguó el consenso feminista que tumbó a Rubiales

La dimisión del jefe del fútbol español solo fue posible por el rechazo mayoritario que suscitó su comportamiento en la calle, la política, la justicia, las instituciones y la sociedad en una suma de fuerzas

Manifestación contra Rubiales, el pasado 28 de agosto, en el centro de Madrid.
Manifestación contra Rubiales, el pasado 28 de agosto, en el centro de Madrid.Andrea Comas

Luis Rubiales ya no manda en el fútbol español. Ha pasado en 17 días de un chulesco “¡no voy a dimitir!”, repetido cinco veces ante quienes él creía que eran sus fieles, a dejar el cargo en un comunicado de domingo por la noche y resignado ante unos misteriosos “poderes fácticos” que le impedirían volver a su puesto, del que ya había sido apartado por la FIFA. Lejos de la oscura conspiración que apunta Rubiales, esos poderes son los de cientos de miles de personas a las que indignó que el presidente de la federación besara sin consentimiento a una jugadora que acababa de ganar el Mundial, Jenni Hermoso. Los de quienes, en pocas horas, se lanzaron a las redes sociales para señalar lo que había hecho y días después a decir #SeAcabó; también los de los que tardaron días en reevaluar lo que habían visto: no era un gesto desafortunado, era una agresión. Los de los políticos que criticaron ese comportamiento, de los medios de comunicación nacionales e internacionales. El poder del rechazo del resto de las jugadoras y los jugadores —aunque no todos, y algunos de forma tibia—, y los de los demás dirigentes de la federación que le fueron dando la espalda. Todas esas fuerzas, juntas, fraguaron un nuevo consenso más allá del fútbol y del feminismo: un consenso social. Esos han sido los poderes que han hecho ver a Rubiales que quien conducía en sentido contrario en la autovía era él mismo.

Rubiales celebraba en Sídney la victoria de las jugadoras, y cuando agarró de la cara a Jenni Hermoso y la besó en la boca, creyó hacerlo en un mundo en el que podía hacer algo así ante una audiencia de millones de personas sin que pasara nada. Como mucho, la reacción de algunos “tontos del culo” que no sabían interpretar un gesto de alegría incontenible, como trató de minimizar horas después en una entrevista en la cadena Cope. Pero esa impunidad que lo envolvía solo estaba en su cabeza, algo de lo que han dado cuenta las tres últimas semanas. Al margen de que haya o no consecuencias penales, el gesto de Rubiales permitió comprobar la fuerza del feminismo y también, como explica Octavio Salazar, jurista y experto en igualdad y masculinidades, “que en la sociedad han madurado unos valores que se traducen en una exigencia de responsabilidad y en la tardía dimisión”. Esto, hace tres o cuatro años, “hubiera sido impensable”, dice.

Esa transformación de la sociedad ha aflorado con mucha fuerza con el caso Rubiales, supone un “punto de no retorno”, según Salazar, y se ha materializado una línea roja acerca de lo que la mayoría no está dispuesta a tolerar. En los últimos años, “los debates sobre el consentimiento, sobre el solo sí es sí más allá de la parte jurídica, han tenido consecuencias pedagógicas en la sociedad”, comenta. Ha ido calando en la ciudadanía la capacidad de identificar ese beso como una agresión, y a partir de ahí, iluminar el mundo de Rubiales ha dejado a la intemperie unas estructuras de poder, las del fútbol, “muy masculinas y masculinizadas que lo han estado sosteniendo”, dice Salazar, que confía en que la ola también alcance “espacios similares” donde los hombres ejercen su dominio jerárquico, “como la universidad”.

Pese a los avances, y por ellos, en los últimos años una porción de la sociedad percibe el movimiento feminista como una amenaza, como algo que desafía sus convicciones de un modo radical. En parte se explica por la mayor presencia de los temas feministas en el debate público, pero también porque algunos de ellos han resultado polarizadores dentro del propio movimiento: la ley trans y la tramitación del solo sí es sí son dos ejemplos claros. La diferencia con el caso Rubiales es que las realidades a las que alude llegan a todas las mujeres, de todas las edades, en todas partes: la violencia sexual y el abuso de poder. El feminismo, dice la socióloga Rosa Cobo, “es un movimiento potente en términos de movilización que ha tenido, en esta ocasión, una respuesta mucho mayor al propio movimiento, lo que pone de manifiesto que cuando una idea cuaja lo hace a pesar de los propios movimientos o la situación en la que se encuentren en un momento determinado”.

Cobo resalta que “se ha organizado una conciencia crítica y colectiva enormemente poderosa que ha hecho que algo que hace cinco o siete años podía ser irrelevante se ha convertido en tsunami social y mediático”. Está convencida de que “de alguna forma ha calado en la sociedad la idea del consentimiento”, y que si lo ha hecho es “porque ha caído en un suelo muy fértil”, el de un movimiento feminista que en los últimos años ha puesto “la violencia sexual en el corazón” de su agenda.

