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Karmele Marchante: “El amor me jodió, como a todas”

La periodista y activista feminista publicó hace unos meses su biografía, ‘No me callo’, en la que hace un repaso a toda su vida, que va mucho más allá de su paso por los platós en los programas del corazón

La periodista y activista feminista Karmele Marchante, en el Hotel Palace de Madrid.
La periodista y activista feminista Karmele Marchante, en el Hotel Palace de Madrid.Samuel Sánchez
Isabel Valdés

La casa donde creció Karmele Marchante era una de esas casas donde los trapos se lavan dentro y no fuera, y donde la Guerra Civil salía a relucir solo para rezar por sus caídos, por Dios y por España. Su madre quiso ser maestra, pero su padre, el abuelo de Marchante, no lo permitió. Y no se crio con ella, ni con su padre, coronel de infantería, sino en Tortosa (Tarragona) con su abuela hasta los 12 años, que no la llamaba Karmele sino Mari Carmen, y también con Lupe, la chica que trabajaba en ese hogar que contaba con tres cocinas, tres baños, abarcaba una manzana completa y daba a varias calles. No tuvo ni una amiga, “cero”, y sus padres “eran un punto en el mapa”, exactamente en Toledo, donde se mudaron cuando nació su hermana Charito, dejándola a ella con su abuela. Lo cuenta en un salón del Hotel Palace en Madrid, un sitio que eligió ella porque es parte de su vida: porque ahí se reúnen las del Club de las 25 (un colectivo feminista del que fue cofundadora en 1997), porque ahí ha pasado noches “de amor y sexo o solo de sexo, que el amor no hace falta siempre”, porque para ella siempre será ese lugar lleno de periodistas y políticos y bullicio y “conversaciones que interesaban”.

En las escaleras de ese hotel siguió la noche del golpe de Estado y en esas mismas escaleras habla de todo lo que se le ha cruzado en la vida hasta ahora, hasta sus 76 años. De todo: sexo, amor, misoginia, violencia, política, feminismo y amigas —”una de las cosas más valiosas e importantes de mi vida”—. “Cero reparos” a la hora de contar tiene esta mujer a la que casi todo el mundo conoce, pero poca gente sabe quién es, como “cero reparos” tuvo al escribir su autobiografía, No me callo, que publicó con Penguin el pasado noviembre.

Pregunta. ¿Por qué decidió contar su vida así, abierta en canal?

Respuesta. Hay gente que me quiere y gente que me odia. Y gente que me conoce como persona y que me conoce como personaje. Una de las misiones que me propuse es que me conocieran como persona y mostrar lo que he hecho durante toda mi vida, que no soy solo mis últimos años profesionales.

P. Se refiere a los de la prensa rosa, ¿le han perjudicado?

R. Mucho. Estamos en una sociedad del espectáculo que escribió Vargas Llosa en un momento en el que estaba todavía bien de la cabeza. Todo es fugaz, solo queda lo último. Es así con todo, conmigo, y ha sido negativo para mí.

P. Leyendo el libro da la sensación de que no encaja en ese mundo.

R. No, porque nunca fue mi mundo, me di cuenta tarde, no al principio, cuando entré.

Marchante estudió en la Universidad de Navarra y en la Escuela Oficial de Periodismo de Barcelona. Trabajó en la UNESCO, fue una de las fundadoras del grupo LAMAR (Lucha Antipatriarcal de Mujeres Antiautoritarias y Revolucionarias) y de la revista Ajoblanco, dirigió otra, Star, ambas de la contracultura de aquel momento. Estuvo en la preparación de las primeras Jornadas Feministas a nivel estatal en Madrid y Barcelona. Colaboró para Tiempo e Interviú durante años. Entrevistó a Adolfo Suárez, a la plana mayor de las FARC, el M19 y el narcotraficante Fabio Ochoa. Pasó por Informe Semanal en Televisión Española, Radio Nacional de España y la COPE. Consiguió una beca Fulbright en Washington… Y todo cambió cuando se sentó en el plató de Tómbola, en 1997.

Marchante, en el Hotel Palace.
Marchante, en el Hotel Palace.Samuel Sánchez

P. ¿Cuál fue el motivo de aceptar ese trabajo?

R. El dinero, en aquel momento y luego durante mucho tiempo.

P. ¿Le pesa ahora?

R. Sí. Si se pudiese volver atrás, ojalá se pudiese, no lo haría.

P. ¿Algo que salvar de aquella época?

R. Algunas. María Teresa Campos entre ellas. Y quiero hablar de ella porque siempre se habla de los grandes comunicadores varones, pero no se habla de las grandes comunicadoras mujeres. Ella lo ha sido: innovadora, creadora de formatos copiados luego por muchas cadenas y programas. Una gran profesional de la que me molestó siempre mucho que se la llamara la reina de las marujas. A ella también. Tenía poder y autoridad y rompió muchos techos de cristal. De ella y con ella aprendí muchísimo.

P. ¿Cómo era entonces ese mundo para las mujeres?

R. Difícil. El feminismo no era lo que es ahora y te encontrabas con situaciones muy difíciles: no te escuchaban, te ignoraban, tus opiniones no contaban o no te hacían ni caso. Me crucé en Televisión Española con un jefe, misógino, que si eras mujer nunca te miraba a la cara, jamás. Me odiaba a muerte por ser feminista. ¿Sigue ocurriendo? Sí, pero no de forma tan extendida como antes. Hay cosas que ya no pasan o no tanto como antes.

P. ¿Eso aplicaría también a su infancia? En el libro narra cómo sus padres estuvieron desaparecidos cuando era niña, cómo sus dos hermanos murieron, uno muy pronto y la otra tras un atropello cuando usted tenía 16 años, las palizas de su padre y cómo convertía su vida cada verano, que era cuando le veía, en un infierno. Llega a contar que un día le sacó una pistola, y cómo su madre nunca reaccionó frente a eso.