Esa violencia, dice Cobo, “se ha ido colocando como una preocupación enorme en madres, hijas, abuelas, estudiantes o trabajadoras, todas”, por eso, lo que hizo Rubiales “cayó en el centro de esa vindicación política feminista” y “ha hecho posible que tenga que decir que se va”. La presión para que se marche se ha construido de manera inclusiva y homogénea en una bola de nieve que fue rodando cada día, sumando apoyos a Jenni Hermoso y haciendo marginal la versión de Rubiales y su idea del “falso feminismo”.

El hecho de que el beso no consentido haya sucedido en público y con millones de ojos enfocando, con la capacidad de difusión de las redes sociales, ha hecho que cada día que pasaba con Rubiales al frente de la federación fuera más difícil apoyar su versión. Él trató de construir un relato paralelo, minimizar lo ocurrido y hasta presionar a Hermoso y a su familia. Es el manual básico del acoso sexual en el trabajo, que suele producirse en espacios privados, sin testigos, y donde las sospechas suelen recaer sobre la víctima.

Un día tras otro, Rubiales perdía aliados, y entre ellos, muchos hombres “que han dicho en público que se han concienciado”, dice Salazar, quien espera que este caso “sirva para hacernos comprender que esto tiene que ver con nosotros, que tenemos una especial responsabilidad en el cambio. Que en todo caso deberíamos sentirnos interpelados, no atacados”. Todo ello tiene que ver también con una cuestión generacional, en hombres y en mujeres. Ha ocurrido en el propio vestuario de las campeonas.

“Lo que ha pasado es muy serio”

Laia Codina, defensa de la selección femenina, de 23 años, lo explicaba al contar lo que sucedió en el autobús, a la salida del estadio en Sídney, tras la victoria. Una de las veteranas del equipo sacó el tema del beso en plena celebración. “Nos dice: ‘Ojo, chicas, porque esto que ha pasado es muy serio, es inaceptable y lo tenemos que condenar porque al final no deja de ser un abuso de poder del jefe con una jugadora, que podría haber sido cualquiera de nosotras”.

Las veteranas de ese equipo son las pocas que convivieron hasta 2015 con el exseleccionador Ignacio Quereda —acusado de tratarlas con desprecio durante años—, y sobrevivieron a su salida. Hermoso, Alexia Putellas o Irene Paredes, entre ellas. Son las que no se han cansado de pelear en los despachos por su derecho a preocuparse solo por el balón y para que las que las sucedan no tengan que pensar más que en el césped. Con una conciencia feminista que han asimilado en estos ocho años. Con voz en el vestuario, líderes naturales.

Son las que no tuvieron que explicarles mucho más a las más jóvenes, integrantes de la Generación Z, futbolistas sin complejos, intolerantes ante ciertos comportamientos, sin miedo a denunciar, referentes sin renuncias para las niñas, y los niños, de hoy. Las futbolistas son ya de otra pasta. Y han protagonizado ese cambio en lo deportivo y en lo social, en un mundo por antonomasia masculino, el fútbol, coto privado de ellos, hasta que ellas han lograron derribar los prejuicios a balonazos, y rompiendo una vez más el silencio. El #SeAcabó que inició Putellas arrancó tras el discurso de Rubiales en la federación el viernes 25 de agosto.

Porque más allá del beso no consentido, de agarrarse los testículos en el palco, o coger a la reina Letizia por el hombro, en la disección de la caída de Rubiales es importante cómo reaccionó a las críticas. “Ha levantado muchas ampollas que él no lo haya entendido como algo que está mal”, alega Rosa Cobo. Nunca se ha disculpado, no ha reconocido. Para Cobo, todo lo anterior “ha generado un profundo malestar”, y, “aunque a la vez también se haya producido el ‘no era para tanto”, ha tenido mucha más fuerza el “sí ha sido para tanto”. En eso la sociedad, y también “los medios de comunicación, han jugado un papel muy positivo, porque por mucho que haya malestar en la sociedad, si los medios, como en las redes, no se hacen eco, no hubiese llegado adonde ha llegado”.

Y también ha sido importante el papel de las instituciones y quienes tienen capacidad de decisión. Si Rubiales ha decidido dejar de atrincherarse, han tenido que ver también las “presiones a alto nivel”: el Gobierno, la FIFA, la propia federación española. De todos, dice Cobo, “el político es el poder más democrático, por ser el que nace de la elección directa, y es el que atesora mayor legitimidad, por eso, cuando toma partido por un derecho frente a una tropelía o un privilegio, es fundamental. Tiene la capacidad de debilitar o de reforzar, de dar legitimidad o de quitársela, y en este sentido el poder político ha sido inequívoco”. Explica que, para que un movimiento o una cuestión concreta salga adelante, hay apoyos sin los que no puede hacerlo: el de los mercados, el de la cultura y los medios, el académico y el político. “Aquí ha habido unanimidad. Era evidente, se hacía insostenible que Rubiales siguiese ahí. Y el feminismo fue el que dio el golpe imparable”.

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