R. Soy incapaz de acordarme de qué discutíamos, eran tantas y tan seguidas… Él era una persona iracunda. En una de esas me sacó una pistola, me dijo que estaba cargada, que si no le pedía perdón iba a disparar y le dije que lo hiciera, que perdón no le iba a pedir. Lo que más me dolió de eso es que mi madre no hizo nada. Nunca hizo nada. A él nunca se lo perdoné. Con ella, muchos años después, pude hablar de esto y nos reconciliamos. Me pidió perdón arrepentida por todo lo que no había hecho, me explicó que eran las circunstancias, que en aquel momento pensaba que callar ante mi padre era lo que pensaba que tenía que hacer y que todo lo que hizo o lo que no hizo fue pensando en lo que creyó que era por mi bien.

P. ¿Diría hoy que su padre fue un maltratador?

R. Claro que sí. Entonces [1969] era lo normal, no se cuestionaba socialmente la autoridad paterna y la violencia no era vista como ahora. Si fuese hoy, lo denunciaría.

P. Tiene otro recuerdo grabado de su adolescencia, ¿verdad?

R. El día que me vino la regla. Mi madre simplemente me dijo que fuese con ella al baño a lavarme y a ponerme unos paños que ya era mujer, y mi padre que con eso ya tenía que tener cuidado con los hombres y no dejarme tocar nunca. Ninguna explicación más.

Marchante en las escaleras del Palace.
Marchante en las escaleras del Palace. Samuel Sánchez

P. Formó parte de una generación a oscuras.

R. De todo. Nadie jamás nos explicó nada: ni de la regla, ni de la vida, ni del sexo o la masturbación, ni del amor, ni de nada. Y no se nos ocurría preguntar porque no sabíamos ni que nada de eso existía.

P. Le pregunto por el amor.

R. Pues el amor me jodió, como a todas. He tenido cosas buenas y cosas malas, pero las malas han sido patéticamente malas. Mi primer marido era un vikingo islandés, literalmente. Fue un amor arrasador, hasta que acabó metido en una secta y diciendo que veía pimientos verdes en el techo y un buen día vino su padre a Barcelona y se largó. Ahora predica en las Islas Feroe. El segundo fue el que se lo llevó todo. Era un meapilas de derechas, pero me engañó a mí como a todos mis amigos, cayó bien enseguida. Al cabo de tres meses yo me di cuenta de que aquello no funcionaba, no trabajaba y se hacía la víctima, a mí me daba pena y en vez de dejarlo y quitármelo de encima, puse mis finanzas en sus manos con un poder notarial. Me lo quitó todo, nunca conseguí recuperar nada. Y ahí tienes un ejemplo más.

P. De qué.

R. De cómo somos las mujeres ante el amor y cómo nos ciega. Soñamos, tenemos todavía metidos los mitos del amor romántico, confiamos en demasía, nos entregamos por completo y ahí es por donde nos pillan. En mi caso fue por dinero. Eso que ahora veo como violencia económica, afectiva, no lo vi. Por muy feminista que fuera.

P. Hubo otro más.

R. Otro amor loco, sí. Uno de esos hombres a los que llamamos interesantes. Viajado, inteligente, con un muy buen trabajo. Nos reíamos, nos drogábamos. Amor y sexo. Y un día se me cayó todo encima cuando me enteré de que tenía otra mujer porque la otra sí se estaba dando cuenta de que algo estaba pasando. Las señales estaban ahí, pero yo no las veía. Me costó tres años de terapia y amigas decir un día: soy una mujer de izquierdas y feminista y no voy a seguir con esto, vete.

P. ¿Se ha sentido alguna vez culpable de todo aquello?

R. Alguna vez, sí. He pensado “esto te pasa por idiota”. Con ese último fui siete años idiota. Pero no es eso, es la idea del amor que aprendemos sobre todo las mujeres, que lo es todo. Hace que sea muy difícil identificar y salir de esas situaciones. Creo que también la falta de cariño durante toda mi infancia me hizo convertirme en alguien que siempre buscó como loca el afecto, a costa de muchas cosas, de mucho dolor a veces.

P. ¿Cree que esa infancia en una familia como la suya, franquista, conservadora, la hizo rebelarse contra todo, también en política?

R. Puede ser. Todo empezó desde muy joven. A la Constitución, por ejemplo, votamos no [el grupo al que pertenecía, LAMAR, Lucha Antipatriarcal de Mujeres Antiautoritarias y Revolucionarias]. La estudiamos y vimos que era patriarcal y machista. Y lo es. De hecho aquel día, el 6 de diciembre del 78, nos pilló viajando a un congreso en Bruselas de la Internacional Feminista donde estaba, entre otras, Simone de Beauvoir. Siempre he sido votante de izquierdas. Mucho a Izquierda Unida. Y luego a Podemos.

P. ¿Y ahora?

R. No me alejo de Podemos, tengo muchas amigas ahí, apoyo a Irene Montero. También creo que desde la época de Clara Campoamor, nunca a una mujer política se le ha tratado tan mal. Quizás a Emilia Pardo Bazán, a la que hacían aquellas caricaturas tan horribles porque estaba gorda y porque soñaba con Benito Pérez Galdós.

P. En el libro escribe que a cierre de esas líneas, a usted solo la reconforta una política.

R. Sí. Yolanda Díaz. Lo que yo quisiera es que toda la izquierda se uniera con Yolanda. Y que se dejen de memeces. En política y en el feminismo. Ahora mismo, dividir la izquierda, como dividir el feminismo, es mezquino.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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